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Caras y Caretas

           

“Gardel dejó la vara muy elevada para el tango”

Ilustración: Jung!
Ilustración: Jung!

Julián Barsky escribió, junto a su padre Osvaldo, una de las biografías más completas sobre el Zorzal Criollo. Cuenta que lo que más le llamó la atención fue su nivel cultural y que con testimonios pudo comprobar que era un tipo íntegro y buena persona.

Al contrario de lo que sucede en muchos relatos épicos que gravitan alrededor del universo gardeliano, las circunstancias que llevaron a Julián Barsky a adentrarse en la vida y la obra del Zorzal Criollo no surgieron de la devoción o el fanatismo. El músico, docente y escritor, que junto a su padre, el historiador Osvaldo Barsky, publicó el exhaustivo trabajo Gardel. La biografía (Taurus, 2004), aclara que la admiración por el artista más icónico de la cultura popular argentina surgió a medida que se abocó a la tarea de desandar sus pasos. “A mi viejo le picó más bien el bichito por investigar. Le fascinó que hubiera tantas cosas de Gardel que no estaban develadas, y ahí aparecieron muchas preguntas que le llevaron años. Y con el tiempo me sumé yo. Finalmente, Gardel nos terminó atrapando”, explica quien hasta entonces se había dedicado sobre todo al rock (Julián Barsky también es coautor, junto a Diego Gassi, del libro Serú Girán. El retorno).

Aquella extensa biografía del intérprete y compositor del Abasto fue también el puntapié de varias ediciones posteriores de los autores, entre otras, Gardel. El cantor del tango (Libros del Zorzal, 2010) y La Buenos Aires de Gardel (Sudamericana, 2008). En esos textos, lejos de la figura “fetichizada” –tal como describe Barsky–, se develan otros aspectos más terrenales, pero no por eso menos fascinantes. “Gardel fue un artista muy talentoso, pero más allá de lo innato, uno de sus aportes más importantes a la música fue el profesionalismo, la conciencia de ser un artista y de que, en función de eso, hay que cuidar muchas cosas: el físico, la vestimenta, con quiénes asociarse, qué declaraciones hacer. Fue el inicio del star system”, apunta el investigador. “Como cantante fue afinando el repertorio, internacionalizándolo, mejorando la dicción, juntándose con mejores letristas y mejores músicos. Ni hablar de su incursión en el cine. Gardel estuvo siempre a la vanguardia para ver qué era lo que su carrera necesitaba de él para mejorar.”

–¿Qué elementos influyeron para darle esa visión tan clara?

–Para mí, y esta es una hipótesis muy personal, fue clave que su madre no haya sido la típica inmigrante, sino una mujer que ya había tenido una experiencia transoceánica de adolescente, viviendo en Venezuela. Era una persona que “conocía mundo”, y eso, a finales del siglo XIX o principios del XX, no era lo mismo que cruzar el mar como la mayoría de los inmigrantes lo hacían, que llegaban y se establecían en busca de una seguridad. No; ella, Bertha, ya era bilingüe cuando vino a la Argentina, sabía hablar español además del francés, algo bastante poco usual, e insistió mucho para que Gardel tuviera estudios formales. Hizo que terminara la primaria y quiso incluso que hiciera la secundaria, lo cual finalmente no se dio. Son elementos constitutivos importantes. Gardel sintió que no tenía techo, sino más bien una base para arrancar. Y es lo que efectivamente ocurrió.

–Eso lo hace muy diferente de aquellas figuras tangueras más orilleras, bohemias y hasta marginales de su época.

–Claro. Incluso, su última sociedad artística trascendente fue con [Alfredo] Le Pera, que era una persona que tenía estudios secundarios y universitarios, si bien no había terminado la universidad. No son los arquetipos del tango tradicional de principios del siglo XX. Son personas mucho más preparadas, que hablan idiomas, que han viajado, que han conocido a otra gente y escuchado otras cosas. Ellos se vinculan en París, donde Le Pera estaba haciendo subtitulados de películas, ¡era un admirador de Hitchcock! Son miradas más amplias, las suyas. Hay personas que cuentan que cuando estuvieron en Nueva York fueron al teatro, a conciertos, a ver a Fred Astaire. Son elementos claves del aporte de Gardel, la calidad artística basada también en el profesionalismo.

–En ese sentido, el mito también parece funcionar a otro nivel, más hacia el interior del tango. Como si la excelencia en términos musicales, de estilo y de interpretación de Gardel no hubiese sido recogida por los que siguieron. Como si la vara hubiese quedado demasiado alta.

–La vara técnica muy elevada, en vez de sentar las bases para el crecimiento exponencial desde ahí, dio como resultado que mucha gente prefiriera poner a Gardel en el bronce. Acá, en la Argentina, tenemos mucho esa idea con Gardel, con Perón, algo de pensar que se trata de personajes o legados insuperables, dejarlos como mito del origen y ya está. Y desde lo personal, no creo que haya sido esa la idea de Gardel, que andaba ya cantando canciones tropicales, seudorrumbas, sin perder el tango, desde luego, pero ya se estaba abriendo. Me imagino que a él no le hubiera molestado para nada que hubiera derivadas musicales de su talento. A los estadounidenses, por ejemplo, los antecedentes que dejaron músicos como Cole Porter o Duke Ellington les sirvieron para despertarles la curiosidad o el apetito para seguir produciendo nuevos sentidos. Vos escuchás estándares de jazz y hay quinientas versiones diferentes, y todas fantásticas. También nos ocurre que somos muy narcisistas; los argentinos tenemos una cosa de cuestionar a la autoridad, se nos juega más la controversia. Es cómodo empobrecerlo, que sea “Carlitos”, y al mismo tiempo es incómodo preguntarse ¿después de Gardel, qué, por dónde se puede ir? Entonces se genera algo que, en vez de provocar el crecimiento, aplasta.

–En este tiempo de investigar la vida y obra de Carlos Gardel, ¿hay algún descubrimiento que te haya llamado la atención?

–La grata sorpresa, y la mayor, surgió cuando nos preguntamos: ¿Gardel fue todo lo que dicen que era, ese tipo íntegro, talentoso y buena persona? Y sí, nos encontramos con que eso no fue una construcción imaginaria posterior, de la leyenda, sino que él era un laburante, amigo de sus amigos y así. Era muy sencillo, trataba de nunca olvidar sus orígenes, más allá de que también los explotaba, y a su manera hacía de eso una imagen. Pero efectivamente se compró una casa en el Abasto, no en París. Hay cientos de anécdotas de gente que lo veía ensayar desde la ventana abierta de su casa, en mangas de camisa. Eso es real, más allá de que tiene que ver, obviamente, con la época. Para todos, Gardel tenía una palabra amable, se hacía trajes a medida con bolsillitos de distintos tamaños para guardar diferentes monedas para las propinas. Pensaba en todo el personal que lo atendía, porque su origen también lo llevaba a ese lugar; podría haberse hecho el tonto y no lo hizo. Iba a la cancha, al boxeo, tomaba mate, salía a caminar. Se nos acercó mucha gente que tenía una historia acerca de él. Independientemente de si son reales o no, te dan la pauta de que Gardel te transmitía la sensación de ser una persona cercana, humilde, que te escuchaba.

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Eugenia Tavano
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