Es doctor en Ciencias Biológicas por la UBA. Se desempeña como profesor plenario de la Universidad de San Andrés y profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes. Es investigador superior del Conicet y fue presidente de la Sociedad Argentina de Neurociencias. La lista suma y sigue. Un somero CV como el que figura en las solapas de sus (muchos) libros de divulgación científica habla de la trayectoria académica de Diego Golombek, pero sus fans, que los tiene, casi como un ídolo pop, prescinden de cualquier redundancia en la presentación y, para todos, siempre es más didáctico y entretenido registrarlo en primera persona.
–En tu más reciente trabajo, plantéas la existencia de una “ciencia de las ideas”. ¿Cómo se la puede definir y cuáles son los parámetros y materiales de estudio?
–Efectivamente, hay una “ciencia de las ideas”. La ciencia trata de entender el mundo, trata de entender por qué hacemos lo que hacemos, entender lo que nos pasa, y entre eso, trata de entender las ideas. No desde la filosofía, ni desde la “creatividad publicitaria”, sino qué le pasa al cerebro durante las ideas, la asociación de conceptos previos, qué cosas las pueden fomentar, qué cosas la pueden inhibir, y todo eso constituye una ciencia. De hecho, hay revistas que se encargan de la creatividad y las ideas, y experimentos que se encargan al respecto.
–¿A todas las personas “se les cae una idea” alguna vez? ¿Qué podemos hacer para que se nos caigan más y mejores ideas?
–Todos tenemos ideas, todos somos creativos, aun en las facetas más cotidianas: cuando te están enfrentando a una decisión en la cocina o en el escritorio, en la cama o en el colectivo. El asunto es fomentarlas, no dejarlas pasar, estar atento a cuando aparecen, porque generalmente son muy efímeras. En general, tienen que ver con una fórmula tan sencilla como “trabajo, trabajo, trabajo, disrupción…”. Me refiero a trabajar en un problema, hacerse experto en ese problema, por más sencillo que parezca, y darse el permiso de la disrupción, que puede ser un descanso, salir a pasear, solo o con amigos. Hay varios experimentos que demuestran que el trabajo en solitario no necesariamente arroja una asociación original de ideas y, obviamente, la disrupción sola tampoco. Tal vez, en la combinación de ambos, se forma la asociación de conceptos que están dando vueltas por el cerebro y logramos tener una “nueva” idea.
–Desde el título de tu libro enunciás la “ciencia de las buenas ideas”. ¿Cuáles son las “malas ideas” y cómo influyen en la vida cotidiana?
–El título original era La ciencia de las ideas, pero nos pareció que llamaba a confusión, de algo muy abstracto o filosófico. Por eso, está entre paréntesis, que conduce a la idea del libro. Yo creo que no hay “malas” ideas en el sentido creativo, de la innovación, sobre todo si las tomamos como un camino a no caer en el mismo error. No creo que haya malas ideas en el largo plazo, aunque en el corto plazo, nos podemos arrepentir de lo que acabamos de hacer o decir, pero hay que tomarlo con cierta perspectiva.
–En un libro anterior, Las neuronas de Dios, contraponés la racionalidad y la religiosidad como dos campos opuestos y tal vez complementarios.
–En realidad, no contrapongo racionalidad y religiosidad. Son caminos diferentes y que en general, cuando se mezclan, es para problema. Sí pueden coexistir pacíficamente. En particular, más que una ciencia contra la religión o versus la religión, yo propongo una ciencia de la religión, de la religiosidad. Entender por qué el 80 por ciento de la población mundial cree en lo sobrenatural, y lo asocia a una serie de rituales y dogmas, y a eso lo llama religión. Claramente, debe haber algo científico aquí, porque uno podría decir que es cultural, pero lo cultural no trasciende tanto las fronteras y las épocas. Por eso se podría elaborar una hipótesis biológica de la tendencia a creer en algo sobrenatural, que después lo asociamos culturalmente como una religión
–Se suele asociar la genialidad en ciertos campos, principalmente artísticos, con alguna forma de locura. El pobre y desgraciado Van Gogh como ícono. ¿Hay alguna relación entre genialidad y locura?
