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Caras y Caretas

           

“Es interesante la experimentación con textos que no son teatrales”

Directora, dramaturga y docente, Analía Fedra García es una referente del teatro independiente argentino. En marzo repondrá El vuelo de Basilio, adaptación de un cuento de Haroldo Conti. En esta entrevista repasa su trayectoria y habla sobre la situación de un sector en crisis.

Desde sus inicios, Analía Fedra García estuvo vinculada con la expresión artística: del conservatorio Julián Aguirre en Banfield pasando por su formación en el emblemático Andamio 90 y el estudio con referentes de la talla de Juan Carlos Gené y Verónica Oddó. Es que en su recorrido, la creación va más allá de algo esquemático, es una puerta abierta que busca articular nuevos lenguajes, desde el pensamiento, la intuición y la profunda investigación que corre en cada uno de sus espectáculos. Empezó con Chiquito, su primigenio proyecto luego llevado al teatro La Carbonera, y se consolidó como una de las realizadoras más relevantes del teatro independiente con obras como Greek, Antártida y Enero.

Uno de sus más recordados proyectos es El vuelo de Basilio, adaptación del cuento “Ad astra”, del querido escritor Haroldo Conti, que será reestrenado en el Centro Cultural de la Cooperación en marzo próximo. Una historia que cruza lo narrativo con el mundo de los títeres para abordar la ilusión de los soñadores, de esas infancias que se proponen dejarse llevar por aquello que está más allá de lo terrenal, de caer para volver a levantarse y alcanzar finalmente sus metas, a pesar de las dificultades que puedan surgir en el camino.

–¿Cuándo empezó tu vínculo con las artes y cómo se fue desarrollando en esos primeros años de recorrido?

–Mi vínculo con las artes empezó desde muy chica. Fui al Conservatorio de Música Julián Aguirre, en Banfield. Estudiaba violín con el maestro Bernardo Prusak. Y en la adolescencia, aunque ya no tocaba violín, seguí estudiando. La música fue mi primer acercamiento a lo artístico. El teatro vino mucho después. Estudiaba Biología en la UBA, y cuando tenía que elegir la especialización, de un día para otro, a los 23 años, después de haber visto a Alejandra Boero en una entrevista en la tele, me anoté en Andamio 90. Hice los cuatro años en Andamio y después estudié con Veronica Oddó y Juan Carlos Gené. Tuve esa primera formación de cinco años como actriz. En el curso de dirección de Gené participé como actriz, y fue el primer contacto con la dirección. Quería seguir formándome y por esa razón ingresé a la UNA, sin conocer el plan de estudios. Recién en el transcurso de la carrera se terminó de definir mi vocación por la dirección.

–¿Cuáles fueron tus maestros en el mundo del teatro y qué recogiste de ellos a la hora de pensar tus espectáculos?

–Tengo muchos maestros y maestras del teatro. Algunos son referentes directos, porque fui alumna. Juan Carlos Gené, Lucero Aguilar, Rubén Szuchmacher, Andrés Bazzalo, Luis Cano, Daniel Veronese. En mi formación como directora no tuve docentes mujeres. Todavía hay muy poco espacio para nosotras en los ámbitos educativos, pero espero que cambie en algun momento. Y por otro lado, tengo como maestra a Pina Bausch, de la que pude ver hace muchos años una obra sobre Ifigenia de Gluck en Wuppertal. Su obra siempre se ofrece para aprender mucho. Además de las clases, ver obras es una muy buena manera de aprender. Y claro, los escritos de Brecht, Strindberg, Breyer Brook, Meyerhold o Kantor. De que manera se mixtura todo eso, opera de una manera que no es tan consciente. Busco crear mi obra. Y si bien de cada artista tomo o me interesan más algunos aspectos de lo teatral que otros, siempre hay algo interesante para pensar o repensar. Cada proyecto para mí es un modo de investigar, así que en distintos proyectos me apoyo en ciertas lecturas o experiencias más que en otras, en una búsqueda intensa por eso que intuyo para la obra.

