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Caras y Caretas

           

“En el teatro, como en el fútbol, se trata de ocupar un espacio y generar emociones”

Actor, director, regisseur, Alfredo Arias es uno de los artistas argentinos más premiados en el exterior. Radicado desde hace cincuenta años en París, de visita en Buenos Aires habló con Caras y Caretas en una entrevista en la que repasó su derrotero artístico y habló de sus proyectos.

Ni la reciente condecoración concedida por el gobierno de Francia como “Chevalier de l’ordre national du Mérite” (Caballero de la orden nacional del Mérito), que se suma a cinco décadas de residencia parisina, consiguió empastarle el acento a Alfredo Arias, que sigue expresándose en un perfecto español porteño, de tono mesurado y reflexivo. Tras un etapa iniciática y formativa en el mítico Instituto Di Tella como plástico y puestista, Arias llegó a la capital junto al Sena inmóvil, a fines de esa década sísmica que fueron los 60, y comenzó a trabajar en las tablas, desplazándose con comodidad desde los clásicos hasta el music hall, sin abandonar nunca su devoción por el cine, que impregna toda su obra.

Como otros coterráneos, hizo un regreso escalonado a su madre patria, desde mediados de los 80, que lo han convertido en un habitante de dos países, dos mundos. En estos días, extiende la estadía en su casa de Buenos Aires, por múltiples y demorados motivos profesionales.

“No pude venir por diez meses y se fueron acumulando cosas que tomaron un tiempo imprevisto para desarrollarse. Primero, estoy trabajando en una exposición, porque voy a volver a mis raíces como artista visual. Es un trabajo de construcción bastante particular en el que cual intervienen muchísimos artesanos. Hay ciertas piezas que reúnen hasta 38 pequeñas esculturas y hay que darle tiempo al realizador de cumplir con todo el proceso, que es bastante minucioso, y en el cual la paciencia se vuelve indispensable. Son muebles intervenidos por objetos que modifican su función”, precisa.

“También estamos trabajando en proyectos de cine. El año pasado presentamos en el Festival de Biarritz, Fanny camina, que obtuvo el Premio del Público. Ahora, vamos a concentrarnos en dos experiencias cinematográficas que han obtenido el Mecenazgo Cultural, siempre con esta idea de transformar algo de base teatral a un formato audiovisual. Así que estoy esperando que mis colaboradores vuelvan de viaje y salgan del covid para darles forma”, se explaya, con algo de irónico alivio.

Una aproximación a estos nuevos rumbos pudo verse en la avant-premiere de Hello, Andy?, un film de Arias e Ignacio Masllorens, que recrea en pantalla el exitoso musical sobre la estrella hollywoodense Andy Crawford interpelada por el artista plástico Andy Warhol, con la actuación de la actriz y cantante Alejandra Radano y recursos de animación confiados a Juan Gatti.

El eje París-Buenos Aires

–De alguna forma, su periplo artístico, como el de otros coetáneos, invirtió el camino de Victoria Ocampo, que quería importar la cultura francesa.

–Tanto que se habla de feminismo hoy en día, pienso que ellas, Victoria y su hermana Silvina, porque no puedo separarlas, instalaron un pensamiento femenino en la cultura de la Argentina. Todo lo que puede tener de audacia, de ingenio, de travesura. Me parece que son de los ejemplos más brillantes de la mujer que hemos disfrutado acá. Hubo otras grandes escritoras. Pero ellas encarnan algo lúdico, único y personal. Y de alguna manera, algo que distingue a nuestra identidad. Hoy los vínculos que tenemos son totalmente diferentes y se ha perdido la forma epistolar, la ambición de crear lazos con otras culturas, de tipo físico. Hice muchas cosas en Villa Victoria, así que tuve el tiempo de disfrutar la presencia de los personajes que se dieron cita en ese lugar mágico. 

–El París actual es forzosamente muy distinto al que lo recibió.

–Cuando llegué, existía todavía esa relación con el París del siglo XIX, un París de Balzac, de Maupassant, y quedaban restos de esa cultura. En bares y restaurantes. París tiene una estructura pueblerina, provincial, si se lo compara con Nueva York. Todo lo que se expone desproporcionado en Francia, se lo toma como falso, excesivo. Francia tiene una identidad cultural, con una idea de equilibrio entre un pensamiento cultural y humanista con refinamiento cultural frente al desborde de Estados Unidos, donde la violencia es siempre sorprendente. Pero la idea de virtualización del mundo hace que todo se parezca y hay cosas que se pueden parecer. Como las cadenas de hoteles. Las ciudades, en cambio, cuentan una historia y transformar una ciudad como París en un gran urbe no sé si da.