–Hay una cierta asociación de genialidad con lo que podríamos llamar locura, o melancolía o depresión. Y esto problamente se deba a que lo extremo resalta. Entonces, cuando uno piensa en artistas famosos, les va a encontrar aristas raras. El prototipo podría ser Van Gogh, pero también las poetas Alejandra Pizarnik o Sylvia Plath, gente que no tuvo un final muy feliz. Pero estas son puntas de iceberg; por debajo, está la enorme cantidad de personas creativas que no tienen un problema de salud mental. Lo que sí está demostrado, según estadísticas, es que hay cierto trastorno de salud mental en personas con genialidad, pero no a la inversa. No hay una alta proporción de genialidad en personas con problemas de salud mental. Es una correlación falsa, pero destacan tanto estos casos que opacan al resto.
Un aplauso para el asador
–En otro de tus textos clásicos, El parrillero científico, te metés con esa institución nacional que es el asado. Un par de secretos del asador, justificados científicamente…
–En general, es una ciencia intuitiva, que todo parrillero/a emplea a la hora de hacer el asado. Desde el material de la parrilla, las ventajas de los barrotes redondos, la altura del fuego, etc. O cómo mantener tanto tiempo el fuego, y acá entra la capacidad calorífica de los materiales de combustión, que es muy grande en el carbón, con la deficiencia que nos da ese gustito especial a la carne. Entonces, los buenos parrilleros mezclan distintas leñas con carbón, que prolonga el efecto calorífico. También el tipo de carne, si es con hueso, conviene ponerlo del lado del fuego, porque el hueso tiene aire, está lleno de canales que van a funcionar como aislante, para que el calor llegue más parejo. Entonces la carne no se va a arrebatar ni a quemar y cuando uno ve que está un poco cocinado, se da vuelta unos pocos minutos y queda a punto. También podríamos seguir con las verduras, los distintos cortes de carne… Es lo que yo llamo “ciencia de contrabando”, meter la ciencia donde nadie se la espera y así bajar los prejuicios. Porque si uno dice “voy a hablar de ciencia”, algunos salen corriendo. Es distinto si proponés hablar de música, de parrilla o de fútbol, que son temas comunes a la mayoría, y también hay mucha ciencia ahí.
–Hablemos de futbol, ya que somos campeones del mundo ¿Cómo se aplica y optimiza la ciencia a jugadores de élite de un seleccionado?
–Hay ciencia del fútbol. Aunque podemos divorciar esa pregunta del fútbol. Somos dos bolsas, lo que traemos de papá y mamá. Y somos mucho de lo que hacemos con eso que traemos de fábrica. Para ser un Messi, claramente, hay que traer mucho de fábrica. Pero sin el entrenamiento y la medicina (las famosas hormonas de crecimiento, en su caso), no hubiera sido ese jugador genial. También hay mucha física en las formas de pegarle a la pelota. Hay ciencia hasta en la hinchada. Un experimento de nuestro grupo de trabajo nos reveló cómo pasa el tiempo de acuerdo al resultado del partido. Si faltan cinco minutos y tu equipo va ganando, el tiempo se enlentece. Y a esto le pusimos números. La ciencia, en definitiva, es ponerle números al sentido común.
–¿Cómo está posicionada la ciencia argentina en el contexto global? ¿El país está en condiciones de exportar ciencia, además de científicos formados en las instituciones nacionales?
–La ciencia argentina es un mosaico complejo. Tenemos extraordinarias escuelas científicas, no en casual haber tenido tres premios Nobel, eso se nota cuando uno va a universidadades, instituciones que mantienen viva esa llama. El problema es que existieron muchos vaivenes, épocas de mucho apoyo material y simbólico, y épocas de menor apoyo, y con eso es muy dificil, construir una base sólida. Aun así, tenemos una alta productividad y buena calidad en relación a la inversión, que en este último tiempo se ha institucionalizado con una ley de financimiento. Volvimos a tener un Ministerio de Ciencia y Tecnología, que equivale a decir que para el Estado, la ciencia está a la altura de la educación o la economía.
–La importancia de evitar la “fuga de cerebros”.
