A cien años del nacimiento de Martín Karadagian, su hija Paulina homenajea al mayor titán que haya dado el cuadrilátero del catch y creador de Titanes en el ring, espectáculo pionero de la lucha libre en la Argentina y que, en su versión televisiva, apasionó multitudinariamente a generaciones de niñas, niños y jóvenes. En su tiempo, Martín creó una singular mitología propia plena de amores y odios con héroes de carne y hueso, personajes literarios e históricos, anfibios, insectos, monstruos bizarros, momias, extraterrestres, que luchaban para ganar. Hoy Paulina va por más: de la mano de la época, incorpora a mujeres y personajes de la comunidad LGTB.
–A cien años de su nacimiento, en pleno genocidio armenio, empecemos por la prehistoria de Martín. ¿Su padre emigra por la tragedia de la comunidad?
–Tengo entendido que mi abuelo emigró previamente al primer y olvidado genocidio del siglo cuando estaba por comenzar la violencia y de a poco hicieron lo mismo otras ramas de familia. Llegó a la Argentina y conoció a mi abuela española. En eso fue precursor porque se casó con alguien de una comunidad diversa cuando nadie lo hacía. Mi abuela aprendió a cocinar keppe crudo y comida armenia. Cuando nació papá era el único varón y el más chico de dos hermanas. Otra hermana falleció de niña.
–¿Qué compromiso tenía Martín con la memoria histórica del genocidio?
–Martín siempre fue muy respetuoso de la sangre armenia, se rodeó con gente de la comunidad y colaboró siempre con el colegio del Centro Armenio. Como todo armenio de ley tenía su posición obviamente con respecto al genocidio. Nada es casual: para esta nueva época de los Titanes fue crucial el Centro Armenio. Desde hace unos años nos cobija y entrenamos ahí. El otro día estaba con Sergio Ventrone (alías Billy Jim), que es mi hermano de la vida, mi socio y el director técnico de los nuevos Titanes, y le decía: “Mirá lo que es la vida. Nosotros con mamá velamos a papá en la catedral de San Gregorio. Y ahora nosotros volvemos con los Titanes en el Centro Armenio, que está abajo. Nuestro debut es en la Sala Siranush, que era antes el teatro del colegio San Gregorio. En el mismo lugar que papá culmina su vida, renace lo que fue parte esencial de su vida.
–¿Por qué el fuerte lanzamiento de este año de los Titanes?
–Este año es muy importante y de mucha celebración. Los cien años de papá, los sesenta años del comienzo de Titanes y los treinta años de las relaciones diplomáticas entre Armenia y la Argentina. Estuve hablando con el embajador de Armenia y se van a plantar treinta árboles en la Comuna 12, creo que es en Recoleta. Cada uno de esos árboles va a llevar el nombre de un personaje armenio significativo y uno va a llevar el nombre de Martín Karadagian. Es grandioso, me conmueve mucho. Lo que representa un árbol, siempre de pie, y la importancia de las raíces.
–¿Cuál fue la génesis de los Titanes?
–A papá siempre le encantó la lucha grecorromana y no era aceptado en el grupo de luchadores del Luna Park porque era muy bajo de estatura. Era toda gente que venía de Europa del Este, muy altos, y mi papá medía 1,64/5, ponele, porque le estoy concediendo unos centímetros (risas). Pero era muy fuerte y la tenía muy clara en las técnicas de lucha. Y no lo aceptaban, e iba todas las semanas. Era muy cabeza dura. Desde la década del 40, un ucraniano, el Hombre Montaña, dirigía la troupe en el Luna Park y vivía enfrente en un quinto piso. Un día, Martín fue con media res una colgada de cada hombro de la carnicería de su papá, subió cinco pisos y le dijo a Montaña: “Le vengo a traer esto de regalo”. Montaña lo mira y le dice: “La verdad, usted, Martín, ser chiquito, pero ser muy fuerte así que usted poder quedar”. A partir de entonces pasaron a ser amigos, luego fue el empleado de Montaña y luego lo convirtió en socio.
–¿Por qué esa decisión?