–Vive entre dos mundos. ¿Qué cosas disfruta y padece en cada uno?

–Me psicoanalicé mucho tiempo con una terapeuta argentina que vivía en París y decía: “Nos paseamos entre el manicomio y el convento”. Aquí, lo que disfruto es el caos. Esa especie de palpitación constante, del desorden. París es muy encorsetado. La diferencia está en el rol del Estado. Acá, ha funcionado como ha funcionado y, por una cantidad de eventos, ha dejado a la gente libre para que se arregle, y eso ha desarrollado un comportamiento comunitario. En Francia, el Estado está presente y uno trabaja para el Estado, que exige con rigor y devuelve en bienestares. La gente está más sola, me da la impresión.

–Surgió del Di Tella. ¿Por qué seguimos hablando de esa experiencia?

–Fue una combinación de varias líneas del pensamiento argentino. Una familia de industriales culta con una apertura hacia el mundo del arte que desean ir más allá, es decir, no solo montar una exposición sino que eso se volviera una actividad social. Después, el acierto de pedirle a (Jorge) Romero Brest y a Samuel Paz que dirigieran esa idea. Y esa gente pudo ver en la marginalidad que nosotros encarnábamos en ese momento una especie de actividad creadora. Todos éramos artistas que emergimos de una capa de cultura europea que se mezcló, y fuimos los primeros que hablamos de una cultura pop. Pintores hubo fabulosos en la generación que nos precedió: De la Vega, Maccio, etc. Pero nosotros captamos otra realidad, que tenía que ver con la realidad popular. Y al mismo tiempo, se produce una identificación del público con lo que estaba sucediendo, que le dio esa trascendencia histórica. Porque podríamos haber sido artistas de galería y ahí nos transformamos en artistas de barricada.

–Emigró tempranamente, a fines de los 60. A la luz de lo sucedido en el país, ¿fue una decisión premonitoria?

–Se sentía lo que iba a venir. El Di Tella se volvió un fenómeno, no solo por la parte artística, también encarnó un objetivo de la represión. La policía venía a buscarnos para llevarnos presos, y tuvo su punto culminante con esa exposición durante la cual se escribieron cosas en las paredes y fue denunciado como un acto político y las obras fueron depositadas en la calle. Lo he contado tantas veces… Una vez que iba al Di Tella, me paró un policía en Paraguay y Florida y me dijo que no volviera a pasar nunca más por ahí, porque nos llevaría a la comisaria, y ya nos había pasado que nos metieran presos. Entonces, me dije que si este tipo nos puede decir eso… Para luchar, había que estar en otra cosmogonía, volverse un guerrillero y para mi manera de ser, lo mejor era salir y conservar mi identidad de artista.

Tratando de crecer

Ya de chico Arias no respondía a los rígidos cánones de la época: se inclinaba por la declamación de poemas y el teatro de títeres. Y sus padres tomaron una decisión drástica al enviarlo al Liceo Militar.

“Ninguno de mi promoción quería ser militar, eso lo sé. Ahora veo chicos de 11, 12 años y pienso que yo en ese momento, entré en ese infierno… Hoy los niños están tan protegidos por los padres y entonces pienso cómo fue posible que me largaran a esa pesadilla (se ríe, con ironía). Aunque no guardé demasiados recuerdos de esa historia. Me quedé atrapado en otros infantilismos.”

–Como el peronismo, que nutrió su infancia y después su obra, desde la Eva Perón de Copi, en París, hasta la Isabel de Happyland, en el San Martín.

–El peronismo es diferente. El problema es que Perón y Eva encarnaron un momento de la historia. Por todo lo que traían: la audacia de ella, sus temores, su visión. La ambición de Perón, el contacto con el pueblo. Todo lo que viene después es como un pálido reflejo, una remake. Para mí, el peronismo es un hecho histórico que sería bueno superar, y encontrar otras maneras de pensarnos. Con toda la virtuosidad que les reconozco a Perón y a Evita, que para mí son personaje esenciales. Ahora, me parece que la grieta es un chupete que nos dieron para entretenernos y para hacernos perder tiempo. No vale la pena caer en eso, porque no se puede ir para adelante ni para atrás. Es como un stand by. Lo que ambiciono es un futuro y no que me envíen de vuelta al comité de mi papá, que era radical.

