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Caras y Caretas

           

Mónica Cabrera: “El público se ríe de las tragedias que le cuento”

Actriz y autora, Mónica Cabrera sabe divertir al público a costa de sus sagaces observaciones sobre la vida cotidiana, la realidad política y la idiosincrasia argentina.

Se trata de un re reestreno, pero Mónica Cabrera todavía siente ciertos resquemores. Es la primera vez que presenta su espectáculo Mejor o peor en un escenario convencional, el de La Carpintería, en el Abasto porteño. En las ocasiones anteriores, tanto en el Teatro de las Nobles Bestias (Temperley) como en el ciclo Terrazas, del Centro Cultural 25 de Mayo (Villa Urquiza, CABA), tuvo como techo las estrellas. Aunque se trata de un “Cabrera auténtico”, esa marca registrada de monólogo vivencial (y a menudo, torrencial) que se inserta en lo social a partir de referencias a la historia reciente, guiños cómplices que su público traduce y recibe con risas y aplausos en cada actuación.

En cambio, la comediante viene de una experiencia compartida con otros seis colegas en el renovado Teatro del Pueblo. Allí hizo Érase, de Gustavo Tarrío, quien la convocó para “escribir un monólogo y dinamitar la obra, según me dijo, algo que nunca le entendí, porque la obra me parecía muy bien, no dice ninguna gansada”, se sincera en el mismo tono neutro, casual, que emplean sus criaturas.

“Es más fácil trabajar con gente, se hace un alivio. Lo más duro es estar sola. Ya había hecho Casamata, con otros tres actores en el Empire. Nos iba muy bien, pero cuando asumió Macri, la gente se asustó de lo que estaba pasando y el teatro se vino abajo. De tener 300 espectadores, pasé a tener 70 y después 30… Era deprimente, la gente se quedaba a darnos el pésame”, recuerda, otra vez sin pizca de sorna.

Porque Cabrera se enfermó (literalmente) de casi todo y de cualquier cosa, bajo la anterior administración. De esa época data su personaje “La señora que lo votó”, una (no tan) paródica y decepcionada votante de Juntos por el Cambio, que se empeñaba en llamar a la Casa de Gobierno para pedir explicaciones de los exorbitantes aumentos de tarifas de la luz y el gas, y de paso confesar su aflicción porque su hija y su marido la culpaban de la situación y no querían hablarle.

“La señora que lo votó”, desopilante estereotipo de los macristas arrepentidos.

El personaje de la serie de episodios cortos, difundida originalmente en su canal de YouTube, saltó a la pantalla de Crónica TV e hizo furor en el envío periodístico conducido por Rosario Lufrano en ese canal.

–Se arrojó sin red a las redes. ¿No le pesaron las agresiones?

–La misma gente se encargaba de defenderme. Una sola vez bloqueé a un pesado. Salía algo de Cristina y él ponía “por qué no devuelve lo que se robó”. Yo no sé lo que escriben los macristas, y no lo voy a buscar. No entiendo esa obsesión por el otro. Creo que se trasluce en el personaje de “La señora…”. Si lo vota Bulgheroni (a Mauricio Macri), me parece correcto. Pero la gente que estaba tomando su propio veneno me genera piedad, no odio.

Después, vino la pandemia, y se quedó sin televisión y sin teatro. “Mandé por streaming lo que tenía grabado y de tener 20 alumnos pasé a tener ocho. Hice un taller de escritura teatral, y ahí pude levantar un poco”, acota.

No era la primera vez que se reinventaba. “En 2000, me caí por completo. Me quedé sin trabajo (coordinaba una escuela municipal de actuación en Merlo que fue cerrada). Ya tenía 50 años, era una señora grande. Ensayaba en el Recoleta y vendía comida en la calle. Llevaba viandas al Palais de Glace y al Museo de Bellas Artes, y así me iban recomendando. Terminé contando rollos de plata en medio de la catástrofe. Llegué a proveer 76 almuerzos. Los preparaba con una amiga, hasta que tuve que contratar personal. “Ustedes, rallen zanahoria. Ustedes, corten la cebolla”, se explaya con lujo de detalles, como una creación más de su galería de personajes.

“Lo que no sabía lo preguntaba. Me pedían matambre y les preguntaba cómo lo hacían. Cuando se los llevaba, preparado como si lo hubiesen hecho los propios clientes, era un boom. Había como una épica… Me iban a ver al teatro y después me compraban las viandas. Una cosa potenciaba la otra”, apunta.

Una familia muy normal

Los monólogos de Cabrera abundan en datos autobiográficos apócrifos. Historias de desmesura que contrastan con una infancia y adolescencia relativamente normales en épocas complicadas. “En mi casa, la idea era que había que estudiar, con mucho respeto por el conocimiento y por todas la artes. De dos padres que habían hecho nada más que la primaria, nunca hubo una prohibición de “no se te ocurra tal cosa”. No había prejuicios respecto de que si hacés esto, sos puta o drogadicta.

