“Esa unidad la sentimos los verdaderos patriotas, porque amar a la patria no es amar sus campos y sus casas, sino amar a nuestros hermanos. Esa unidad, base de toda felicidad futura, ha de fundarse en un estrato formidable de este pueblo, que al mostrarse hoy en esta plaza, en número que pasa de medio millón, está indicando al mundo su grandeza espiritual y material” (Juan Domingo Perón).
Quizá de Chile guardemos en la memoria tres momentos trágicos: el bombardeo al Palacio de la Moneda, la muerte física de Salvador Allende y la feroz dictadura de Augusto Pinochet. En esta campaña electoral plagada de incertidumbre, finalmente la felicidad encontró un momento de manifestación popular. El domingo, comenzó a cambiar radicalmente la historia de Chile. Gabriel Boric Font es el presidente más joven que haya tenido el país trasandino. Con apenas 35 años, llega al máximo cargo electivo de uno de los países más importantes del Cono Sur.
Oriundo de Punta Arenas, en el extremo sur del país, fue uno de los líderes de las protestas estudiantiles que estallaron en 2011, durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, en demanda de mejoras en la calidad en la educación y el avance a la gratuidad. Fue el primer candidato que venido de fuera de la política centrista que ha gobernado por muchos años Chile desde el comienzo a la democracia, en 1990.
Boric siguió la lucha durante diez años y no fue en vano. El joven muchacho tenía muy claro cuáles eran sus objetivos a conquistar y lo consiguió. Hoy Chile tiene un nuevo presidente y un proceso constituyente en marcha. Para los tiempos que corren en la región, los resultados del domingo nos devuelven las pasiones alegres. Gabriel Boric Font, de Apruebo Dignidad, en representación de la izquierda chilena, se impuso con el 55,73 por ciento de los sufragios frente a 44,27 por ciento de Kats. El abogado ultraderechista, admirador de Pinochet, reconoció a las pocas horas su derrota.
Boric se enfrenta a enormes desafíos. Un pueblo inmerso en una desigualdad social estructural, económica y cultural, pero que tuvo la fortaleza de poner patas para arriba al gobierno de Sebastián Piñera. Los resultados del domingo marcarán un antes y un después en la historia de Chile.
Una agenda compleja y diversa
“Pō nui, suma aruma, pün may Chile!”, saludó el presidente electo al pueblo chileno, en rapanui, aymara y mapuche.
Boric encabezará un gobierno con una compleja y activa agenda de demandas sociales. Entre ellas se encuentran resolver la precarización laboral, mejorar la inclusión social, afrontar la crisis sanitaria y el déficit en las viviendas sociales. Uno de los sectores más afectados es el de los jóvenes que no tienen empleo y no pueden acceder a la educación pública y gratuita.
En su discurso, el presidente electo valoró por sobre la elección la voluntad del pueblo de ir a votar. Habló de “un Chile verde y de amor”, que cuide la naturaleza y los animales, que recupere los espacios públicos. Agradeció a las mujeres que organizaron las luchas feministas, el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, a la no discriminación por la elección familiar, a la diversidad de género. Él mismo dio su apoyo absoluto a las luchas desde abajo. Se comprometió a establecer y reconstruir las instituciones democráticas, llamó a cuidar la democracia, cada día, todos los días. Aseguró que garantizará los derechos fundamentales de las y los jubilados, el acceso a la vivienda y la recuperación del salario.
Chile vive la posibilidad de escribir una Constitución de forma democrática, paritaria, con participación de los pueblos originarios, con la que sustituirá a la Carta Magna establecida por el dictador Augusto Pinochet. Llamó a unir alianzas con los empresarios, un desafío de cooperación que se propone a futuro. Boric sabe que tiene en sus manos el futuro de su país, y la responsabilidad de cumplir y de no romper el pacto electoral.

Los ojos de Chile
Las revueltas de los últimos años en Chile encontraron en Boric a un conductor. Rechazando la herencia fascista pinochetista, Chile se encamina a reconstruir un país desquebrajado por la pésima administración de Sebastián Piñera. No olvidemos lo que decía el presidente en esos días de violencia indiscriminada contra su pueblo: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, que está dispuesto a usar la violencia sin ningún límite”. Mientras la primera dama calificaba las revueltas como “una invasión alienígena”. Hoy vemos que esos “violentos” y esos “alienígenas” son hombres y mujeres de a pie, jóvenes principalmente, que reclamaban sus derechos y que no están resignados al olvido, y que el domingo en las urnas dieron una lección de dignidad.
El saldo de la represión piñerista fue de trece muertos, hombres y mujeres que perdieron sus ojos, mujeres violadas, torturas a los detenidos. En esos días el mundo miraba temeroso la explosión repentina de motines, fuego, corridas sin límites. Pese a todo pronóstico, los cambios son posibles. Las revueltas y sus protagonistas nos enseñan, como en todos los tiempos, que no se puede subestimar a las masas populares, especialmente a las indígenas y negras. Y que el tiempo de la rebeldía es de los pueblos libres, que nunca se rinden.