–Hay un concepto equívoco en eso de “fuga de cerebros”. Opino sobre las ciencias naturales, el campo que conozco. Es fundamental ir a formarse en otras escuelas, pero lo ideal es que esa ida venga acompañada con la posibilidad del regreso, para formar equipos. Y dentro de todo, que sea un poco más federal. Hay un esfuerzo del Ministerio actual en ese sentido. Es difícil, claro, porque todo científico va a querer estar donde haya un terreno allanado, colonizar algo nuevo siempre tiene algo de patriada.
Soñar, soñar
–¿Qué dicen las neurociencias de las consecuencias de la primera pandemia global? ¿Hay ya estudios al respecto?
–Es la primera en tiempos recientes, pero en otras épocas, las pestes han acabado con buena parte de la humanidad. Durante la cuarentena estricta, dormíamos más, lo cual es bueno. Dormíamos más parejo, lo cual es bueno. Pero lo hacíamos más tarde, lo cual no lo es. Los niveles de ansiedad fueron muy altos y eso deja su huella. Tuvimos que acostumbrarnos a situaciones completamente nuevas, como el trabajo a distancia. Estar con contacto prolongado con nuestro círculo inmediato ha cambiado nuestras relaciones, los sueños han cambiado mucho.
–Los sueños han fascinado a la humanidad durante siglos. ¿Se puede determinar qué son?
–Los sueños son fascinantes. La ciencia nos dice que podemos meternos en esa intimidad, podemos meternos en los sueños. Es algo muy incipiente, pero a traves del registro encefalográfico, que indica que estamos soñando, podemos despertar a esa persona y preguntarle con qué soñaba y después de hacer muchos experimentos, uno puede predecir con que está soñando una persona dependiendo de la actividad eléctrica del cerebro. Da un poco de miedo, porque es meterse con lo más intimo. Hay algunas otras experiencias novedosas, con los “sueños lúcidos”, en los cuales uno elige con qué va a soñar y en algunas personas, muy pocas, se elige hacia dónde va , como en esa serie de libros Elige tu propia aventura. Aunque no sabemos qué son los sueños, ni siquiera sabemos qué es el sueño. No es solamente descanso. Sí sabemos que tienden a rememorar lo hecho en tiempos recientes, de una manera fragmentada y con un discurso no lineal. A veces, es bastante común que aparezcan soluciones a problemas, pero son muy efímeras, y solemos olvidarlas. Soñamos varias veces por noche y solemos despertarnos después del últimos sueño, que es el más largo.
–¿Hay “ciencia de derecha” y “ciencia de izquierda”?
–No creo que podamos discernir entre “ciencia de izquierda” y “ciencia de derecha”. La ciencia es una forma experimental de ver el mundo. En ciencia, no es verdad algo porque lo dice un premio Nobel, o lo dice el jefe o el Papa. Pero la ciencia la hacen las personas, con sus ideologías, sus egos, y por supuesto que hay científicos de derecha y de izquierda, pensando en una ciencia más abierta que no sea simplemente redituable en una aplicación, que es muy bienvenida, sino pensando en mejorar la calidad de vida de la sociedad.
–¿Qué puede aportar la ciencia a la política y a los políticos, tanto en campaña como en gestión?
–Puede y debe aportar. Lo que deberíamos lograr es una política basada en la evidencia. Existen las ciencias del comportamiento, que en el Reino Unido tienen una oficina que asesora al primer ministro con campañas, como ocurrió con la vacunación contra el covid. ¿Qué tipo de mensaje se debe dar? “Tenemos un vacuna contra la gripe esperándote a vos.”. Ese tipo de mensaje cambia el comportamiento de las personas. Yo vería con buenos ojos que más científicos se volcaran a la política, aunque no tengamos muchos estímulos, porque es más cómodo quedarse en nuestros laboratorios.
Verdadero o falso
–Dos de los mitos más acendrados en las ciencias del cerebro afirman que las personas empleamos un porcentaje ínfimo de la capacidad cerebral y que el cerebro se encuentra dividido en dos hemisferios que cumplen funciones divergentes.¿Verdadero o falso?