–A pesar de su rusticidad, Montaña advirtió prontamente la popularidad y el carisma de Martín. Él fue el primero que incorporó el histrionismo, un rasgo personal que le era propio. Antes, la lucha eran dos tipos de malla T con los pantalones altos que se daban con fuerza por media hora. Papá le agregó esa parte teatral, hacer enojar a la gente, y así devino ese malo que todos querían odiar, pero no podías dejar de querer. Vi en Sucesos Argentinos algo increíble. Cuando pedía perdón de rodillas por sus maldades a otros luchadores tenía una velocidad impresionante para correr arrodillado de esquina a esquina del cuadrilátero. Cuando Montaña se retira, mi papá se queda con todo el catch del Luna Park. Luego viaja a Nueva York y ahí conoce la lucha, pero también la televisión, y se da cuenta de que es lugar privilegiado para sus Titanes.

–¿De dónde sacó Martín esa imaginación desmesurada que le permitió crear un universo tan propio, mágico y perdurable?
–Creo que tiene que ver con sus orígenes y un contexto social. Él venía de una familia muy humilde. Teniendo carnicería y todo, mi abuelo era de clase baja. Mi papá solo cursó primero inferior. Tuvo una infancia dura, donde desde muy chico intentaba rebuscársela para ayudar a su mamá, por la que tenía pasión. Buscaba changuitas extra y de ahí sacó esa imaginación que luego explotó para crear y cranear cada lucha y cada personaje. Sin duda, esa imaginación desmesurada que le hizo crear un mundo propio la encontró a través de la supervivencia y la adaptabilidad al ambiente. Él empezó lustrando placas en el cementerio y cuando empezó la competencia se volvió lustrabotas en la puerta de los circos. Luego vendía caramelos. Encontró la forma de vender caramelos sin perder capital. Los ensuciaba con el agua de la vereda, a la gente le daba asco, entonces le daba plata a un niño de ocho años y no le quitaba el capital. Partió de ahí y llegó a tener países a sus pies. Siempre me pregunto qué hubiera pasado de haber tenido una formación, adónde hubiera llegado. Aunque quizás es al revés.
–Martín tiene cosas inauditas. Incorpora el merchandising de una manera inédita a la ficción televisiva: Ding C, la marca del veneno para matar a la Hormiga Negra, entre tantos otros…
–No hay un caso igual en el mundo. Él aplicó el marketing cuando el concepto de marketing no existía. Sin ningún tipo de educación formal. Sabía leer, escribir y las operaciones matemáticas, los porcentajes. Tenía una velocidad increíble para los cálculos y hasta precisaba los decimales. Pero cuando le compré una calculadora, no sabía qué hacer con ella, no la entendía.
–Pero a la vez parecía muy erudito. ¿Cómo sabía tanto de historia, mitología, biología?
–Lo aprendió solo, por curiosidad. En las raíces de la lucha grecorromana descubre los mitos y se fascina. Son historias fabulosas y terribles. Él quería escalar en su vida intelectual. Sobre todo quería darle algo mejor a su madre. Siempre decía y lo repite en el disco del 72: “Estudien mucho”.
–¿Cómo construía sus personajes?
–Era súper respetuoso de los personajes de literatura, como Don Quijote, por ejemplo. Para conseguir a Rocinante, que tenía que ser flaco, desgarbado y blanco, terminó yendo a buscar un caballo a un matadero. Porque no encontraban el Rocinante que tenía en la cabeza, que era el que había descripto Cervantes. Si el personaje de mitología o de literatura tenía una flor acá, tenía que tener una flor acá. Era tan preciso en todo que yo aprobé literatura española cantándole a la profesora la canción del personaje El Cid (risas). A la vez papá era muy severo. Lo vi obligándolo a leer y luego tomándole lección sobre la Biblia al personaje de David el Pastor. Y darle instrucciones: “Vos tenés que tener el bastón así, la mirada al cielo como diciendo: ‘Me entrego, Señor’ y girar la cabeza así”. Estaba en todo. Es lo más grande del mundo
–¿Cómo nace el personaje de “La Viudita” de las flores rojas?
–La viudita es una historia real. Era una mujer que acosaba a papá cuando ya estaba con mamá. Lo perseguía por todos lados y le mostraba sus títulos de propiedad para conquistarlo. Lo quería enganchar de cualquier lado. Martín lo tomó después como personaje porque le pareció fabuloso. Una vez, en un show en Centroamérica, no sé sabe de dónde salieron cuatro viuditas.
–¿Y el célebre “cortito” de Karadagian?
