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Caras y Caretas

           

Vera Cirkovic presenta nuevo disco

La cantante francesa radicada en la Argentina habla sobre su trabajo más reciente, Vera canta Barbara, y repasa su extensa trayectoria.

La mezzosoprano francesa Vera Cirkovic tiene una extensa trayectoria. Estuvo en los principales escenarios de Europa, donde cantó roles protagónicos de las óperas de Mozart, Puccini, Wagner y también música sacra. En la Argentina, donde está radicada desde hace veinte años, se lució en el Teatro Colón con Diálogos de carmelitas, de Francis Poulenc. El próximo jueves 31 de agosto, en el ciclo “Arte Mujer Poder”, presentará su nuevo disco, Vera canta Barbara, producido y acompañado en piano por Lito Vitale, dedicado a la cantautora francesa que fue una de las figuras más importantes de la escena musical de ese país, entre los años 50 y 70 del siglo pasado. Caras y Caretas conversó con la artista sobre su trayectoria y su nuevo proyecto.

–Llama la atención tu ecléctico camino musical, la ópera y el género popular.

–Mi camino como cantante clásica es tan largo como ecléctico. Al empezar muy joven a cantar ópera y por mi temperamento, mis ansias de estar en el escenario me llevaron a abarcar todo tipo de compositores, estilos y géneros. Al igual que mi vida, es imposible encontrar una lógica, siempre tuve tendencia a decir que sí, como Jim Carrey en la película Sí, señor. Estuve sola para tomar decisiones de adulto a muy temprana edad y lanzarme a aceptar desafíos siempre se me presentó como una oportunidad. Como en la película, los resultados fueron inesperados, a veces extraordinarios, y lo que no salió como esperaba me ayudó a crecer, por esto interpreté a la mayoría de los compositores de ópera, opereta, música contemporánea o sacra en cualquier tipo de idioma, a imagen de mi persona, llena de viajes y culturas diversas.

–¿Cómo es tu historia con el cantante lírico Darío Volonté?

–Un gran momento de mi vida artística y personal fue sin duda mi debut en la Argentina en la opera Tosca de Puccini. Yo cantaba hacía muchos años y me encontré con Darío Volonté, quien todavía era fletero y hacía sus primeros pasos profesionales en el escenario. Fui cautivada por su voz, la energía vital que tenía y sigue teniendo. Son más de veinte años de conciertos y óperas juntos, con los cuales desarrollamos una complicidad enorme a la hora de cantar juntos, cientos de horas practicando y recorriendo el país, compartiendo hoteles, desayunos y cenas post conciertos. Gracias a ello, pude conocer la mayoría del interior del país y cantar en los mayores momentos históricos, como en el Bicentenario de la Nación. Cantar el Himno argentino al lado de un ex combatiente que es mi esposo, ante miles de personas a lo largo de todos estos años, y escuchar “Viva la patria” con tanta fuerza del público es muy surrealista para mí. Me pregunto a veces cómo llegué aquí. Y la verdad, es muy intenso pero logramos que hasta lo difícil sea con humor. Llevamos el canto a casa, lo que podría ser fatal, y sean mis proyectos o los suyos, compartimos un montón las dudas, nos escuchamos y confiamos el uno en el otro. Logramos conservar nuestras diferencias y, gracias a esto, desarrollar cada uno sus proyectos personales. Como mujer, artista, extranjera, esposa de un tenor y ex combatiente famoso, fue muy difícil lograr que me miren por mí misma y como creo en el mérito propio puro, sin uso de otro medio que el talento, tengo que trabajar y pensar el triple para lograr mis objetivos.

–¿Al cantante y poeta Gabo Ferro cómo lo conociste?