–Hay un mito dando vueltas que dice que solo usamos un 10 por ciento del cerebro. Absolutamente falso. Una buena imagen del cerebro es como aterrizar en una ciudad de noche. Está todo oscuro pero se prenden y se apagan luces por todos lados. Usamos todo el cerebro, pero no al mismo tiempo. Tampoco tendría sentido evolutivo desarrollar un cerebro que no utilizáramos en su totalidad. Ese mito tiene dos fuentes. Sucede que en el cerebro no solo hay solo neuronas, también hay otras celulas, como las de la glia, que tienen la misma raíz que la palabra inglesa glue (pegamento) porque en algún momento se pensó que tenían como función unir a las neuronas. Si en algunas partes del cerebro tenemos un 10 por ciento de neuronas y el resto de glia, el mito popular asegura que solo usamos ese 10 por ciento. Otro de los orígenes puede remitirnos a un tal Albert Eistein, quien dijo que todo lo logró usando un 10 por ciento del cerebro, pero era un tipo muy bromista y obviamente lo dijo como una ironía. El otro mito refiere que tenemos un cerebro izquiero más racional y un cerebro derecho, más emocional. Más que mito, es una exageración. Existen funciones lateralizadas, pero el cerebro funciona como un todo. Hay una área en el medio, el cuerpo calloso, que está enviando constantemente información de un lado a otro. Esta exagaración parte de un experimento realizado a algunos pacientes a los que se les seccionaba ese cuerpo calloso para evitar que un foco epiléptico pasase de un hemisferio a otro, y en esos pacientes se logró discriminar funciones del lado izquierdo y del lado derecho.
–¿Qué relación o reflejo real existe entre las pruebas de laboratorio para evaluar capacidades y su correlato en la vida cotidiana?
–Hay que tener mucho cuidado con extrapolar informaciones que aparecen en los medios, encabezadas como “un grupo de científicos de la universidad tal descubrió que…”. Los experimentos de laboratorio son eso. Experimentos de laboratorio. Controlados, en todas sus facetas. Esto no se extrapola a la vida cotidiana. Se deben validar en la cancha y esto no siempre es así. Las pruebas de inteligencia son una muestra. El coeficiente de inteligencia, el IQ, da un número, pero eso no significa que siempre nos movamos en la vida de manera más efectiva. Si en alguna información aparece que “científicos descubrieron la cura del cáncer a partir del vino”, seguramente se trate de células cancerígenas en cultivo, a las que se aplica un componente presente en la piel de las uvas, y genera un tipo de reacción. De ahí a que eso llegue a la clínica, hay un gran paso.
-Existe un estereotipo caricaturesco del científico, con el pelo revuelto, trabajando absorto en su laboratorio, mezclando filtros u observando por el microscopio. ¿Cuánto hay de auténtico en ese paradigma?
–Hay un experimento que se realiza desde hace cincuenta años en jardines de infantes en el que se les pide a los alumnos que dibujen a una persona dedicada a la ciencia y dibujan ese estereotipo. Pero eso no está restringido a niños y niñas de jardín de infantes. Con cualquier adulto pasa lo mismo. El imaginario de un científico es un personaje de Peter Capusotto, una persona rara que habla raro. Si bien vamos a encontrar personajes de ese tipo, dista mucho de ser el promedio de los científicos que uno puede encontrar en un supermercado o en cualquier otra parte, sin poder diferenciarlo particularmente.
–Está claro que no formás parte del lote. Tu labor como divulgador en los medios te construyó un perfil de cercanía y de entretenedor didáctico. ¿Qué clase de científico es Golombek?
–Contar lo que hacemos es parte de lo que hacemos, aunque no todos estén de acuerdo. Y lo contamos, la ciencia no es ciencia hasta que no se comunica. Lo que pasa es que lo contamos a partir de escritos, como son los papers, en los congresos. Ahora, yo estoy convencido de que parte de nuestro trabajo es contarlo socialmente, hacer comunicación pública de la ciencia. No es necesario hacer un programa de tele o escribir libros. Pero sí colaborar con el periodismo, ir a escuelas, participar de alguna manera. En mi caso particular, hace mucho que me dedico a las neurociencias, especializado en cronobiología, que es el estudio de los ritmos y relojes biológicos, pero me sentiría un poco rengo si hiciera ciencia sin contarla, o la contara sin hacerla. Le dedico tiempos equivalentes y la paso realmente bien, que creo es un objetivo loable en la vida.