Fue poco tiempo, si se lo compara con su intensa y ascendente carrera política, pero esos años iniciales que pasó en la ciudad de La Plata definieron el carácter político de Néstor Kirchner y lo marcaron, como a toda una generación, para la posteridad. Haber cursado en la efervescente Facultad de Derecho, haber sido parte de la primera organización peronista universitaria después de los gobiernos de Perón, haber participado de momentos trascendentes para la militancia del “luche y vuelve”, en una época en que las disputas las ganaba el que tenía más formación y más argumentos (cuando no acababan a los golpes), significó para un joven de una de las ciudades más australes del continente, una academia intensiva de todos los aspectos de la política, tanto los más sutiles y cerebrales como los más viscerales e irracionales. Imposible que después de toda aquella carga, un joven abogado con grandes ambiciones y mucha determinación no iniciara una carrera meteórica en su ciudad, sacándoles varios cuerpos de ventaja a sus rivales y a viejos dirigentes, para empezar como intendente local y finalizar en el cénit, como presidente de la Nación y conductor de un gran movimiento. Pero eso es adelantarse en el tiempo. Y este es un artículo sobre los años de Néstor en La Plata. Siguiendo el recuerdo de José María “Pepe” Salvini, su amigo y compañero de colegio y más tarde compañero universitario y cohabitante del departamento de la calle 1, “La Plata fue el lugar donde (…) nos bautizamos ungidos por la política universitaria, en medio de ese Onganiato que se prolongó con nombres como Levingston y Lanusse, para entrar en los inolvidables años 70, con todo lo que ello significó para quienes tuvimos esa mezcla rara de suerte y desgracia, de haberlos vivido como protagonistas”, escribió Salvini para el libro de Jorge “Topo” Devoto, Néstor. El hombre que cambió todo.
Fue 1969 el año en que Néstor llegó a la capital de la provincia de Buenos Aires. Se anotó en la Facultad de Derecho, que entonces funcionaba en el edificio neoclásico de la calle 7, donde hoy se aloja el gobierno universitario. La convulsión política era imparable. El peronismo, aun proscripto, buscaba abrirse paso en otros terrenos más allá del barrio y el sindicato. Así se formó la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), una incipiente agrupación surgida con estudiantes de Veterinaria y Derecho, como Carlos Miguel, Hugo Bacci, Nora Peralta, Rodolfo Achem y Marcelo Fuentes (entre muchos otros y otras), a los que fueron sumándose quienes encontraban en ese espacio una identificación que no era frecuente hallar en el estudiante medio. Para 1969, la agrupación contaba unos tres años de existencia y había logrado la síntesis entre militantes de base de la JP, estudiantes del campo “nacional” y trabajadores no docentes nucleados en el gremio Atulp. Los jóvenes peronistas asumieron que no había espacio para disputar el control del Centro de Estudiantes, sino que se propusieron desarrollar política a través de su condición “en formación”. Una frase que los definía era: “No somos estudiantes que hacemos militancia, somos militantes que estamos estudiando”.
LUPÍN
La historia de la FURN se cuenta en detalle en el libro, de Fernando Amato y quien escribe, pero basta decir que al año de llegar, l joven Néstor empezó a acercarse a sus referentes más visibles de Derecho, como Carlos Negri y Carlos “Cuto” Moreno. Para entonces, el dirigente central de esa facultad era Carlos Kunkel, quien años después sería electo diputado nacional en las elecciones que consagraron a Héctor Cámpora.
Néstor arrastraba de su ciudad el apodo de Lupín, por su parecido con el personaje de historieta. Paralelamente a su acercamiento a la FURN, Lupín y Salvini crearon el Centro de Estudiantes Santacruceños. Pepe era el presidente, y Néstor, el vice. Se les sumarían como secretarios Rafael Flores y Freddy Martínez. El Rafa Flores llegaría a alcanzar altos niveles dirigenciales en la FURN y luego en la JP. Rompería para siempre con Kirchner tras diferencias en el armado electoral provincial, más de una década después, agravadas por criterios dispares en la forma de hacer política.