–Un día, Darío volvió de un concierto que había hecho con Lito Vitale y otros artistas en Misiones y me dijo: “Tenés que escuchar a este tipo, se llama Gabo Ferro, es una locura”. Y puse el video del concierto donde aparece Gabo cantando la canción “Volver a volver”. Su voz, su música, textos e interpretación eran tan únicos, tan bello todo, que me emocionó profundamente. Hasta el día de hoy es el artista que más escucho y con el cual más me conecto. Al año siguiente, me tomé el atrevimiento de llamarlo para invitarlo a participar en mi segundo disco, Entre perros y lobos. Soy extremadamente tímida y, para mí, era un atrevimiento total, al no conocerlo personalmente, y todo fue de una fluidez increíble. Dijo que sí cuando escuchó el material que le proponía, una canción de Barbara, “El águila negra”, para cantar a dúo. Nos reunimos en un bar para charlar horas, desde la primera vez hasta la última. Era encontrarme con un alma conocida. Creo que él entendía perfectamente mi hipersensibilidad, ahí nos conectamos y realmente tuve la impresión de estar con un maestro, alguien que tenía mucho para darme a nivel artístico y vital. Queríamos hacer más cosas juntos, buscábamos ideas, pero se fue físicamente antes de tiempo. Sigue omnipresente en mí y continúo inspirándome con frases y consejos que me dio. Grabar “El águila negra” con él fue una muy bella aventura, le enseñé a Gabo las partes que cantaba en francés, estaba preocupado por el idioma y lo logró de maravilla. Los tiempos en el estudio fueron apasionantes, escuchar y retomar esta canción como una obra de teatro, ya que el predominio era la pasión de interpretar, de sentir la música.

–¿Cómo te encontraste con Lito Vitale?

–Hemos compartido escenario desde hace diez años en múltiples conciertos y grabaciones con otros artistas como Jairo, Juan Carlos Baglietto, Sandra Mihanovich, Patricia Sosa. Por lo general cumplíamos una parte “clásica” con Darío Volonté, cantábamos hits de ópera, Carmen, Traviata, canzonettas iItalianas, acompañados por él y sus geniales músicos. Poco a poco, pasé a mezclar canciones de Édith Piaf o Piazzolla y lanzarme a cantar con él piezas más atrevidas. La primera canción de Barbara que tocamos juntos fue justamente para el primer homenaje a Gabo Ferro. Rescatamos la voz de Gabo de la grabación y regrabamos el tema en vivo para la TV Pública. Él no conocía estas canciones y cuando nos vino la idea de un álbum, era imposible no ver cómo la vida da vueltas. Conocí a Gabo acompañado por Lito, las canciones de Barbara nos unen a los tres. Lito es un amigo, un amigo de la música con una generosidad inmensa, real, honesta, nada fingido, todo palpable en los hechos. Como prueba, tengo veintiséis canciones grabadas en su estudio, un doble álbum del cual tengo que ser digna ya que me regaló, al igual que Gabo, su tiempo, su energía y su talento.

–¿Qué momentos de tu carrera atesorás?

