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Caras y Caretas

           

“Transitar el camino de la verdad es lo mejor que le puede pasar a las personas”

Télam Buenos Aires 23/03/2014 Horacio Pietragalla, Victoria Montenegro y Pablo Gaona Miranda podrían definirse como compañeros, amigos o conocidos, pero decidieron llamarse "hermanos", pues aunque no tienen la misma sangre, comparten el rasgo más distintivo de sus respectivas historias: son hijos de desaparecidos que lograron recuperar su verdadera identidad. Foto: Télam/ddc

El recorrido de Pablo Javier Gaona Miranda para recuperar su identidad fue largo y complejo. Pero su valentía le permitió reencontrarse con quienes siempre lo esperaron y comenzar a experimentar una vida plena.

Pablo Javier Gaona Miranda es el nieto recuperado número 106. Su madre era tucumana, se llamaba María Rosa Miranda y sus amigos le decían “Mery”. Su padre nació en Asunción, Paraguay, se llamaba Ricardo Gaona Paiva y su familia le decía “Peti”. Ricardo militó primero en la JUP y luego, junto con María Rosa, en el PRT-ERP. Allí devinieron para sus compañeros en “Silvia” y “Jorge” o “Paraguayo”. María Rosa y Ricardo se enamoraron, formaron pareja, y el 13 de abril de 1978 nació Pablo en el Hospital Rivadavia de la ciudad de Buenos Aires. Un mes después, el 14 de mayo, la familia fue a celebrar la independencia del Paraguay con los padres de Ricardo en Villa Martelli. Se despidieron y no llegaron al edificio de Barrio Norte donde Ricardo trabajaba de portero. La pareja permanece desaparecida. El bebé fue entregado por un coronel a su primo y su esposa. Pablo creció con ese matrimonio de apropiadores bajo el nombre de Leandro.

–¿Cómo fue tu niñez y cuándo empezaste a tener dudas respecto de tu identidad?

