Esta frase encabezaba un afiche inolvidable que empapeló las calles los últimos días de la dictadura y los primeros de la naciente democracia. Seis años antes, en el momento más cruel de la represión ilegal, un grupo de abuelas se venía cruzando en hospitales, cuarteles y comisarías. En todos esos lugares habían compartido las miradas despectivas y humillantes, les habían mentido y en algunos casos las habían corrido por la fuerza. Buscaban a sus hijos y también a sus nietos, nacidos en cautiverio. El dolor no podía ser mayor, la soledad era total. La Iglesia se negaba a recibirlas, los dirigentes de los principales partidos políticos también.
El Poder Judicial, al que tenemos que acostumbrarnos a no confundir con “la justicia”, no era cómplice de la dictadura: era parte del aparato de terror y represión. Ante las decenas de hábeas corpus presentados, una jueza de menores, Marta Delia Pons, dijo: “Estoy convencida de que sus hijos eran terroristas, y terrorista es sinónimo de asesino. A los asesinos yo no pienso devolverles los hijos porque no sería justo hacerlo. No tienen derecho a criarlos. Tampoco me voy a pronunciar por la devolución de los niños a ustedes. Es ilógico perturbar a esas criaturas que están en manos de familias decentes que sabrán educarlos como no supieron hacer ustedes con sus hijos. Solo sobre mi cadáver van a obtener la tenencia de esos niños”.
Y no era la única que pensaba así, una parte importante de la sociedad la acompañaba “en el sentimiento”. Las madres y abuelas decidieron ir a la Plaza de Mayo, el lugar histórico de los reclamos populares desde 1810. Empezaron a hacerse visibles, empezaron a hacerlas “circular” y circularon, alrededor de la Pirámide y de todo el mundo. Viajaron, se entrevistaron con cuanta personalidad se mostraba receptiva, líderes políticos y religiosos, organismos de derechos humanos. El mundo comenzó a enterarse de las atrocidades cometidas por el tándem Martínez de Hoz-Videla, sus esbirros militares, eclesiásticos y judiciales y sus privilegiados socios civiles, que se enriquecían en forma proporcional al desmantelamiento del aparato productivo y al endeudamiento compulsivo. Decían orgullosos que daba lo mismo producir acero o caramelos. El presidente Carter envió a Patricia Derian a interiorizarse de la situación de los derechos humanos en la Argentina.
En vísperas del Día del Niño de 1978, el diario La Prensa se avino a publicar esta solicitada: “Apelamos a las conciencias y a los corazones de las personas que tengan a su cargo, hayan adoptado o tengan conocimiento de dónde se encuentran nuestros nietitos desaparecidos, para que en un gesto de profunda humanidad y caridad cristiana restituyan esos bebés al seno de las familias que viven la desesperación de ignorar su paradero. Ellos son los hijos de nuestros hijos desaparecidos o muertos en estos últimos dos años. Nosotras, Madres-Abuelas, hacemos hoy público nuestro diario clamor, recordando que la Ley de Dios ampara lo más inocente y puro de la Creación. También la ley de los hombres otorga a esas criaturas desvalidas el más elemental derecho: el de la vida, junto al amor de sus abuelas que las buscan día por día, sin descanso, y seguirán buscándolas mientras tengan un hálito de vida. Que el Señor ilumine a las personas que reciben las sonrisas y caricias de nuestros nietitos para que respondan a este angustioso llamado a sus conciencias. Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos”.
La proximidad del Mundial de fútbol puso en el centro de la escena los crímenes dictatoriales a nivel global. Y allí estaban las abuelas denunciando. El mundo las vio por primera vez gracias a la televisión holandesa, de visita en Buenos Aires para cubrir el campeonato. Fueron a la ronda y registraron lo que tenían para decir aquellas mujeres extraordinarias, narraron el infierno que estaban pasando y una de ellas dijo mirando a la cámara: “No sabemos nada, si están vivos, si están muertos, si tienen hambre, si tienen frío. ¡Por favor, ayúdennos. Ayúdennos! Son nuestra última esperanza”. Las imágenes son tremendas y desgarradoras. Se la ve solas, rodeadas de policías y de provocadores. Pero allí estaban, madres y abuelas reclamando por sus hijos y nietos en medio de una sociedad anestesiada que miraba para otro lado. Desde entonces, las Abuelas han recorrido un largo camino que historiamos en detalle en estas páginas. La justicia, la impunidad, el reconocimiento son parte de la historia, con logros extraordinarios como el Banco Nacional de Datos Genéticos y el haber encontrado a 132 nietos. Su prestigio internacional es indiscutible, un orgullo argentino. Gracias por siempre, gracias por la búsqueda y por el encuentro.
“Mi abuela me está buscando”