–Me tocó compartir escenario y aventuras artísticas con muchísimos artistas de nivel internacional, monstruos de la música clásica, como mi gran maestro Gabriel Bacquier, barítono francés con el cual canté casi cien funciones de La vie parisienne, de Jacques Offenbach, en París. Teníamos una relación de mucho cariño y en un concurso donde fracasé magistralmente a los veinte años, en vez de irse con los ganadores, abrió una botella de champagne para mí y tendiendo un vaso, me dijo: “Sabemos que sos una gran artista, dejemos los concursos para los estúpidos”. Él había sufrido burlas y no creían en él cuando estaba en este mismo conservatorio de París, y tenía total empatía conmigo. Años después, vino varias veces a verme cantar Tosca de Puccini en Francia, una obra que brilló en el mundo, y me dijo que había hecho bien en estudiar con él, que estaba muy orgulloso de mí. Cuando recibió el premio de la música más importante en París, me llevó con él en un Rolls Royce que nos vino a buscar en medio de una función en la cual actuamos. Yo tenía 24 años, fue como llegar a Hollywood, estaban todas las estrellas de la música popular y clásica de ese entonces y pasamos la alfombra roja juntos. Conocí y disfruté un largo trabajo en la Ópera de Lille con el inmenso cineasta americano Robert Altman en la producción The Rake’s Progress, de Stravinski. Estaba en el elenco estable y me tocó esta increíble producción de más de dos meses. A Altman le encantaba estar dirigiendo una ópera. Fue una inmensa fiesta, el mundo entero habló de esta producción y él me cuidó mucho. Era todo muy extravagante, yo tenía una peluca blanca enorme, casi imposible de sostener, falsos pechos inmensos y falsa cola desmesurada de goma. Fue algo traumático porque todos querían tocarme y sentían que me tocaban a mí. Él era un ángel, entendió mi malestar y prohibió que me tocaran fuera del escenario. Las escenas eran difíciles, muy expuestas, ya que actuaba de prostituta, pero ser dirigida por este fabuloso director era un sueño. Al cerrar la última función, hubo una enorme celebración en el salón de la ópera con grandes figuras del cine internacional y Altman me invitó a abrir el baile con un vals improvisado. Me morí de amor, era solar, magnífico. Otro momento fuerte fue participar en el Festival Argerich en 2005 y ver cómo Martha Argerich tuvo que pelear con tanta fuerza para lograr imponer el festival a pesar de los problemas gremiales. Reuniones y conferencias de prensa sin parar. Iba a cantar “El amor brujo”, de Manuel de Falla, dirigida por Charles Dutoit en el Teatro Colón, y terminamos sin ensayo tocando la obra en el Gran Rex días más tarde, en un magistral concierto que dio. Nunca olvidaré el ojo de esa mujer mirándome cantar esta obra desde bambalinas, ver cómo casi improvisamos con un magnífico pianista italiano que ni siquiera conocía el día anterior. Había tenido el placer de conocerla en la casa de otra magnífica pianista argentina, Pía Sebastiani, a quien admiraba mucho y madre de mi representante, Pupi Sebastiani. Fueron muchos años de amistad, conciertos y  reuniones con grandes figuras del arte y de la música argentina e internacional. Disfruté y amé trabajar con Marcelo Lombardero, que fue director del Teatro Colón, entre otros, grandísimo régisseur y director de actores. Hemos cantado juntos y trabajado en varias óperas, pero lo máximo fue en la bellísima producción Diálogos de carmelitas, de Poulenc. Lombardero me dio el trabajo actoral que amo hacer, tantos ensayos con infinita precisión de cada movimiento, expresión que se grabó para siempre en mi memoria. Interpretar a una madre superiora en un convento, al borde de la muerte y renegando de Dios en su último suspiro fue extremadamente perturbador, morirse de esa forma en el escenario era jubiloso para ambos. Le debo una gran parte del éxito que obtuve en el Teatro Colón y en el Palacio de Bellas Artes en México. Es uno de los roles de ópera que repetiría con gran pasión. Otra historia que quiero compartir es mi amistad con Roberto Plate, pintor y escenógrafo argentino. Nuestro vínculo nació de nuestra colaboración en la producción del Teatro Colón Juana de Arco en la hoguera, de Arthur Honegger. Me dirigió en el rol de Juana junto a un magnífico actor francés, Didier Sandre, de quien también me hice muy amiga. Encarnar la inmensa Juana de Arco fue un desafío en todo sentido. Me fascinó actuarla. Nacer en la ciudad donde la quemaron, en una clínica que tenía su nombre, ir a la escuela que tenía su nombre impactó a Roberto, quien no pensaba nunca dirigir en la Argentina a alguien como yo. Fue una producción muy extraordinaria, en una hoguera gigante a cuatros metros de altura para terminar levantada al cielo. Tenía un monstruoso vértigo y recién el día de la función nos dieron la famosa hoguera, por problemas gremiales no habíamos tenido el decorado completo jamás. Otra gran aventura, encontrarme colgada arriba, contando mi miedo a estar quemada. A pesar de esto, fue un gran éxito y forjó una gran complicidad entre nosotros. Nos vemos con regularidad en París, donde tiene un magnífico taller, y nacieron otros proyectos y amistades, como la del famoso regista Pierre Constant, creador de una increíble comedia musical sobre Gardel que tendría que hacerse realidad pronto. A través de Roberto y su arte, descubrí la historia de los artistas del Instituto Di Tella, el escándalo que provocó su obra “Baño público” y su huida a Francia junto a muchos otros artistas. Fue y es muy enriquecedor estar en París en su taller y ver cómo se reúnen los argentinos jóvenes y grandes a compartir su cultura, en una bohemia eterna.

–¿Cómo caracterizarías tu discografía popular?

