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Caras y Caretas

           

EL SEMILLERO

Buenos Aires es una de las ciudades con mayor oferta para la formación de actores, directores y dramaturgos. La relación entre capacitación y producción y los diferentes enfoques que nutren los espacios institucionales y alternativos.

Por Pablo Galand. Si Buenos Aires tiene la particularidad de ser una de las ciudades del mundo con mayor oferta de obras teatrales, también se ubica a la vanguardia en lo que tiene que ver con los centros de formación actoral y de puesta en escena. Por ejemplo, en la web Alternativa Teatral figuran más de 300 establecimientos en los que se puede aprender actuación, dirección, dramaturgia, stand up, entrenamiento vocal e iluminación, entre tantas otras actividades vinculadas al arte dramático. En realidad, la formación y la producción son dos fenómenos intrínsecos que se retroalimentan. Como en cualquier otra profesión, el artista necesita capacitarse para desarrollar su carrera. Pero en el caso del teatro –y con mayor claridad en el teatro independiente porteño– se da la particularidad de que la producción dramatúrgica forma parte de esa formación artística.

No es casualidad que lugares emblemáticos de la escena porteña independiente, como Sportivo Teatral y Timbre 4, por citar sólo dos ejemplos, sean centros de formación y ofrezcan espectáculos teatrales. “El Sportivo Teatral es un estudio de teatro, no una escuela. Es un espacio de entrenamiento de actores y directores”, señala Ricardo Bartís, reafirmando esa porosidad que existe entre el ámbito de la formación y el de la profesión teatral.

Con todo, este concepto de “formarse mientras se actúa” no siempre fue considerado así. “Mucha gente que estudió en el Conservatorio cuenta que en aquel momento estaba mal visto por los docentes que los estudiantes estrenaran mientras estudiaban”, señala Tatiana Sandoval, docente de Dirección Escénica e investigadora en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Precisamente, la proliferación de escuelas de teatro y de talleres de actuación alternativos que se dio a partir de la década de 1980 fue una respuesta a esa escisión que se daba desde la educación institucional entre la formación y la actuación. Nayla Pose egresó de la Escuela Nacional de Arte Dramático y desde hace diez años dirige El Brío, al que define como “un espacio de investigación y formación teatral”. “El Brío nació en forma simultánea con muchos otros lugares que surgieron a partir de la necesidad común de tener un espacio propio para investigar el lenguaje. La apuesta pedagógica es una de nuestras aristas más fuertes. Pero también me interesa que sea un espacio para el lenguaje emergente, que es el lenguaje de los jóvenes”, completa Pose.

Si el paradigma de formación comenzó a reconfigurarse a partir de los espacios alternativos, desde la educación institucional también comenzó a darse un proceso de transformación. “Posiblemente, años atrás no había desde lo académico espacios específicos para que los alumnos pudieran mostrar sus primeros trabajos. Pero eso ahora cambió muchísimo. Actualmente, la UNA cuenta con tres salas que están programadas viernes, sábados y domingos para que los estudiantes muestren sus proyectos y ejerciten la situación de producción frente al público”, indica Sandoval.

DESARROLLO INDEPENDIENTE

En el contexto nacional de un brutal ajuste fiscal, el respaldo oficial al teatro aparece cada vez más restringido. Por lo tanto, la autogestión surge casi como la única vía para el desarrollo de la escena in dependiente. Se trata, por lo tanto, de una premisa a la que también debe dar cuenta la formación del artista. “Como docente, desde hace un par de años venía planteándome si realmente estaba formando y preparando actores para la realidad que nos toca vivir. Entonces, desde El Brío empezamos a operar a partir de la lógica de lo que es el teatro independiente argentino, que tiene que ver con la autogestión y la producción propia”, señala Pose. Lía Rueda es vicerrectora de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD) y asegura que la autogestión también forma parte de la educación institucional. “Los alumnos de la EMAD tienen una materia que se llama Producción y que, justamente, tiene que ver con la autogestión artística. En el caso de la carrera de Puesta en Escena son tres niveles de Producción, y en el caso de Formación del Actor es uno. Lo cierto es que muchos egresados de la EMAD logran autogestionar sus propias producciones y hasta han ganado premios, como sucedió con Menea para mí, que recibió este verano el Estrella de Mar a la mejor obra de teatro alternativo”, asegura. Si tanto la formación institucional como la alternativa parecen estar adecuadas a los desafíos que hoy plantea la producción teatral, cuáles son las diferencias que marcan una y otra vía a la hora de iniciarse en el arte dramático. “Yo no pongo notas, acá no hay exámenes”, dispara Pose, de El Brío. “Eso de que ‘hay que rendir Actuación I’ a mí no me va. Yo pongo mucho empeño en mantener erotizado el deseo, que no aparezca el deber. Yo me formé en la educación artística pública y creo profundamente en ella, pero hay algo vinculado a ciertas zonas de lo formal, de las notas, de los exámenes, que no lo comparto”, añade. Sandoval celebra que la transmisión del arte dramático tome rango académico. “La formación artística es un desafío en la universidad. Creo que es un logro fuerte de gestión de muchos artistas que han apostado a que el arte pueda legitimarse en un espacio profesional como es la universidad”, asegura. “Además, durante cinco años hay una gran variedad de maestros. No está la idea de que te forma un solo maestro y que tiene la única palabra”, agrega. Ya sea desde lo institucional o desde lo alternativo, está claro que el teatro en Buenos Aires cuenta con usinas de formación que garantizan una revitalización constante.

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