–Pensando en la pandemia, ¿cómo se maneja la tensión de las pequeñas producciones ante las urgencias económicas por sostenerse y la necesidad de conectar humanamente con las realidades sociales?

–La pandemia fue durísima en muchos aspectos, además del económico. Es demoledor pensar en que tu profesión deja de existir, al menos durante un lapso, que fueron casi dos años. Y si la producción de obras en el off estaba precarizada, después de la pandemia se profundizó más aún. Hay muchas tensiones entre lo que se les pide a los grupos para poder sostener una obra en el off y las posibilidades económicas reales. Este año hice tres obras en el circuito off y fui una privilegiada porque pude realizarlas gracias a dos premios y subsidios que recibí. Si no hubiera sido imposible hacerlas. El sector teatral es muy precarizado y hacemos teatro, a pesar de. La mayoría tenemos trabajos de docencia, que nos permiten en los pocos horarios disponibles ensayar, pensar una producción, etc. Cada vez se requiere más trabajo para buscar nuevas vías de producción para realizar obras en el off.

–Este año llevaste adelante Enero, basada en la novela de Sara Gallardo. ¿Cómo trabajás el nexo de una obra de literaria, en este caso de una figura nacional de las letras, y la impronta personal que se construye en esa adaptación?

–La novela Enero, de Sara Gallardo, me fascina. Durante la pandemia aproveché para trabajar en la adaptación. La impronta personal de la adaptación pasa por las elecciones del recorte de la novela, lo que elijo y cómo lo organizo. La literatura no espera la representación, por lo cual todo lo que se hace con la literarura para llevarla a escena es algo totalmente diferente a la novela. Tengo muy claro que lo que más me interesa es rescatar la voz de Sara Gallardo. Y me parece interesante la experimentación con textos que no son teatrales. Con Vanesa González fuimos experimentando distintas formas de poner en tensión el texto con una situación, desplegar con palabras una sensación, una imagen. Y principalmente me basé en preguntarme qué se necesita contar con palabras y con gestos.

–También volviste a presentar Antártida. ¿Qué mixturas buscaste profundizar en la obra? ¿Cómo se construye la sensación de un clima tan único a través de la representación escénica?

Antártida es un cruce entre crónica y ficción y trabajé en la puesta con un planteo abstracto y sintético. El trabajo actoral de Julián Pucheta, María Zubiri, Mariano Bassi y Federico Bianchini, periodista y coautor, se basó en la creación de ese clima extremo y en soledad. Frente a la pandemia quise pensar en el aislamiento, pero sin hablar de la pandemia de manera directa. Lo que sucede en una base antártica entre las personas fue el punto de partida.

–En los últimos años, el sector evidenció muchas precariedades. ¿El teatro necesita adentrarse hacia una nueva cartografía cultural?

–Leyendo sobre historia del teatro en la Argentina podés darte cuenta de que siempre fue difícil y complejo producir obras. El teatro parece estar reiteradas veces en crisis. Vivimos en la Argentina y el sector cultural se sostiene principalmente por las personas que lo hacen. No soy especialista en políticas culturales, pero me podría arriesgar a decir que observo que se pone en general el foco en cubrir o resolver emergencias, de manera continua. Y me parece que quizás habría que pensar en políticas culturales que sean a largo plazo, y que trasciendan a un gobierno de turno. Fue una buena noticia que se extendiera por cincuenta años el financiamiento para distintos institutos ligados a la cultura. Creo que pensar a largo plazo y estudiar el impacto en red de todo el sector es como podría generarse algo nuevo que dé un poco más de estabilidad. Generar nuevos espacios de teatro estatal daría mejores condiciones laborales para un amplio sector.

–¿Cuál es tu principal desafío artístico e ideológico como realizadora?

–Hacer teatro popular de arte.

Escrito por
Pablo Pagés y Marvel Aguilera
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