–Hoy el rol del Estado vuelve a ser cuestionado políticamente en sociedades como la nuestra. Usted manifestó que pudo desarrollarse en Francia gracias a las subvenciones.

–Por suerte, ya salí de eso (se ríe). Pero el Estado también es exigente. Y hay gobiernos que pueden ponerse necios. Como si la cultura tuviese que abocarse a la inmediatez y entonces los artistas convertirse en animadores sociales, y ahí se producen confusiones. El gobierno actual (en Francia) no tiene como objetivo fundamental la cultura y ha dado pruebas. El problema de la intervención está ligado a la idea de la libertad, porque nos imaginamos que en el circuito comercial, los artistas deben adaptarse a roles. La política cultural de un gobierno sería que no se apliquen esas formas preconcebidas. Pero siempre es una lucha, estoy en contra de esas categorizaciones: aquí o allá.

–En ambos lados, la pandemia.

–Yo me vacuné. Esa gente que dice “yo no me vacuno” parece que quisiera tomar una decisión por encima del mundo. Pienso que estamos todos frente a una catástrofe global y yo creo en la responsabilidad comunitaria. Lo otro me parece un estado de exaltación egocéntrica.

Hablemos de fútbol

Alfredo Arias, el premiado regisseur y director de teatro que dejó su impronta en la Scala de Milán, la Ópera de la Bastilla y el teatro Colón de Buenos Aires, tiene un alter ego, director… técnico, uruguayo, con exitoso paso también por el fútbol ecuatoriano. A este Alfredo Arias, la asociación caprichosa de Wikipedia, donde ambos aparecen encolumnados, no sólo le hace gracia, sino que le despacha una veta poco conocida de su personalidad.

“Alguna gente se sorprende de que me interese el fútbol. Aunque mi relación fue bastante lenta y tardía, y abstracta, porque yo vivía en Remedios de Escalada, a cuadras de la cancha de Talleres, y escuchando los goles, tenía la idea de una representación machista y aburrida. Después, más de adulto, me fui interesando. Voy a decir una barbaridad: me encanta el fútbol, coreográficamente hablando. Hay momentos que son extraordinarios desde la percepción del espacio. Por ejemplo, en los casos de Maradona y Messi, de los que se dice que son genios porque patean y hacen goles. No, son genios del espacio. Son personas que intuyen el espacio antes de que el espacio exista. Porque la pelota se mueve todo el tiempo y redefine los espacios –enuncia casi, casi, en clave bielsista–. Esta gente ve lo que los otros no ven. Esa es la genialidad de estos personajes y es así como lo disfruto. En eso, se parece al teatro, donde se trabaja con un cubo imaginario, y en ese cubo tienen que ocurrir muchas emociones. Lo mismo pasa en una cancha, con las emociones del gol.”

–¿Qué pasó con el actor Alfredo Arias?

–No me importa actuar. He actuado como un contacto con el autor, para testimoniar mi interés en el texto más que por un interés en la actuación. Ni tengo esas necesidades. Las veces que actué fue porque me encontré con un papel que parecía escrito para mí.

–En cambio, suele recurrir a artistas fetiche, como Marilú Marini, y más recientemente, Alejandra Radano.

–En el caso de Marilú, había desde el principio un compromiso conceptual, porque queríamos hacer un tipo de teatro. En el caso de Alejandra, ella entra en ese juego, y le va dando solidez a un proyecto. No están solo comprometidas con el papel, sino con todos los elementos alrededor de la obra. Otros actores simplemente actúan y están pensando en el próximo papel.

–¿Cómo no se le pegó el acento francés tras cincuenta años de vivir en París?

–Me mataría… ¿Te podés “imaginag si hablaga así”? Al contrario, no he podido despegarme de mi acento español. Incluso, hay sonidos del francés que yo no reconozco y me los han gritado en los oídos. Pasa que los sonidos están emparentados con una comunicación sensorial y afectiva desde la infancia. Salvo que tengas una oreja muy musical, que no es mi caso, por más que me guste mucho la música, es muy difícil de registrar y también es muy difícil perder esas raíces. Es muy complicado creerse francés, porque uno no les. Juan (Gatti) me contaba que no quería vivir en Buenos Aires y se siente tan a gusto en Madrid, pero está la misma lengua de por medio.

Escrito por
Oscar Muñoz
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