Comedia desopilante que juega al extremo con lo aberrante y a la vez gracioso de la condición humana, El mejor cierre se presenta desde hace varios meses en Mil80 Teatro. Caras y Caretas estuvo en el estreno y recientemente entrevistó a Javier Margulis, su director y dramaturgo.
–¿Cómo surgió la idea de hacer esta obra?
–En febrero de 2019 inauguré Mil80 Teatro, mi propia pequeña sala. Durante ese año y hasta mediados de febrero de 2020, se presentaron varios espectáculos, y destaco especialmente la reposición de El experimento Damanthal, que agotó las cuatro funciones semanales que ofrecía superando las cien funciones en el año. Ya desde mediados de diciembre comenzó a hablarse del covid19 y en febrero la OMS declaró la pandemia. Hago esta introducción para que se comprenda la situación en la que estaba la Mil80 Teatro, con apenas un año de vida y varios proyectos en preparación, cuando debí cerrarlo. A medida que las cuarentenas se fueron extendiendo y la situación económica agravando, se hizo notorio que tendríamos encierro para rato. Ante lo irremediable, me surge, tal vez a modo de consuelo, la ironía –por lo general con forma humorística–, y bromeando con amigos comencé a decirles que para proteger la inversión, debería cerrar el teatro y poner una funeraria clandestina en ese espacio. Algunos de ellos dudaron en tomarme en serio y aproveché esa duda para argumentar la defensa de la idea: no habría mejor momento para un negocio de ese tipo. Así, “jugando” con los argumentos, inventando justificaciones, fue tomando forma El mejor cierre y me puse a escribirla. Ante semejante tragedia, me ilusioné pensando que el desastre global serviría como parteaguas en la conciencia universal y nos transformaríamos en mejores personas. La esperanza de que el bien triunfaría, de que un nuevo orden implicaría mayor justicia, de que el amor vencería al odio. Obviamente, mis expectativas fracasaron. Esos chistes con los que argumentaba cuando jugaba con mis amigos fueron tomando partido. Surgía con más insistencia el color de los personajes: una clase media que se autoproclama apolítica, en la que la consideración por el otro y la solidaridad no encuentran espacio, y frente al naufragio brota un individualismo feroz, salvarse uno mismo a cualquier costo. Pero yo quería escribir una comedia. Pretendía que fuera bien argenta y popular, porque esa era la característica del humor que me ganaba cuando ironizaba acerca de esta gente que terminó siendo la familia Venturini, dueña de una mercería con deudas que en plena pandemia corre el riesgo de ser rematada por una hipoteca impaga, a las que les aparece una propuesta ilegal. El mejor cierre resultó un nombre que funcionaba para ambos negocios, solo había que eliminar del toldo la palabra “mercería” y hasta la corona, logo de la marca que pagó el toldo (porque en la época que inauguró la mercería todos los cierres eran marca Corona) coincidía con el nombre del virus.
–¿Cómo fue la escritura de la obra y de qué modo jugó el humor negro en ese proceso?