–Antes, en el Luna Park, las cosas se ponían más picantes y existía la llamada lucha pistola, que era a cara de perro. El cortito no es un golpe de codo: es triple; piña, muñeca y codo. Cada luchador tenía algo especial: el Ancho Peucelle tenía el “molino”, Mister Moto “el manubrio”, Papá el cortito y encima él era cortito (risas).
–¿Cómo se diseñaban los trajes y las máscaras estrafalarias como por ejemplo la de El Hombre Vegetal?
–Papá decía lo que quería y venía un dibujante que lo trataba de interpretar. En la época que de que la hablás las máscaras eran de látex (82-83), entonces se mandaban a especialistas de látex. El vestuario en casi todas las temporadas contrataba vestuaristas del Colón. Metía todo en su sueño, todo.
–¿Por qué decidís continuar con el legado?
–Siempre le decía a papá: “Yo no voy dejar que Titanes… se muera porque vos no estés. Vos siempre me enseñaste que no está muerto aquel a quien se lo siga recordando y es una forma de recordarte y hacerte homenaje diario”. Cuando papá murió, yo hacía un mes que había cumplido dieciocho años. El sueño de volver estuvo siempre latente. Y hace unos años Sergio Ventrone lo empezó a impulsar. La utopía es volver a la televisión porque Titanes sigue siendo un producto televisivo. Por eso hay troupes de luchadores en muchos países. La televisión da una masividad que después puede amplificarse en las redes.
–¿Qué conserva y qué subvierte del Titanes original?
–Titanes en el ring es para toda la familia. Tenemos guiños para los grandes, para sus recuerdos. Dentro del show tenemos las cuatro leyendas y una más. Por un lado, la infaltable Momia. Y si está la Momia Blanca, está la Momia Negra, El Caballero Rojo y Pepino el Payaso. Es una forma de seguir manteniendo lazos con nuestra génesis. Y por otro lado tenemos un luchador como Vlad Ivanoff que es el primer campeón que salió en Titanes… después de treinta y cinco años. El torneo Titanes masculino es en octubre, el torneo femenino en noviembre y en diciembre es intergénero: van a la final el campeón hombre y la campeona mujer. Vlad tiene un apellido emblemático Ivanoff: a los chicos no les suena. Él no entra disfrazado de gitano ni suena la música del gitano Ivanoff pero produce reminiscencias en los adultos.
–¿Qué sorpresas se vienen para el show del 29 de mayo?
–Muchas. En el show del 29 viene un luchador del pasado a saldar una vieja rivalidad. La gente que vivió la década del 80 va a estar chocha. Viene solo por este show y no se vuelve repetir. Va a tener algunas cosas de antes, una especie de cabalgata. Hoy tenemos atletas varones y mujeres super buenas. Cada vez que estamos atascados en algo nos preguntamos ¿Qué haría Tincho? Y ahí seguimos el camino. Nosotros tuvimos la primera referí mujer que fue plasmar la idea que ya tuvo papá y hasta con el mismo nombre: señorita Julia.
–¿Por qué la pasión por Titanes perdura?
–Para algunos evoca momentos felices de la niñez con la familia y que quieren compartir con las nuevas familias. Porque es una experiencia única. Fue una fiebre, es una fiebre. Ahora menos masivo, pero con la misma intensidad. Hay gente del público que se pelea y dan ganas de decirles: “Señores, ya son grandes” (risas). Ayer me escribió un niño de siete años que me dijo: “Paulina, ya tengo mi entrada en primera fila”. Él es de la barra brava del Caballero Rojo. Empezó a seguirlo desde los cinco. No sabes cómo se enajenan y se indignan los del club cuando se meten con él.
–¿Por qué Martín decidió que su personaje se volviera bueno?
–Porque nací yo. Él no se hubiera aguantado mi mirada de decepción al verlo hacer trampa cosas malas. Él me quería dar buena educación. Eso es para que te des una idea de hasta qué punto el cuidaba todo. En cambió yo les digo a mis hijos que en Titanes voy a seguir siendo mala. Con eso evoco el espíritu de mi papá y repito la génesis. Siempre es importante volver a las raíces.
Titanes en el ring. Aniversario de Diamantes. El show creado por el carismático Martín Karadagian se presenta el domingo 29 de mayo en el ring de Sala Siranush: Armenia 1353 (CABA).