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Caras y Caretas

           

LA ARGENTINA EN EL FIN DE LOS EQUILIBRIOS

Télam Buenos Aires, - El presidente argentino Raúl Alfonsín y su colega estadounidense Ronald Reagan en la reunión que mantuvieron en Washington (Julio 1985). Foto: Carlos Ventura/Archivo Télam

Con la Guerra Fría y las dictaduras latinoamericanas como telón de fondo, el gobierno mantuvo algunas tensiones con EE.UU. y sentó las bases de lo que, años más tarde, sería la integración regional.

Por Mariano Beldyk. No es posible entender la política exterior del alfonsinismo fuera de su contexto. En este sentido, lo que sucedía en el mundo y en las fronteras de la Argentina incidió en el camino que el gobierno radical eligió transitar, en el delicado equilibrio de una Guerra Fría que ingresaba en su fase final y una región aún sumergida en un mar de dictaduras.

En 1983, el país todavía estaba rodeado de regímenes autoritarios. Uruguay y Brasil recuperarían la democracia dos años después, en 1985, mientras que Paraguay y Chile deberían esperar hasta 1989 y 1990, respectivamente. Bolivia, por su parte, también dejaba atrás una seguidilla de gobiernos de facto desde un año antes que la Argentina.

Desde un inicio, el plan de Alfonsín de “democratizar” a la sociedad argentina se vio condicionado por sus fronteras. Pensaba que el proceso debía darse de un modo holístico: no bastaba con elecciones si la sociedad no vivía esa democracia y la vigorizaba desde su interior. De ahí que el proceso abarcara las instituciones pero también la cultura, la política, la economía y, claro está, el relacionamiento con el mundo.

ENTRE POTENCIAS

Alfonsín asumió el poder cuando la revolución conservadora de Ronald Reagan se disponía a sepultar el sueño imperial de la Unión Soviética en forma definitiva. Respecto del rol que le tocó a la Argentina, hay un interesante debate –que reflejan el ex vicecanciller Andrés Cisneros y el politólogo Carlos Escudé en la web Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina– entre quienes sostienen que el gobierno no pudo eludir cierta tradición nacionalista, que lo puso en conflicto con Washington, y los que piensan que, al fin de cuentas, hubo gestos irritables y sólo eso.

Escudé se apunta entre los más críticos. Temas sensibles, como el rol argentino frente a la inestable Centroamérica en el Grupo de Apoyo a Contadora o la intención de armar un club de deudores latinoamericanos para presionar a los países centrales, representaron “desafíos” a los intereses “vitales” del Norte. También la negativa del gobierno a cerrar el proyecto misilístico Cóndor –de alcance intermedio–, la búsqueda de uranio enriquecido, la ofensiva política en torno a Malvinas y las presiones por el desarme de las potencias, entre otras conductas. A su juicio, fueron políticas “confrontativas” cuando más se necesitaba del respaldo de Estados Unidos en un escenario de economía volátil.

Roberto Russell, en cambio, no le atribuye mayores consecuencias en la construcción de una relación “madura” con Washington. Al contrario, el internacionalista divide las decisiones exteriores del alfonsinismo en dos tipos: un conjunto de “disensos metodológicos” y otras políticas un poco más “limítrofes”. Con él coincide Mark Falcoff, referente de la derecha reaganista, para quien la Argentina alfonsinista no era el modelo preferido por los conservadores aunque lejos estaba de la Nicaragua sandinista o la Cuba castrista en la escala de antipatías.

En alguna medida, Reagan y Alfonsín se necesitaban, asevera Falcoff, sea para conseguir el respaldo de los organismos de crédito a los planes estabilizadores de los radicales o para lavar la imagen de EE.UU. en la región. Sostiene que acuerdos como los que se sellaron con la URSS y Bulgaria para pescar en aguas malvinenses no rompieron el statu quo del vínculo con Washington pese a la sensible reacción de su socio militar en Londres y el levantamiento de una zona económica exclusiva en torno a las islas. El canciller Dante Caputo advirtió entonces en público que no habría “discriminación ideológica” en las relaciones comerciales, lo que no se tradujo, de manera alguna, en un alineamiento político con el Este.

VECINOS

En donde no existen mayores discrepancias es en aseverar que el mayor vuelco en las relaciones exteriores durante la segunda parte de los 80 se dio en el vecindario, a través de la construcción de confianza con Brasil y Chile, que todavía figuraban entre las hipótesis de conflicto. Del entendimiento con el primero se gestaría el Mercosur en la década siguiente. Con Santiago, en cambio, se firmaría una paz en 1984 en torno al Beagle para dar pie, años más tarde, a una larga negociación sobre las fronteras difusas.

Según Mónica Hirst, académica de Flacso, la asociación con Brasil fue, para la Argentina, un instrumento que le permitió quebrar la marginalización política y económica en el mundo. Así lo dejó en claro en sus “Reflexiones para un análisis político del Mercosur”, de noviembre de 1991. Esa sintonía no significaba la renuncia a la particularidad en el diseño de reacciones. O como lo puso Alfonsín en palabras propias: “La armonización de políticas entre ambos países no implica la homogeneización de sus respuestas”.

No obstante ello, el tratado que dio un vuelco copernicano a las relaciones bilaterales se firmaría recién en 1985 bajo el nombre de la Declaración de Iguazú. Fue necesario para el alfonsinismo encontrar en Brasilia a un interlocutor democrático para enterrar viejas enemistades. Curiosamente, no fue el presidente vecino, Tancredo Neves, aquel que visitó Buenos Aires en febrero de ese año para empezar a tejer el tan ansiado puente, quien terminaría firmando el futuro de ambas naciones, sino su vice, José Sarney, puesto que Neves falleció dos meses después de su paso por la Argentina.

A partir de ese momento, se avanzó con decisión –y no libre de tropiezos– sobre temas arancelarios y nucleares. Un tanto más rápido en aquellos ejes relacionados con la construcción de confianza, un tanto más lerdos en los comerciales. La meta fue cimentar un modelo de integración en el que la voluntad política prevaleciera por sobre la satisfacción económica a la hora de superar escollos, a diferencia de lo que ocurriría una década más tarde con el Mercado Común ya en marcha. Entonces, la Argentina se adentraría en otra etapa de su historia, la neoliberal, y junto con ella, la región en su conjunto.

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