Su puesta de Bodas de sangre, el clásico de Federico García Lorca, en la sala Martín Coronado del Teatro General San Martín, es uno de los acontecimientos teatrales del año. Todo es legítimo artificio e impostación en esta versión respetuosa del texto original, que aborda al gran autor hispano en su intensidad dramática, pero también en sus matices y guiños, con un montaje de gran espectáculo que no se ahorra despliegue escenográfico. Pandemia y encierro mediante, el proyecto, largamente demorado, tuvo una intervención previa en formato audiovisual para el ciclo “Modos híbridos” (2020), donde aquel elenco inicial dialogaba con sus propias experiencias personales. Así, entre el gran teatro y la investigación casi documental, transcurren los trabajos y los días de Vivi Tellas, directora, curadora, creadora de géneros como el biodrama e inventora de unidades imaginarias como el UMF (Umbral Mínimo de Ficción).
–Bodas de sangre se estrenó en 1933 y ha conocido muchas versiones. ¿Cuanto hay de adaptación para una obra que se presenta en el siglo XXI?
–Es el texto original. Trabajé en la adaptación con Cecilia Pavón, una poeta argentina, y lo que hicimos fue unas traducciones de palabras muy españolas que hubiesen alejado un poco al público. También aligeramos un poco el “tú”, pero mantuvimos el artificio. Todo en la obra es lo “no natural”.
–Hay un aire a Manuel Puig sobrevolando la puesta.
–Exacto. Encarar a Lorca desde la alta cultura es volver a censurarlo. Para mí, representa una búsqueda abrirle una puerta a Lorca, que tiene humor, es sexual, es sucio, es chusma, en su cosa más baja. Todo está en el texto, como está en su vida y en las razones de su muerte. La obra funciona también como un recordatorio, un homenaje. En mi puesta hay varias capas. La historia del amor equivocado, del amor peligroso, está en todos nosotros.
–El humor de ciertos episodios toma desprevenido al espectador, que no sabe si queda bien reírse en medio de tanto dolor.
–Me gusta desconcertar, no me gusta la manipulación desde el escenario, “bueno, acá te tenés que reír” o “acá tenés que llorar”.
–La modernidad se cuela en otros aspectos. El galán no es arquetípico, la vieja criada está interpretada por un actor; aparece una pareja de baile en vivo, como número de la fiesta de bodas.
–Leí por ahí en una crítica que el galán es más bajo que la novia. ¿Qué tiene qué ver el amor con la estatura? El actor que interpreta al novio (Alfredo Staffolani) es re sexy, que es lo importante. Quise que la pareja de baile y la cantaora fueran de verdad, y no poner en un brete a la actriz. Todos en el elenco son directores, maestros, autores, no son nada más que intérpretes. Hay un diálogo con el texto que enriquece la puesta. Insume mucha energía física a los actores, mucha construcción. Incluso, ese telón pesa quinientos kilos, hay dos personas que lo suben y lo bajan, no es automático. Es como un personaje más. Fue un gusto que nos dimos, hacer el “gran teatro”, “la gran obra”. Un formato que ya no estila.
–Esta celebración del artificio parece chocar con tu experiencia en el biodrama.
–El biodrama va por otro camino, es otro tipo de investigación. Pero hace veinte años ya hice una puesta, de un clásico de Lorca, La casa de Bernarda Alba, con Guillermo Kuitca, para mí, el más importante artista argentino, que volvió a acompañarme en el diseño de la escenografía. Siempre fui experimental en mi trayectoria y vivo buscando algo muevo, que me sorprenda.
“La primera vez que me llamaron para dirigir el Teatro Sarmiento, en 2001, quería ofrecer un espectáculo desde el teatro público, y se me ocurrió una una idea: si pudiéramos hacer una historia de cada habitante de la ciudad, armaríamos el paisaje poético de Buenos Aires. Pensé ‘bio’ de vida y ‘drama’ de teatro, e inventé esa palabra”, precisa respecto del formato, que ya adquirió vuelo y libertad propios.
“Me formé en la dictadura, con la expropiación de la propia historia, y creo que hasta hoy no nos damos cuenta de la profundidad de las marcas. Hay algo profundo y oscuro en esa herencia, de ahí que el biodrama sea una recuperación de la historia, de un patrimonio, y podemos pensarlo poética y teatralmente. Adquirió muchas formas con distintos directores y directoras convocados. Surgió tanto interés, que estuvimos ocho años , aunque yo en paralelo, dirigía mis obras”, apunta.
Basado en vidas reales

Cruzando vivencias y escritura, confesiones y consensos, los biodramas adquieren un formato de teatro documental, donde los protagonistas revelan sus propias historias, sin aditamientos ni convenciones, aunque tamizadas por el filtro de la autora. “Hay mucha reescritura, porque quiero que se escuche bien, basado en las historias personales. Es una coautoría, pero nunca voy a escribir algo que la persona no quiera compartir. Porque en algún momento se vuelve público. Mi primera obra era con mi mamá y mi tía, que no eran actrices”, recuerda.
–¿Cómo se trabaja la dirección en esos casos?
–Nunca les marco nada de actuación, porque no son actores. No tienen elementos técnicos, no están formados en esa escuela. Y eso es lo que interesa para mi trabajo, los cuerpos inocentes. Porque una vez que alguien se entrena como actor o actriz, no lo puede perder. No trato de convertir a las personas en lo que no son, porque entonces llamaría a actores o actrices profesionales. Siempre son personas o mundos que tienen algo de teatralidad.
–Ante la duda, aplicás el Umbral Mínimo de Ficción (UMF), cual contador Geiger.
–Es una medida poética (se ríe). Pero lo que me interesa es salir de esa división binaria entre ficción y no ficción.
–¿Buscás la historias o los personajes vienen a buscarte?
–Son experiencias que se me presentan en la vida. Hice un curso con Tomás Abraham y descubrí que en la filosofía hay mucha teatralidad (Tres filósofos con bigotes). Fui a aprender a manejar en el ACA y terminé tentándome de risa, con todo lo que pasa en una especie de ciudad falsa que es el simulador. Renuncié a la licencia de conducir, pero hice un biodrama con los instructores (Escuela de conducción). A veces, ocurre de otra manera, como convertirme en espectadora de la vida de Edgardo Cozarinsky, que es el último intelectual de una época, interactuando con su médico real (Cozarinsky y su médico) Ahora, sí, ha aparecido mucha gente que me actúa sus historias para interesarme. Me da un poco de ternura.
Twist y gritos
Allá lejos y hace tiempo, albores de la década de 1980, con una dictadura que no renunciaba a retirarse a cuarteles de invierno, una joven e inquieta Vivi Tellas se arrimó a la escena under del rock con escala en el Parakultural y escarceos escénicos acompañando a una banda de culto bautizada Patricio Rey y los Redonditos de Ricota.
“En esa época, yo estudiaba Bellas Artes, me sentía muy sola en la dictadura y empecé a hacer teatro. Las personas inquietas como yo nos prendíamos a lo que estaba pasando y lo que estaba pasando era el rock. Éramos un grupo de amigues todos estudiantes de arte: Daniel Melingo en el Conservatorio; Alan Pauls, que después fue mi pareja, en la universidad, escrito”, reseña.
–¿Qué pasó con la aspirante a estrella de rock?
–No, nunca fui cantante ni música. Estuve todo un año con los Redonditos, pero eran como caprichos o travesuras. Fue esa época, las cosas pasaban por ahí. Pero después me volqué al teatro y en especial a la dirección, porque podía poner mi experiencia en las artes visuales. Nunca me vi como cantante de rock. Escribí “Cleopatra” (que después grabaron Los Twist) con Melingo, que era mi amigo, para Las Bay Biscuits, que era mi grupo, pero era como una puesta en escena, que se completaba con Fabi Cantilo, Isabel de Sebastián.
–Las Bay Biscuits aparecieron incluso como artistas invitadas en el intervalo de un concierto de Seru Giran en el Teatro Coliseo, en la Navidad de 1981.
–Fue un escándalo esa presentación, nos tiraron de todo. Casi interviene la policía. Y fue fascinante, a mí me encantó. Era una provocación tremenda de nuestra parte. No había muchas mujeres en el rock, no había humor. Todo era muy machista. Nosotros jugábamos con la ironía, inaugurábamos la primera planta espacial agentina, en plena dictadura. Disfrazadas de marcianitas y cantando “Marcianita”, de Billy Caffaro, con Fabi Cantilo en voz. Era muy teatral, y la gente esperando a Charly, que estrenó “No llores por mí, Argentina”. Ese fracaso siempre me enorgullece.
Bodas de sangre, de Federico García Lorca, con dirección de Vivi Tellas, se presenta de miércoles a domingo en la sala Martín Coronado del Teatro General San Martín, hasta el 15 de diciembre.