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Caras y Caretas

           

Liberación y efervescencia

Con el triunfo electoral de Raúl Alfonsín el 30 de octubre de 1983 comenzó a consolidarse también un discurso global –que a lo largo de su presidencia se materializó en hechos concretos– que promovía una lectura crítica del pasado y que se focalizaba en la reconstrucción del Estado de derecho y la plena vigencia de los derechos humanos. Las expresiones artísticas acompañaron estas nuevas sensibilidades y dieron cuenta de una novedosa impronta cultural cuyas marcas de identidad son la denuncia de los crímenes del terrorismo de Estado y las esperanzas y sueños colectivos nacidos al albor del recuperado sistema democrático.

Si bien hubo canciones, películas y obras de teatro que acompañaron el regreso de la democracia, los procesos culturales no suelen coincidir con fechas precisas, sino que se van conformando lentamente en “estructuras de sentimientos” hasta que en un momento pueden cristalizarse y volverse más o menos hegemónicos. En este sentido, en el plano musical, cierta expansión de características comunes entre el folklore, la canción urbana de autor y el pujante rock argentino consolidaron desde principios de los ochenta una idea de música popular argentina. Algunos hitos premonitorios del advenimiento de la llamada primavera democrática fueron los conciertos que Mercedes Sosa ofreció en el teatro Ópera en febrero de 1982, que marcaron su regreso al país y que conformaron el repertorio del icónico álbum titulado En Argentina. Volvieron a sonar canciones plenas de sentido político, tales como “Canción de todos”, “Como la cigarra”, “Gracias a la vida”, entre otras. El mismo año, Víctor Heredia, que sería uno de los creadores más prolíficos y representativos del flamante sistema político, comenzaba a cantar “Informe de la situación” o “Por esos muertos” (en un álbum dedicado a Pablo Neruda) y ya en democracia populariza la emblemática “Todavía cantamos”. En Memoria del pueblo (1984), el Cuarteto Zupay animó una antología que da cuenta de la época con “Oración a la justicia” de María Elena Walsh, “Milonga del muerto”, que Jorge Luis Borges dedicó a un soldado de la guerra de Malvinas, y “Aquí hay las madres”, tema de Rubén Verna y García Caffi que homenajeaba a las Madres de Plaza de Mayo. Otras voces centrales del período fueron Antonio Tarragó Ros, León Gieco (inolvidable “Solo le pido a Dios”), Horacio Guarany con “Si se calla el cantor” y Teresa Parodi interpretando “Pedro Canoero” y “María Pilar” (canción pionera en abordar el tema de los desaparecidos).

EL ROCK DICE PRESENTE

En el rock, Los Violadores y Virus –grupos que en repudio a la dictadura no participaron del Festival de Rock por Malvinas– ya resistían con diferentes estrategias hacia 1981 y 1982. Mientras que Pil Trafa cantaba “Represión a la vuelta de tu casa, represión en el quiosco de la esquina” con la consecuente censura y represión policial, la banda liderada por Federico Moura utilizaba metáforas y juegos de palabras, ponía en escena cuerpos sexualmente ambiguos y canciones románticas y sexualizadas que incitaban al baile para contraponerlos al cuerpo inmóvil, desaparecido y reprimido impuesto por el terrorismo de Estado. En el tema “El banquete” utilizaban la parodia para denunciar la masacre de jóvenes en Malvinas, y en “Ellos nos han separado” aludían a la desaparición de Jorge, el hermano mayor de los Moura. Virus editó su álbum Agujero interior el 10 de diciembre de 1983, el mismo día que asumió Alfonsín. El hit del disco incitaba a salir del agujero interior y a hacerle el amor a la vida luego de la larga noche de la ignominia. A partir de 1985, Virus se sumaría al llamado destape local cantándole a la masturbación (“Luna de miel en la mano”) y a las sexualidades diversas.

Con emblemas tales como “Canción de Alicia” (de la etapa de Serú Girán) y “No me dejan salir”, “Los dinosaurios” (“Los amigos del barrio pueden desaparecer… Pero los dinosaurios van a desaparecer) o “Nos siguen pegando abajo” del álbum Clics modernos (1983), Charly García denunciaba la represión y la desaparición ejercida sobre una generación de jóvenes. Mientras tanto, Los Twist registraban la secuencia secuestro-tortura-desaparición-muerte llevada por el Estado en “Pensé que se trataba de cieguitos”; Soda Stereo cantaba con felicidad “El régimen se acabó” en “Dietético”, y Miguel Mateos hablaba de atrocidad y de golpizas en la plaza en “En la cocina, huevos” y de gatos sin diversión en “Un gato en la ciudad”.

TEATRO Y MEMORIA

En materia de teatro, la experiencia de Teatro Abierto en 1981 había significado algo de aire en el asfixiante país del jardín de infantes. Con la democracia, Griselda Gambaro continuó con dos obras emblemáticas: La mala sangre (nuevamente el recurso de apelar al horror del pasado para referirse al horror reciente) y Decir sí, sobre un peluquero despótico que convierte su peluquería en sala de tortura. El teatro del período comenzó a centrarse literalmente en la dictadura con El campo o Antígona furiosa (1986), de Gambaro, y a poner en escena una dramaturgia con contenido social en obras como De pies y manos, de Roberto Cossa, y en una reversión colectiva de Moreira. Más cercanas al circuito comercial, dos éxitos que revisaban el pasado reciente fueron Made in Lanús (1986), de Nelly Fernández Tiscornia (llevada al cine en 1987 con el título Made in Argentina), y Salsa criolla (1985), guionada e interpretada por Enrique Pinti.

En el cine local, la denuncia política contra la dictadura comienza, quizás, con el personaje interpretado por Federico Luppi cortándose la lengua para no hablar del horror en Tiempo de revancha (Aristarain, 1981). Otras películas paradigmáticas del ascenso de la democracia y la llamada primavera alfonsinista fueron Cuarteles de invierno (Murúa, 1984), basada en la novela de Osvaldo Soriano; Los chicos de la guerra (Kamin, 1984), sobre las torturas y el horror de la guerra de Malvinas; La Noche de los Lápices (Olivera, 1986), sobre los adolescentes secuestrados, torturados, asesinados y desaparecidos por luchar
por el derecho al boleto estudiantil; y sobre cómo el exilio puede truncar vidas y amores en Mirta, de Liniers a Estambul (Coscia y Saura, 1987) y la extraordinaria Tangos. El exilio de Gardel (Pino Solanas, 1985). Por esos mismos años se intenta una cierta apertura a las diversidades sexuales con Adiós Roberto (Dawi, 1985) y Otra historia de amor (Ortiz de Zárate, 1986). Alejandro Doria eleva Esperando la carroza (1985) a clásico del cine nacional, utiliza la metáfora de un médico empecinado en salvar la vida de un joven en Darse cuenta (1984) y se mete directamente con la dictadura con el argumento de un bello adolescente enamorado de una mujer madura perseguida en Sofía (1987). La coronación de esta etapa cinematográfica local –y quizás de toda la primavera cultural alfonsinista– la constituye la ganadora del Óscar La historia oficial (Puenzo, 1985), centrada en la apropiación ilegal de niñas y niños.

Escrito por
Adrián Melo
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