–¿Cómo fue el descubrimiento del teatro y la actuación?

–En 1974, yo estaba en el Pellegrini e íbamos a otra escuela de varones por Recoleta, adonde concurrían dos alumnos de Alejandra Boero, una chica y un chico, que daban clases, y al terminar, me invitaron a estudiar con Alejandra. Y los que se dieron cuenta de que yo era actriz fueron mis compañeritos. Yo militaba en la Fede (Federación Juvenil Comunista) y hacíamos una colecta, la campaña financiera anual, con actividades. Me pasaron un libro (Sempronio, una obra farsesca de Agustín Cuzzani) y me propusieron adaptarlo, y representarlo en una casa con jardín por Villa Devoto. Adapté el texto, me tomé el personaje más complicado y les indicaba a los otros qué tenían que hacer. No sabía nada de teoría, pero sabía qué hacer. Ahí me descubrieron la vocación. Porque yo iba a estudiar pintura o a escribir. Al final, todo eso mismo lo hice en el teatro.

–Formó parte de la última generación que ingresó a la política en el comunismo.

–Las discusiones con los chicos de la UES peronista nunca terminaban bien, porque no tenían argumentos y nosotros teníamos toda la biblioteca soviética. Igual, entiendo el peronismo, lo que dice Cristina o lo que decía Kirchner. Pero yo viví cuando Perón volvió y viví toda la debacle con Perón vivo. Ahora, leo sus discursos y creo que es lo correcto. Su posición ideológica, digo.

–Llegó de grande a la televisión, pero llegó, proviniendo del teatro off.

–Un espectador me paró por la calle y me dijo: “Yo siempre te veo. Tenés que trabajar en televisión”. Pero no sabía cómo hacer. Soy muy ordenadita y no soy de salir por cualquier lado. Entonces, me dijo que había una audición e iban a tomar caras nuevas para Tinelli. Me llamaron para hacer esas cámaras (ocultas), y tuve suerte, porque muchas no salieron y me las pagaron igual. Eso me sirvió para entender el lenguaje televisivo y comencé a hacer pruebas. A partir de la telenovela Trátame bien, mi personaje tuvo mucho éxito y me facilitó otras cosas.

–¿Cómo interrelaciona con públicos tan distintos?

–No identifico demasiado a mi público. Trabajé con Mirtha Legrand (en La señora) y antes en Malparida, con su nieta (Juana Viale). Y la familia se enamoró de mí. Todos los viernes, Mirtha hacía un numerito. “Ay, cómo se llama, esa actriz…”. Y de atrás le soplaban “Mónica Cabrera”. Y ella repetía: “¿Está en teatro, no?” Y me llenaba el teatro. La gente que venía por Mirtha era más bien humilde, de barrio, poco instruida… Lo que uno llamaría “la mersada”. Y la obra (Arrabalera) igual enganchaba, he girado mucho por las provincias y siempre llenaba. Me viene a ver gente joven y me adora. No sé a quien me dirijo.

Cuando cursaba la secundaria, unos compañeros de militancia la hicieron descubrir su vocación actoral.

Hazmerreír

Un lugar común para recomendar los espectáculos de Mónica Cabrera a un público no habitué del off es identificarla con un “Enrique Pinti con faldas”. En verdad, sería más justo y certero remitirse a la gran Niní Marshall: como Cabrera, autora de sus propios textos, además de una vocación y formación como actriz integral.

“Grabo los monólogos y los edito en CD, los vendo a la salida y la gente se los lleva para escucharlos en la casa”, corrobora esa trascendencia de la palabra oral, incluso más allá de su histrionismo y despliegue casi gimnástico en escena.

–¿De qué se ríe Cabrera?

–Me hace reír todo, desde Gila, Verdaguer, Hupumorpo, Niní, Mr. Bean, Monty Python. No me da risa nada de lo que hago. Si todo lo que digo es una tragedia… Yo, a veces, he hecho cosas que no entiendo de qué se ríen los demás. “Un día me desperté y no tenía ni fuerzas para ir al banco”, digo y la gente se ríe. No sé si están esperando al payaso que ya los hizo reír una vez.

–¿De qué tiene miedo?

–Criada en este país, me despierto pensando que puede pasar cualquier cosa. Porque pasó cualquier cosa. Yo no se qué ocurre si no llega a ganar de vuelta el peronismo. Igual, ya estoy preparada hasta para un ataque nuclear. Porque quedé para siempre en un estado de estrés post bélico.

(Mónica Cabrera presenta Mejor o peor, en La Carpintería, Jean Jaurés 858, CABA, los domingos de mayo, a las 17.30)

Escrito por
Oscar Muñoz
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