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Caras y Caretas

           

Un profeta en su tierra

Cuando llegó a la dirigencia nacional comenzaron a llamarlo “el pingüino”, por su origen patagónico. Su militancia en Santa Cruz forjó el carácter que también llevaría a su gestión como presidente.

Hace ya varios años, un protagonista de los primeros pasos en la política de Néstor Kirchner en Santa Cruz señalaba: “¿Cómo te lo puedo definir? En 1982 se arma una plaza en defensa de la apertura democrática, acá en Roca y San Martín. Vinieron referentes de todas las fuerzas políticas. Toda la casta política tradicional de la provincia. Todos tranquilos. Ningún orador. Poca gente en la esquina. De pronto, en un acto pacífico con poca concurrencia, se sienten los bombos… ta, ta, ta, y aparece una banda de gente marchando por San Martín, y el Lupo (Kirchner) a la cabeza. Fumando, el tipo, con la campera de cuero y desprolijo como siempre, viene a la esquina. Llega y dice: ‘Compañeros… ¡Vamos a defender la democracia!’. Y encara por Roca a la casa de gobierno, y todos fuimos atrás. No te podías quedar y no marchar… llegamos a la casa de gobierno. Vino la tele, la policía, etcétera, y el tipo lideró el asunto. Hacía cosas así”.
Muchas historias del paso de Kirchner por la política en Santa Cruz están plagadas de este tipo de anécdotas. Historias que tienen en común elementos también observados en su paso por la política nacional, como la audacia y el manejo del efecto sorpresa, que muestran el rasgo militante de su liderazgo. Estar en la calle y dar la disputa allí, ir para adelante, no temer a la confrontación y el conflicto, poner el cuerpo, estar en el llano, son algunos elementos asociados usualmente con la militancia, pero que en el caso de Néstor Kirchner encarnan en un liderazgo.

Sus pasos en la política en su vida universitaria, previa a sus inicios políticos en Santa Cruz, muestran la naturaleza específica de este atributo. En su experiencia política en La Plata, Néstor Kirchner no había formado parte de la dirigencia, tampoco se había caracterizado por sus dotes de orador, destreza política por la que nunca se destacó, según califican sus contemporáneos. Contrariamente, poseía una actitud cuestionadora ante los planteos de los dirigentes y se destacó como militante por su capacidad de “poner el cuerpo”. Las investigaciones sobre su participación en la FURN en los años 70 lo muestran ocupando funciones asociadas a la defensa de la integridad física de los participantes de la organización y la resolución de conflictos políticos a través de la fuerza física, por su disposición de “ir al frente”.

Kirchner comenzó a participar en la política de Santa Cruz en el Ateneo Juan Domingo Perón, en la antesala de la vuelta a la democracia. Era un joven recién recibido, de apenas 30 años. El Ateneo era una organización fundada por dirigentes asociados a la ortodoxia peronista meses después de que el general Roberto Viola reemplazó a Jorge Videla en la conducción de la dictadura cívico-militar.
El primer quiebre de esta organización, y origen de lo que sería el Ateneo liderado por Néstor Kirchner, se produjo en 1982. Ese año se reestructuró su comisión directiva, y Kirchner se constituyó en vicepresidente de este nuevo lineamiento interno del peronismo de Santa Cruz, que postuló en las internas del peronismo en 1983 a su tío Manuel López Lestón, un viejo militante peronista, como presidente del PJ provincial y principal nexo de Kirchner con esa organización.

La primera y más representativa Unidad Básica (UB) del Ateneo, denominada “Los Muchachos Peronistas”, fue la segunda UB fundada en Río Gallegos desde marzo de 1976, y fue instalada en una importante y humilde barriada, Nuestra Señora del Carmen, donde se asentaban mayoritariamente quienes llegaban a la ciudad, principalmente desde Chile u otras provincias del país, en busca de ocupaciones en la administración pública o en tareas de construcción.

La vinculación con estos sectores sociales expresa también el origen de la matriz militante. Si bien los partidos de la época, y especialmente el peronismo, tenían un vínculo fuerte con el mundo popular, Kirchner buscó mucho más abajo, en los sectores más marginales de Río Gallegos. Por aquellos años, muchos chilenos –un sector estigmatizado en la sociedad local– todavía no podían votar y no estaban empadronados. Como señalaba un viejo dirigente, “Kirchner era un outsider. Intentó por adentro y después fue por la intendencia. Se apoyó en los sectores del otro lado de Santiago, donde está la chilotada, los chilotes. Ni peronistas ni radicales, él armó con ellos”.

La movilización electoral de esos sectores, el surgimiento de nuevos militantes y también de futuros dirigentes tuvieron su expresión en el Ateneo, que se caracterizó, en el concierto del peronismo de la época, por su capacidad de movilización e impronta militante, un hecho destacado a mediados de la década de 1980, cuando la militancia de los partidos tradicionales mostraba en Santa Cruz una prematura crisis.

La matriz militante no solo se expresaba en la tarea de movilización: la marca de “ir al frente” y “poner el cuerpo” también implicaba irrumpir en actos partidarios con una impronta disruptiva y cuestionar la legitimidad de una dirigencia a la que se acusaba de no representativa de las bases. No solo eran ideas y discursos, este espacio hacía carne esa identidad. Por eso se lo definía en aquellos años como el peronismo “duro” y “combativo”. También solían ser considerados por ciertos sectores como una fuerza que, en el marco de las pretensiones de unidad que reivindicaban todos los sectores del peronismo en 1983, estaba “en el enfrentamiento y la destrucción”.

DE MILITANTE A DIRIGENTE

En 1987, ante la fragmentación interna del PJ y cierto rechazo de los dirigentes con mayor capital político para apoyarlo en su carrera ascendente, decidió “cortarse solo”. Su candidatura a intendente de la capital de Río Gallegos dio nacimiento a lo que se suele describir como “el Kirchner de traje y corbata”. Este giro más formal de su figura coincidió con la decisión política de fortalecer la construcción territorial en Río Gallegos y lanzarse desde allí hacia la provincia, independientemente de los apoyos de la fragmentada dirigencia del PJ.

En 1988, la implementación de la Ley de Lemas, una expresión cabal de la crisis interna que no solo afectaba al PJ, configuró un escenario favorable al proyecto de Kirchner. Con este mecanismo, la debilitada estructura del PJ habilitó el ingreso a nuevos actores, y en 1989 el Frente para la Victoria estrenó su participación en la arena política provincial: Cristina Fernández de Kirchner accedió a su primer cargo político como diputada provincial.

El Frente para la Victoria, nombre original del sublema del PJ, capitalizó por aquellos años el descontento que la dirigencia política tradicional sufría. En cierta forma, la Ley de Lemas había sido una solución no solo a los conflictos internos irresolubles del PJ sino también la comprensión de que los afiliados a los partidos ya no respondían a las dirigencias y que los electores debían poder elegir, prescindiendo de la mediación partidaria. El perfil militante del FpV y la trayectoria externa de Kirchner de los espacios encumbrados de la política local y su historia de críticas lo mostraban como algo distinto.

En 1991, Kirchner accedió a la gobernación, y la impronta militante dejaba de ser la identidad de un sector del PJ local, que había sido y se había presentado por fuera de las lógicas de poder y las jerarquías, y se convertía en uno de los pilares de sustentación del poder político. La impronta de “ir al frente”, “poner el cuerpo”, “disputar las calles”, “soportar la adversidad” moldearon acciones e instituciones de su gobierno, le imprimieron una identidad y un estilo: una cabal expresión del liderazgo de Néstor Kirchner.

Escrito por
Pamela Sosa
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