–Durante el proceso de escritura de la obra no apareció otra pretensión más que la de entretener, nunca una voluntad didáctica o aleccionadora, o de reproche ante el comportamiento de estos personajes en relación al tema. En cambio, era consciente de la irreverencia que suponía jugar en una funeraria clandestina, donde tiene su lugar la muerte, que hará honor al adjetivo “negro” que adorna a la palabra “humor”. Es sabido que en los velorios se cuentan chistes, lo justificamos con simpleza diciendo que es la manera de hacer catarsis. Tal vez escribir El mejor cierre fue mi manera de hacerla mientras esperaba la hora de la noche en la que se informaban los contagios y los fallecidos del día, si me lavaba las manos en ese momento, cantar tres veces el feliz cumpleaños, me sorprendía sonriendo. En un texto de la obra, Rogelio Venturini, el director de la funeraria, le dice a una viuda : “En este país faltan innovadores. Se preocuparon por las vacunas pero nadie pensó en los frasquitos. Zas. ¡Escasez de frasquitos! Bueno, aquí demasiada terapia intensiva y poco ataúd. Ahora sobran terapias y faltan envases!”. Creo que ante la desgracia, la ironía es un recurso salvador, un elemento clave del humor inteligente. Cuando decimos “humor negro”, hablamos de una característica especial del humor. Significa que se abordan temas que podrían resultar ofensivos, o molestar, pero precisamente esa incomodidad es la que invita a la reflexión. Algunos críticos del espectáculo y muchos espectadores emparentan El mejor cierre con Esperando la carroza, obra que uno no diría que duele o incomoda. Más allá del pintoresquismo de los personajes populares, la muerte es otro de los temas que vinculan ambas obras. En la versión original de la obra de Jacobo Langsner, Mamá Cora, que se fue y no aparece, es reconocida por sus hijos, por unos zapatos encontrados entre las vías de una estación de tren bajo el que se arrojó una anciana. Eso sucede en Esperando la carroza con Mamá Cora. Esa es la noticia que traen los hijos a la atrasada raviolada del domingo. La versión cinematográfica modificó para el espectador la relación con el tema. En ella el espectador sabe que Mamá Cora vive, mientras en la obra teatral, el personaje de la vieja aparece al final, y en el transcurso del espectáculo el público festeja el humor irreverente frente a una muerte trágica. Sin embargo, creo que hay tragedias que exceden la muerte y que no admiten el humor: la desaparición forzada de personas, la guerra y el hambre son algunas de ellas. No pensaría en una comedia tocando esos temas.

–¿Cuándo arrancaron a ensayar? ¿Cuánto les llevó?
–Una vez seleccionados los actores y las actrices, comenzamos la etapa de ensayos. La idea de la puesta estaba bastante elaborada, de modo que nos llevó poco más de dos meses prepararla. Desde el comienzo estaba claro que haríamos dos funciones semanales. La dinámica que exigía la puesta ameritaba ajustes que solo se podían dar realizando más de una función, tanto que una vez estrenada, a las funciones de viernes y sábados, agregábamos un ensayo el jueves anterior. Así sucedió durante los primeros tres meses. Actualmente, estamos finalizando esta temporada y solamente hacemos el espectáculo los sábados a las 20.30.
–¿Cómo fue la construcción de cada personaje de la obra?
–Los personajes fueron cobrando vida durante el proceso de ensayos, buscando en las características de los arquetipos populares. Fue trabajo de cada uno de los actores y actrices encontrar el que se ajustaba más a sus posibilidades creativas, a sus ideas acerca de lo que representaban. Para el caso de quienes duplican personajes, se agregó la necesidad de diferenciarlos, y no solo físicamente. Fue muy entretenido ir sumando estos datos que fueron pintando, cada vez con más definición, sus características. Por lo general, el público que se nos acerca a saludar nos habla especialmente de nuestros trabajos actorales. Más allá de la obra en su conjunto, mencionan esta forma de transitarlos tan naturalmente.
–¿Qué le pasa al público con la obra? Se ríe de cosas tremendas, como si ante situaciones horrendas la risa lo tomara por sorpresa.
–Es que nosotros nos reímos mucho de lo terribles que pueden ser estos tipos que ponemos en escena, jugamos con el espíritu de la propuesta, con la ironía. Nos encanta jugar las situaciones que consideramos terribles, con naturalidad, sin criticarnos por lo que criticamos.
Ficha técnica
Dramaturgia: Javier Margulis
Actuaciones: Silvia Acornero, Alejandro Curlane, Ana Carolina Ferro, Alejandro Ini, Lautaro Tulli
Vestuario: Emc
Escenografía: Alejandro Goldstein
Maquillaje: Analía Arcas
Diseño de iluminación: Marco Pastorino
Fotografía: Mariano Campetella
Diseño gráfico: Patricio Vegezzi
Asistencia de dirección: Maria Caran
Prensa: Silvina Pizarro
Producción: Mil80 Teatro
Dirección: Javier Margulis
El mejor cierre se presenta los sábados a las 20.30 en Mil80 Teatro (Muñecas 1080, CABA). Hasta el 18 de noviembre.