En esos años en la FURN, Néstor fue un activo militante. Muchas veces, las acciones consistían en agitar en las calles alguna fecha simbólica, que solían terminar en corridas con la policía; muchas veces a los golpes con alguna otra agrupación. En esos años, la violencia no estaba tan mal vista. El mundo había resuelto muchas injusticias con sangre y muerte. Y los jóvenes no podían ser impermeables a esa tendencia. También podían dedicarse a “romper” actos o encuentros de referentes de la derecha o el poder económico; a salir a reclutar nuevos militantes para engordar las bases de una fuerza política que crecía sostenidamente al calor de un claro objetivo: lograr el retorno de Perón. Entre tanto, se encontraban a discutir ideas, a compartir experiencias y a proyectar un futuro colectivo, soberano, independiente y justo.
“Leíamos de manera intensa y desordenada cuanta publicación consiguiéramos de Perón, Jauretche, José María Rosa, Puiggrós, Marechal, José María Castiñeira de Dios, Scalabrini Ortiz, John William Cook, Juan José Hernández Arregui (…) y muchos otros líderes e intelectuales del tercer mundo”, recuerda Kunkel en su capítulo de El hombre que cambió todo. Néstor ya era uno más de la FURN cuando el General, desde el exilio, mandó una carta saludando su creación. “Es auspicioso para la causa de la liberación de nuestra Patria y de su Pueblo que la juventud universitaria haya comenzado a comprender la realidad de nuestra situación y la necesidad de ponerse a luchar por resolverla”, les dijo en una misiva fechada en Madrid el 24 de junio de 1970. Se lo adivina a Néstor leyendo los párrafos en voz alta, enronqueciendo la voz y agitando los brazos, con una sonrisa gardeliana y ojos achinados, una peculiar imitación que hacía matar de risa a sus compañeros en peñas y pensiones.
El Néstor militante fue parte de las dos procesiones que fueron a recibir al líder, en 1972 y en 1973. También de la campaña que permitió la victoria de Cámpora y la del regreso definitivo de Perón al poder. Vivió el crecimiento exponencial de la juventud peronista y de Montoneros y fue atravesado por la histórica campaña del “luche y vuelve”, que hoy es resignificada por la militancia kirchnerista. A pesar de su delgadez, su altura era intimidante, por eso fue convocado para conformar lo que llamaron “La Banda Púrpura”, un grupo de avanzada y defensa de la agrupación. Sus compañeros lo recuerdan como alguien que no dudaba en ir al frente, en palabra y en acción.
En la primavera de 1974 conoció a Cristina Fernández, otra joven militante, alumna de Derecho que destacaba por su capacidad de estudio. Néstor vivía con Omar Busqueta, que era el novio de Ofelia “Pipa” Cédola, compañera y gran amiga de Cristina. Había cambiado un poco su aspecto. “Parecía un personaje salido del Mayo francés y me hacía recordar a Daniel Cohn-Bendit con su pelo largo, lacio, anteojos cuadrados y grandes de marco negro, flaquísimo, y una campera verde que lo hacía parecer –comentario venenoso de mi padre– un guerrillero que bajaba del monte”, relata Cristina en Sinceramente.
Los últimos tiempos en La Plata del ya matrimonio Kirchner-Fernández los encontró en la antesala del momento más oscuro de nuestra historia. Allí compartieron casa y compañía con Carlos Labolita, un militante montonero que había quedado desenganchado de la “orga”, y su esposa, Gladis D’Alessandro. Néstor y Cristina los cobijaron en una casa en City Bell. Luego se fueron a una pensión en Capital. Allí estuvieron la noche del golpe cívico-militar. Más tarde, Labolita fue a Las Flores, su ciudad, y fue detenido y desaparecido.
Ya tenían decidido irse a vivir a Río Gallegos, pero Néstor todavía necesitaba recibirse. Tal como se cuenta en Setentistas, le dijo a su esposa:
–Tengo que terminar mi carrera, quiero el título de abogado.
–Pero… ¿para qué querés un título en un país donde no se sabe si al día siguiente vas a estar vivo?
–Quiero hacerme una posición porque voy ser obernador de Santa Cruz.
Le entregaron el título el 20 de septiembre de 1976. Como hicieran otros, se hizo acompañar por compañeros para evitar sorpresas en épocas de secuestros y desapariciones. Volvió a su ciudad natal para instalarse, formar una familia y comenzar a ejercer como abogado y dirigente político. Tenía un diploma. Pero también una experiencia superlativa que le permitiría dar comienzo a un recorrido en la historia argentina que no tendría techo.