–Mis dos primeros álbums, Las damas de negro y Entre perros y lobos, partieron de mis ganas de cantar las canciones que amaba y añoraba. Quería conectarme de otra forma con el público argentino. Los considero como un tomo 1 y tomo 2. Me había dado cuenta en los conciertos de ópera de que cuando cantaba “La vida en rosa” de Piaf, la gente quedaba muy emocionada, adoraba esa parte mía. Conocí a un talentosísimo director musical, Pedro Giorlandini –hijo del gran escritor y pensador Eduardo Giorlandini–, con el cual empecé una larga colaboración. Me encantó cantar esas canciones tan conocidas de Piaf, Jacques Brel, Barbara, casi populares aquí. Era como recorrer los barrios parisinos con el público, hablaba con ellos y preguntaba quién había ido allá, y siempre alguien contestaba. Mi madre había venido a vivir sus últimos años aquí y venía a cada show, era cantarles a ella, a mis amigos, contar mi historia con otra voz. Fue en Entre perros y lobos que invité a otros artistas, como Franco Luciani, quien tocó una increíble versión de “Sous le ciel de Paris” conmigo. Ahí también empecé a filmar y a crear unos videoclips en YouTube, con mis imágenes, mis montajes y unas canciones mías. Me gusta la idea de crear todo de cero. Y me gusta el cambio. Mi tercer álbum fue Escombros de un vampiro sideral. Quería hacer algo nuevo, que me nutriera, y volví a mis primeros amores, complejos y tortuosos. Los poetas malditos: Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud. Fue sin dudas el trabajo más apasionante que logré crear de la nada. Tengo esta constante sensación de tener que encontrar algo nuevo y en ese momento, todo me parecía hecho. Y decidí apropiarme de estos textos hechos por hombres, bastante herméticos y jamás cantados en estas versiones por mujeres. La grabación en estudio fue justo antes de la pandemia, decidí que iríamos más a un tipo de música contemporánea rock punk basada sobre las músicas compuestas por Léo Ferré, y llame a Mathieu Ferré, su hijo, para pedirle permiso. No me conocía y me preguntó con tono de pocas pulgas por qué quería hacerlo con las músicas de su padre; le dije que me fascinaban. Cuando escuchó los arreglos que le pedí a Pedro Giorlandini, me dijo que eran bellísimas versiones y que las aprobaba. Con unas primeras versiones en el bolsillo, viajé a París y la Opéra National de Montpellier me compró el proyecto del espectáculo sobre los poetas. Me llevaron amigos a descubrir el lugar donde estos poetas bebieron el ajenjo a finales del siglo XIX, me sentí iluminada al probarlo en este lugar secreto que desapareció en la pandemia. Pasé la pandemia con ellos, aprendí de memoria estos poemas, masticando sin cesar cada palabra, cada sonido. Les pedí tanto a los músicos para cada sonido, cada color, y le pedí al compositor de cine Murci Bouscayrol suspiros de vampiros, ruidos de infierno, lamentos de hierro. Fue como pintar arriba de sonidos y se refleja en el álbum. Trabajé como nunca con Malia Bendi Merad como un alma gemela para llegar a impregnarme del sentido de estas voces y hasta creamos colchones musicales de voces nuestras en inglés, árabe, yugoslavo y español, que plasmamos sobre las canciones grabadas el año anterior. Este álbum recién empieza, salió de la Argentina con gran éxito en Montpellier gracias, entre otros, a la escenógrafa y regista. Por la pandemia nunca lo pude presentar acá, así que lo tengo jurado y lo presentaré este año o el próximo en la Argentina.

–¿Cómo surgió Vera canta Barbara?

–Mi último álbum nació del encuentro con José María Perazzo y amo toda la historia que genera. Un traductor argentino que vive en Nueva York, fan de Barbara, con un talento increíble, logra regalarme un material tan valioso que termina siendo el proyecto faro de mi 2023. Son muchos regalos, y Lito Vitale, seducido por la música que desconocía, también me ofrece su colaboración. De hecho, más que colaboración, tocar, masterizar. Cada vez son más las riquezas que se agregan. Y me hace sentir miles de emociones al compartir estas canciones que nadie conoce aquí como nuevas. Fue agotador grabar veintiséis canciones en francés y español en muy poco tiempo. Estaba emocionada, confundida por la velocidad y la belleza del resultado. Es un diamante este disco, refleja el amor a la música, el hacer música sin saber qué pasará después. Me lancé sola en este camino de la música independiente sin conocer casi a nadie de la música “popular”, cuando muchos ya se retiran de la ópera y del canto. No fue planificado y siento que todo es posible.

Vera Cirkovic presentará Vera canta Barbara el jueves 31 de agosto en Espacio Circe (Manuel Rodríguez 1559, CABA) y el viernes 22 de septiembre en Al Escenario (Gregorio Aráoz de Lamadrid 1001, CABA).

Escrito por
Daniela Lozano
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