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Caras y Caretas

           

El crimen de la guerra

El dramático conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos tiene profundas raíces históricas. Podríamos remontarnos a los tiempos bíblicos, pero a los efectos prácticos nos servirá remitirnos a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial expresadas en el célebre Tratado de Versalles y a una de sus derivaciones institucionales, la creación de la Sociedad de las Naciones, antecedente de la ONU. Uno de los derrotados de la Gran Guerra fue el Imperio otomano, que perdió extensos territorios que pasaron a engrosar el Imperio británico. Por su parte, las organizaciones sionistas buscaban establecer una patria judía y llegaron a un precario acuerdo con los ingleses para establecerse en Palestina. Estos acuerdos alentaron una fuerte migración de Europa que obviamente se incrementó con la llegada de los nazis al poder en 1933. En 1936, estalló una revuelta árabe entre cuyas reivindicaciones estaba la independencia palestina y limitar la inmigración judía. El estallido duró tres años, con alto costo en vidas humanas en los dos bandos. La propuesta británica de la partición del territorio en dos Estados y preservación neutral de los lugares santos de Jerusalén no fue bien recibida por los palestinos. Tampoco por los judíos, que a través de una organización clandestina lanzaron acciones de lucha armada contra los ocupantes ingleses, que incluyeron el atentado en 1946 contra el Hotel Rey David, sede de la comandancia de ocupación, en el que murieron casi cien personas. Gran Bretaña recurrió a las Naciones Unidas, que insistió en la creación de los dos Estados. Los dirigentes judíos decidieron avanzar por su cuenta y proclamar el Estado de Israel el 14 de mayo de 1948.

Los Estados árabes rechazaron de plano esta creación y se negaron a reconocerlo declarando una guerra que terminaría con una aplastante victoria del flamante Estado hebreo, que recibe el apoyo de Gran Bretaña y Francia, interesadas en el control del Canal de Suez, que había sido cerrado en protesta, en 1956, por Egipto. Este nuevo enfrentamiento terminó con otra victoria israelí que permitió a las potencias europeas reabrir el canal y aumentar su influencia en la región.

Egipto y sus aliados árabes, entre ellos Siria, lanzaron un ataque sorpresa en 1967 que sería derrotado en seis días tras los cuales Israel incrementó notablemente la ocupación de territorios y el control absoluto de Jerusalén, que estaba en poder de Jordania, y los Altos del Golán, que pertenecían a Siria.

El nuevo episodio se produjo el 6 de octubre de 1973, durante el Yom Kipur, con un ataque relámpago de Siria y Egipto en procura de recuperar los territorios perdidos en 1967. Las relaciones entre Egipto e Israel se recompondrían recién en 1979 con los acuerdos de Camp David, propiciados por el presidente James Carter, que ratificó las conquistas israelíes devolviéndole a Egipto la Península del Sinaí. Pero la paz era frágil y hubo episodios de terrorismo por parte de facciones palestinas y ataques sobre la población civil por parte de Israel. Se produjo la Intifada de 1987 y la proclamación por parte de Yasser Arafat de la independencia de Palestina. Los hechos de violencia se sucedieron hasta que en 1993 se firmaron los acuerdos de Oslo, suscriptos por Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina, y el presidente israelí, Isaac Rabin, que daba origen a la Autoridad Nacional Palestina. El asesinato de Rabin y la radicalización de la derecha dentro del gobierno israelí, que propició la instalación de colonias judías en zonas lindantes con el territorio palestino y aun dentro de esa misma zona, pusieron en crisis el proceso de paz, agravado por la misteriosa muerte de Arafat. Hubo una segunda Intifada, impulsada por el movimiento islámico Hamas, que se hizo con el poder en Gaza en 2006.

Es decir que hay gobiernos extremos e irreconciliables a los dos lados del muro que los separa. El fundamentalismo extremo de Hamas, que expone a su población a las consabidas represalias de Israel, gobernado por la extrema derecha, y su máximo representante, Netanyahu, que venía muy debilitada por el fallido proyecto de reforma judicial. A los observadores internacionales les llaman la atención las fallas de seguridad de uno de los Estados mejor armados y con uno de los mejores servicios de inteligencia del mundo, que no actuaron a tiempo para impedir el salvaje ataque de Hamas del pasado 7 de octubre. Lo cierto es que en medio de los fanatismos y las especulaciones políticas hay 1.700 israelíes muertos y 7.000 palestinos, entre ellos, 3.000 niños, en medio de un territorio arrasado y con mucha gente mirando para otro lado. Otra vez el crimen de la guerra, como diría nuestro querido Juan Bautista Alberdi.

Escrito por
Felipe Pigna
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