Hay poesía bucólica, elíptica, metafísica. Hay poesía hermética, distante, filosófica. Hay poesía simple, literal que, digámoslo sin eufemismos, no es poesía, aunque se haga pasar por ella, pero este es un problema de época, otra cuestión. Hay poesía de lo cotidiano, luz e ingenio, serena pero filosa. Hay poesía urbana, dialéctica, paradójica. Hay poesía abstracta, que intima, condensa, apuñala. Hay poesía que canta y baila: poesía órfica. Otra que acompaña dulcemente los golpes de la vida. Y hay poesía que es demasiado. Demasiado para leer de golpe. Demasiado para procesar. “Quito mis lágrimas con las uñas como quien aparta un escarabajo misterioso y de alas plateadas”, dice un verso de Leonor García Hernando. “Otras lunas han dejado su párpado roto en el cielo sin que nadie acaricie su herida”, dice otro. De ella hablamos, de una poesía que rebasa. Que no deja espacios ni respiro. Que no descansa ni deja descansar. Que –sepa disculparse la metáfora bélica– ametralla y martiriza con imágenes, una detrás de la otra, desafiando con genialidad y belleza los límites del lenguaje. Sí, una estética de balas que se reciben en la boca –tanta boca heroica y desdichada en la poética de García Hernando– y se tragan sin morir.
“sin otra intensidad que los hilvanes en el ruedo
y la nuca rasurada
ardía en esas fiebres de hojas húmedas.
El paisaje superponía paños de salitre. El hisopo acercaba
su llama de desinfectante rojo
¿quién me amó en la planicie de vidrio
si el carmín dibujaba mi boca en el derrumbe y atados
mis tobillos a un mástil
qué bandera fui?”
La autora tucumana Leonor García Hernando (1953-2001) publicó cinco títulos: Mudanzas (1974), Negras ropas de mujer (1987), La enagua cuelga de un clavo en la pared (1993), Tangos del orfelinato-Tangos del asesinato (1999) y El cansancio de los materiales (2001). En los cinco (que Ediciones en Danza reunirá a mediados de 2022), explora una escritura de la desviación, del abandono, del derrame. El poema no se sostiene en un eje medular que organice, que rija, que arracime, sino que impulsa un deshilacharse nervioso y agitado. No existe la arteria que contiene, recibe, reparte, sino que los versos primero se agrupan, luego se desintegran, puras vertientes desprendiéndose unas de otras en constante revolución, en constante salvajismo. Cada imagen, una granada.
“Anochece sin dejar rastros.
Elefantes de sombra crecen desde la estación y avanzan
como pesada emanación de los trenes.
El calor se prende en los techos como un broche
antiguo y en las terrazas, el alquitrán reblandecido se
derrama como algo viudo que no encuentra orden”

“Amo los poemas que brotan y no los lenguajes buscados”, decía Antonin Artaud. “Todo lo que no es un tétanos del alma o no proviene de un tétanos del alma no es verdadero ni puede ser recibido en la poesía.” Artaud traga la violencia del mundo con tragedia e ironía –nunca supo esquivarla– y la estaca en la escritura con profecía y don poético. “Yo amo los poemas de los hambrientos, de los enfermos, de los parias, de los envenenados: Françoise Villon, Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Gérard de Nerval, y los poemas de los supliciados del lenguaje que se pierden en sus escritos, y no de aquellos que aparentan estar perdidos (…) Los perdidos no lo saben, balan o braman de dolor y horror.” Podríamos sumar a García Hernando a la reunión cumbre de los perdidos que braman de dolor. Un dolor que se desplaza de lo íntimo a lo social y viceversa. Sus poemas lo delatan con elocuencia.
“los tullidos de la ciudad
se deslizan por esta vereda. Cuando mi boca se tuerce
en mueca compasiva, ellos se alejan
sonriendo sobre sus débiles piernas incompletas.”
LO PERSONAL ES POLÍTICO
“Me interesa establecer esa vinculación entre el crimen político y sus formas germinales en la familia. Porque creo que en mi generación, la de los 70, existió una forma de expulsión familiar, una forma de castigo a la desobediencia, de desobediencia al modelo cultural y moral que existía hasta esa época (…) Me interesa mucho alcanzar una síntesis entre lo que es la crítica política más vasta y lo que es una visión crítica del mundo familiar vinculado a las criminalidades políticas. Porque creo que está ligado. Este país, como un país saturnino, es decir, de hombres que fagocitan a sus hijos, como Saturno. Hay una pintura extraordinaria de Goya donde muestra a Saturno comiéndose a su hijo. Creo que esa imagen de Goya está unida a mi emoción en lo que hace a la temática de mi literatura.” Palabras de García Hernando en una entrevista realizada por la revista Perro Negro, en agosto de 2000.
“Más herida por lo próximo que por el pasado; asisto al homenaje que
hacen de mí las pasiones.
Los muertos de la historia golpean con sus huesos desnudos crecen
sus cabellos en blancas constelaciones la lucidez de sus muertes me
aprisiona.
El amor de mis muertos sufre es un animal en lo hondo de las hojas
pero por ellos no tengo lágrimas terribles.
Desde el Alcázar Rojo corazón de mí piedra en un arco arrojo
vendas a los bosques.
El paisaje es una mueca de mi rezo. Perdono mis pecados en honor a mis
muertos.”
Ser un “grillo dentro del idioma” escribe el poeta y traductor Silvio Mattoni en uno de los tantos ensayos que dedica a la obra del gran Juan L. Ortiz. La poesía de García Hernando, plantada en el otro extremo, milita el idioma sobre el animal rapaz, sobre el desobediente. La poesía como “un animal hundido en su herida”. Otro derrotero, otro modo de refugiarse de la muerte en el lenguaje.
“Nuestra boca es el ojal que atraviesa la desgracia
y no hay más belleza que estar abandonados.”
Leonor murió hace veinte años. Tenía 45 y apenas llegó a ver su último libro. Dejó una obra incalculable en páginas, porque la intensidad de su escritura desvirtúa toda medición posible. Su escritura ruge, logra una sustancia rabiosa que estremece, al igual que Artaud, a quien leía con feroz empatía.
“¿qué pedir si la lengua es otra sábana retorcida
para escapar del cautiverio?
¿qué pedir con los dientes probando el borde de la copa?
una mentira
que acerque el quejido a la respiración
boca de los débiles
un humo que sostenga la sospecha entre los labios
boca de mujeres fastidiosas
parecida en todo a la verdad”
La lectura resulta rítmicamente fluida –más percusión que piano– pero nunca cierra. Una poética abierta, expectante, amenazada como el cuerpo de una mujer.
“Recibe de mí el aullido de cachorros atados; sus hocicos
húmedos que olfatean la sangre de los lastimados como
algo familiar
y entonces toma de mí el sombrero que oscurece la boca y
la enagua que resbala por los muslos como mercurio sobre
una mesa de billar.
Toma de mí esa inocencia: aceptar las caricias del asesino.”
Cada verso de Leonor García Hernando agobia y estremece. Es el agobio del secreto en la imagen descabelladamente hermosa. Cada verso corta. El aire que respiramos mientras leemos. Y la piel. Cada verso avanza hacia un desconcierto de lenguaje que excita y perdura. De tanto ingenio y de fiel sustancia. Escritura que huele a cuchillo. La poesía como una furia. “Confiesa que en la herida/ vos retenías el sabor de escribirla.” Con este verso cierra la obra.
Cierra el cuerpo.
Su cuerpo.
Pero nunca cierra la denuncia. Nunca el tango subversivo del gran poema.