• Buscar

Caras y Caretas

           

El trabajo de cuidar

Indispensable para la sostenibilidad de la vida humana, el cuidado es un trabajo que ocupa sobre todo a mujeres y que la mayor parte de las veces no está reconocido como tal. Es decir, no es remunerado o lo es en condiciones precarias.

“Ha sido durante mucho tiempo mi axioma que las pequeñas cosas son infinitamente lo más importante” (Sherlock Holmes).

Aunque parece algo simple y obvio, cuidar es más que un verbo y ser cuidados en algunas etapas de la vida humana, una necesidad. En efecto, ser cuidado es un derecho, y cuidar es un trabajo. Este trabajo, poco reconocido, mal pago, precarizado, es la base de todo el sistema tal como lo conocemos. Sin trabajo de cuidados, no habría sostenibilidad de la vida humana.

¿Y si el cuidado es considerado también un derecho humano? Para Corina Rodríguez Enríquez, economista, investigadora especializada en economía de cuidados, el cuidado es una necesidad humana, por lo tanto, puede y debe ser considerado un derecho humano universal. Un derecho a poder autocuidarse, y también derecho a cómo organizamos el cuidado de aquellas personas con quienes convivimos. Lo ideal es tener tiempo para cuidar, pero también para derivar el cuidado.

La investigadora argentina Laura Pautassi habla de una triple dimensión respecto del derecho al cuidado: derecho a cuidar, a ser cuidado y al autocuidado; que es atravesado por la mirada de género, a partir de las obligaciones que la sociedad patriarcal impone a las mujeres, y que involucra a las poblaciones más vulnerables, en función de su relación de dependencia: los niños y niñas y adultos mayores.

Cualquiera sea el caso, lo que habría que discutir es que esto no sea un tema del ámbito reservado a lo privado de cada organización familiar, sino que sea abordado desde una política pública y responsabilidad del Estado.

Desde esta perspectiva, Pautassi nos ayuda a reflexionar respecto a que “no se trata de promover únicamente una mayor oferta de cuidado –de por sí indispensable– sino universalizar la responsabilidad, la obligación, la tarea y los recursos necesarios para el cuidado. Será la única forma de que trasciendan los compromisos inmediatos y que se inserte como un derecho humano fundamental: el derecho a ser cuidado y a cuidar”. Para esta autora, “la posibilidad de garantizar la igualdad de oportunidades y la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales necesariamente demanda una ampliación de la infraestructura de cuidado integral”.

El derecho al cuidado es un concepto complejo, multidimensional. Como derecho humano, se deben crear los mecanismos para instrumentarlo por fuera del mercado laboral, porque si depende solo de la oferta y demanda del mercado, su acceso se limita al nivel de ingresos, aumentando la desigualdad. Hoy, el trabajo de cuidados, remunerado o no remunerado, está realizado mayoritariamente por mujeres, y esta es la base del sistema patriarcal y capitalista.

El debate sobre la ampliación de la jornada escolar, el aumento para las licencias parentales, la creación de los nuevos “espacios de cuidados” están enmarcados en esta necesidad de debatir el sistema de cuidados, vinculado a las luchas del movimiento feminista.

Tan importante es este tema, que según Pautassi, “de no atenderse estas cuestiones y de pasar por alto las necesidades sociales, reproductivas y de cuidado que traerán aparejadas las generaciones venideras, en un futuro no muy lejano indefectiblemente se mantendrá un flujo de nuevos ‘beneficiarios’ de programas asistenciales focalizados y no se romperá el círculo de la reproducción intergeneracional de la pobreza”.

El arte de cuidar

Es importante destacar que, por la naturaleza relacional de este trabajo, difícilmente pueda ser reemplazado por robots y otras tecnologías. Desde los organismos internacionales y las centrales sindicales también se viene problematizando este tema porque lejos de ser una cuestión personal, o de la vida privada, el cuidado requiere un trabajo que implica involucrarse con las personas cuidadas en el mismo acto de cuidar. Esto genera una relación específica entre quienes cuidan y quienes son cuidados. Por esto incluso, en sus formas menos calificadas, el trabajo de cuidado remunerado es menos rutinario que otros trabajos, por lo cual no puede automatizarse. Así que esos robots con uniforme de mucama que vimos hace algunos años en caricaturas emulando un futuro posible están quizá más lejos que ver una patineta volar.

Este trabajo, de característica artesanal, es fundamental para lo que se conoce como la “sostenibilidad de la vida”. Según la Oficina de Actividades para los Trabajadores de la Organización Internacional del Trabajo (Actrav-ILO), “hablamos de sostenibilidad de la vida para referirnos a las formas en que las sociedades resuelven las necesidades de subsistencia de las personas”. Hay que tener en cuenta que las necesidades humanas son de bienes y servicios, pero también de afectos y relaciones: “Necesitamos alimentarnos y vestirnos, protegernos del frío y de las enfermedades, estudiar y educarnos, pero también necesitamos cariños y cuidados, aprender a establecer relaciones y vivir en comunidad”, señalan desde la OIT. Es decir, sin cuidado no hay vida en los términos que la conocemos. Y esto es porque la satisfacción de las necesidades tiene básicamente dos componentes: uno material (necesidades biológicas) y otro inmaterial, donde se ubican el cuidado, los afectos, los lazos y las relaciones.