–Crecí pensando lo que mis apropiadores me habían dicho: que era un niño adoptado, que me habían ido a buscar a Misiones y que mis padres habían fallecido. A mis dos hermanas mayores les habían contado la misma historia. Con el correr de los años, descubro que, en el caso de ellas, efectivamente eran adoptadas en Misiones. Mi caso se termina resolviendo de otra manera.
De adolescente, había cosas que no me cerraban. Tenía un padrino que era militar y eso despertó también mis dudas de si no era hijo de desaparecidos. Otro indicio era el documento: en el de mis hermanas efectivamente figuraba que habían nacido en Misiones, en cambio, en mi caso figuraba como nacido en San Fernando, provincia de Buenos Aires. Ahí había una inconsistencia.
–¿Fueron esas cuestiones las que te hicieron dudar o hubo otros indicios?
–Cuando crecés en medio de la mentira hay algo que flota en el aire, algo ominoso que incomoda. Leía en los diarios, escuchaba en la radio y en la televisión que, en las historias de los nietos de desaparecidos, el padrino era un militar que generalmente oficiaba como el que entregaba a los bebés a las familias apropiadoras. Ese terminó siendo mi caso. Eso me hizo sospechar particularmente. Igual, fue un proceso largo lleno de negaciones en donde intenté no hacerme cargo de esa historia.
–¿Qué fue lo que te decidió a acercarte a Abuelas? ¿Hubo un hecho puntual o una serie de hechos puntuales que actuaron como detonantes?
–Fue a través de muchos años y de recopilar mucha información, datos, pistas. Yo sentía que tenía que ir a Abuelas, que en algún momento tenía que ir a Abuelas. Cada vez que me enteraba que restituían a alguna nieta o nieto, sobre todo cuando empezaron de manera más sistemática los juicios tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final y se transformó en agenda de gobierno el tema de los derechos humanos, sentía que el tema me acuciaba. Se volvió tan presente que comencé a sentirme mal. Me enteraba que muchos jóvenes de mi generación iban a sacarse dudas y yo me veía con imposibilidades, que no podía por diversos motivos y trabas internas. En un momento surge medio de casualidad, tengo una discusión con mi apropiadora que no tenía nada que ver con este tema y le digo, entre otras cosas, que quiero ir a Abuelas de Plaza de Mayo porque creía que era
hijo de desaparecidos. Ella en ese momento no le da o simula no darle importancia a lo que digo. Pero al otro día me dice “por favor, tengo que hablar con vos. Estuve pensando y te pido que no vayas a Abuelas”, porque Héctor, que era el padrino militar, y ella y mi apropiador podían ir presos. Yo, en ese momento, no tenía mala relación con ellos. Ella me puso entonces en una encrucijada. Era 2008, y entonces le digo que no voy a ir. Con el tiempo me doy cuenta de que era una estrategia por parte de la apropiadora para manejar mi culpa.
–¿Cómo siguió tu proceso interior?
–Me tomé mi tiempo para pensar más e investigar más sobre el terrorismo de Estado y la historia de los desaparecidos durante la dictadura. En 2012, finalmente, me decido a ir a Abuelas, ahí me dicen que tengo que hacerme un análisis de sangre y que esa es la única manera que tienen para que pueda sacarme la duda, de saber si yo era o no hijo de desaparecidos. Les cuento esta charla que tuve con mi apropiadora y entonces me dicen que con más razón tengo que hacerme un ADN. El 1º de agosto 2012, la Conadi me confirma que soy hijo de Ricardo y de Mery, que me llamo Pablo Javier, que nací a las tres y media de la tarde. Ese mismo día vi mi partida de nacimiento original y me empezó a cambiar la vida.
–¿Cuáles fueron tus sentimientos al enterarte de tu identidad?
–Después de tanta vuelta y de estar más informado, sentí mucha alegría. Tuve la fortuna de conocer inmediatamente a mis tíos, a mi tía y a mi prima por parte de mi madre, y a la semana siguiente conocí a mi abuela Justa Paiva, que siempre me había esperado. Fue muy lindo, muy aliviador recuperar la identidad. Si no, siempre sentís que hay algo que está mal dentro de vos, hasta culpa. Transitar el camino de la verdad es lo mejor que les puede pasar a las personas. También tiene su parte fea, claro. Cuando mis apropiadores se enteraron de que sabía la verdad fue duro también. Nuevamente, con el tiempo, te das cuenta de que intentaban manejar mi culpa, de que son estrategias de manipulación. Porque me di cuenta y tuve que atravesar el sentimiento de que aquello no era un verdadero cariño, sino que me habían mentido y manipulado toda la vida y que además habían sido cómplices de una dictadura. Hasta que uno se da cuenta de eso, pasa mucho tiempo, pero la verdad prevaleció. Ya no tengo ninguna relación con mi apropiadora, y mi apropiador ya falleció.

–¿Quiénes te acompañaron en este nuevo momento de tu vida?
–Uno a veces, que se está enfrentando con la verdad, no puede hacerse del todo cargo. Con el paso del tiempo me fui rodeando de abuelas, de nietos que habían tenido experiencia con este tema. Entre los nietos se llaman hermanos. Yo ahora lo comprendo y lo siento así: son mis hermanos.
–A partir de relatos familiares habrás reconstruido la historia y anécdotas de tu madre y tu padre. ¿Qué sentís en común con ellos, además del impresionante parecido físico con tu padre?
–Según cuentan, mi madre era una persona bastante tranquila y tímida hasta que entraba en confianza y se mostraba muy alegre. Esa es una característica muy mía. De mi padre, me dicen mis tíos que desde muy temprana edad no podía entender ni soportar las injusticias. Su militancia era fruto de rebelarse contra esas injusticias, contra el hecho insoportable de que hubiera personas que tuvieran tanto y otras no tuvieran nada. Vino de Paraguay desde muy chico. Llegó a Villa Martelli, a un asentamiento. De más grande, llevaba el agua al barrio. Mi madre y mi padre militaban por las cuestiones sociales y de las desigualdades que hoy perduran. Y me puso muy orgulloso saber eso.

Escrito por
Adrián Melo
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