Cada sociedad lleva adelante diferentes estructuras para cubrir las necesidades de las personas. Pero, según señala Actrav, “los procesos de reproducción y vida, aquellos que tienen de forma clara un fuerte componente inmaterial y suelen estar excluidos de los mercados económicos y laborales, se han resuelto fundamentalmente desde los hogares y, dentro de estos, por las mujeres”.

Esto explica en parte la brecha salarial entre varones y mujeres, ya que la causa no radica en todos los casos por el mero hecho de una diferencia en el género, puesto que muchas mujeres han logrado romper el techo de cristal y llegar a lugares de mando y de jerarquía, lo que impacta en sus ingresos. Lo que explica en la mayoría de las ocasiones esta diferencia es el tiempo que les lleva a la mayoría de las mujeres llevar adelante las tareas de cuidados en sus hogares, ese tiempo que se resta al de la productividad laboral, hace que se prefiera a varones –menos obligados socialmente a realizar esas tareas– que las mujeres. Este tiempo de cuidados se resta a quienes realizan estas tareas, la mayoría de las veces minimizado, no reconocido, no remunerado. A su vez, cuando estas tareas se delegan, quienes las realizan suelen hacerlo en la precarización laboral, con bajos salarios.

Cuidar con derechos

La fuerza de trabajo dedicada a la prestación de cuidados comprende a las y los trabajadores del cuidado que trabajan en los sectores del cuidado: educación, salud, trabajo social, servicio doméstico, etcétera. Según la OIT, el empleo relacionado con el cuidado es una fuente de empleo importante en todo el mundo, especialmente para las mujeres. En total, la fuerza de trabajo mundial dedicada a la prestación de cuidados asciende a 381 millones de trabajadores: 249 millones de mujeres y 132 millones de hombres. Estas cifras representan el 11,5 por ciento del empleo mundial total, el 19,3 por ciento del empleo femenino mundial y el 6,6 por ciento del empleo masculino mundial. En la mayoría de los lugares, cuanto mayor es la fuerza de trabajo dedicada a la prestación de cuidados como porcentaje del empleo total, mayor es la proporción de mujeres en ella.

Democratizar el acceso a los beneficios de las tareas de cuidados debe ser una decisión política y es fundamental para evitar el “maternalismo social”. Las condicionalidades para acceder a los beneficios sociales, como la obligatoriedad de la escuela y los chequeos de salud, recaen mayoritariamente sobre las madres. Por eso se transfieren recursos a las mujeres, no como sujetas de derecho en sí mismas, sino en tanto madres con el cuidado de sus hijos. Según los estudios sobre estos mecanismos, si bien es importante el ingreso monetario, esto se consigue a costa de consolidar el rol cuidador de las mujeres, consolidar en tanto madres, y en tanto “buenas madres” encargándose de las tareas de cuidados de sus hijos. Desde una mirada feminista, es necesario revisar este mecanismo, porque mantiene a estas mujeres excluidas del mercado laboral, de poder conseguir otros ingresos y de fortalecer su autonomía económica.

La economía feminista plantea un nuevo camino. Poner en el centro a la vida pasa a ser una premisa fundamental. Desde esta mirada, lo importante no son los bienes y servicios sino el sostenimiento de la vida, la vida de las personas, que es lo que hace que se mueva la economía. Para estar en el mercado de trabajo hubo personas que se ocuparon de las tareas de la vida cotidiana. Que los niños/as lleguen al mercado en edad de trabajar fue producto de todo este trabajo no remunerado, muchas veces en soledad, y sobre la explotación de sus padres/madres.

¿Cómo cambiar? Es posible, aplicando una batería de políticas, planes y programas direccionados para reducir estas brechas y mejorar la calidad de vida de la población toda. Por ejemplo, democratizar el uso de licencia para cuidados más allá del género; avanzar en licencias parentales para compartir la tarea de pater/maternar; profesionalizar las tareas de cuidados en áreas poco valorizadas, como el cuidado de personas y servicio doméstico; lograr un mayor apoyo económico por parte de patronales a quienes mater/paternen como forma de apoyar esta tarea; generar espacios de cuidados, aumentar jornada escolar, apoyar clubes de barrio, centros culturales y todo ámbito en que se promueva la cultura colaborativa y de protección y promoción de derechos de la niñez, adultos mayores, personas con discapacidad, para que terminar con la cultura de la indiferencia.

Volviendo a Holmes, porque ha sido nuestro detective mejor reconocido por resolver problemas complejos deduciendo cosas que una vez develadas parecían obvias, podemos empezar a hablar de la heroica tarea de cuidar e, indefectiblemente, comprender que el derecho al cuidado debe incluir derechos al cuidar. Aunque gran parte de la sociedad ha estado ignorando esta cuestión, como dijo el querido personaje de Arthur Conan Doyle: “Confieso que he estado ciego como un topo, pero es mejor aprender tarde que nunca”.

Escrito por
Rosario Hasperué
Ver todos los artículos
Escrito por Rosario Hasperué

A %d blogueros les gusta esto: