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Caras y Caretas

           

Charly canta los 70

García llegó a las siete décadas y ojala vengan muchas más. El peso simbólico de los aniversarios siempre abre las puertas a nuevas reflexiones y nada mejor que observar aunque sea una parte de una de las obras más prolíficas y determinantes de la cultura popular argentina.

Se ha dicho y hablado mucho sobre Chary García. Los 70 años son una excusa perfecta para revisar su obra, o al menos una parte. Estamos hablando de un corpus que ya cumple medio siglo y que tatuó la cultura popular de este lado del mundo. Charly García es nuestro John Lennon, y entre las muchas formas que existen de escuchar sus canciones hay una que representa un doble juego: por un lado, esos temas cuentan su propia vida; por el otro, bien escuchados son comentarios profundamente políticos. No los hizo en soledad, sino en el marco de bandas. Al fin al cabo, su modelo siempre fueron Los Beatles. Resulta revelador el deslizamiento de García en el tumultuoso péndulo argentino entre dictaduras y democracias, dinámica que terminó para siempre en 1983.
Su primera banda, Sui Generis, comprendió tres discos que temporalmente, en término políticos, fueron de la presidencia del dictador Lanusse, el regreso de Perón en el 73 y la cacería desplegada por la Triple A en 1974, luego de la muerte del líder. La impronta cándida de Vida (1972) y su cosmogonía de chicos de clase media de Caballito que asoman, precisamente, a la vida luego del secundario se hace carne en preguntas existenciales (“Dime quién me lo robó”, “Cuando comenzamos a nacer”), en historias que funcionan como fábulas (“Mariel y el capitán”, “Natalio Ruiz”) y en temas autorreferenciales como su primer hit, que cuenta cómo se sintió morir en una cama del Hospital Militar al intentar zafar de la colimba: “Canción para mi muerte”. Epocales, influidos por dúos folk como el de Simon & Garfunkel, por sencillez y frescura Vida se convirtió en un clásico de guitarreadas. Suscitó la burla de los musicos más pesados y hasta el comentario ácido de Luis Alberto Spinetta, que en aquel año experimentaba con drogas duras y poetas malditos, y se ponía a la par de Led Zeppelin con Pescado Rabioso: “Sui Generis no me gusta. Sus canciones parecen temas de María Elena Walsh”, decía.
El siguiente, Confesiones de invierno, supuso un progreso musical, con temas armónicamente más complejos. Se empieza a notar el tango de Charly, en obras maestras como “Cuando ya me empiece a quedar solo”, un tema con condimentos proféticos sobre su propio futuro. El crecimiento y la ampliación de géneros incluyó ¿los primeros coqueteos con cierto sinfonismo en boca –son años de grandes elepés de Pink Floyd, Genesis, Yes- en temas como “Un hada, un cisne” y “Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario, o no”; un rock and roll ácido como la sátira “Mr. Jones, o pequeña semblanza de una familia tipo americana”; y nuevos clásicos de fogón como “Rasguña las piedras” y “Aprendizaje”. Las críticas que disparan las letras de Sui Generis son esencialmente de costumbres, generacionales y, en algunos casos, alegóricas.
En 1974 la muerte de Perón representa, entre otras cosas, el corrimiento hacia el centro del poder de un personaje siniestro como José López Rega. La interna peronista se debatía entre las organizaciones armadas de izquierda y la ortodoxia. La creación de las patrullas de la Triple A significó un anticipo del terrorismo de Estado instaurado en 1976. Sui Generis sacó su disco más político, aún con letras suavizadas por consejo del productor Jorge Álvarez y canciones que directamente fueron dejadas de lado, como Juan Represión y Botas locas.
El disco se iba a llamar Instituciones, pero para alivianar la densidad del término cambiaron por Pequeñas anécdotas sobre las instituciones. García logra, con apenas 24 años, una madurez compositiva extraordinaria. Totalmente tomado por el rock sinfónico, le da rienda suelta a nuevos instrumentos como el mini moog y el piano rhodes, el grupo incorpora una base rítmica ya permanente con Rinaldo Rafanelli en bajo y Juan Rodríguez y edita un disco revulsivo, lúcido, inspirado. Todos los temas son áridos, espesos: Tango en segunda, El show de los muertos, Las increíbles aventuras del Sr. Tijeras, Pequeñas delicias de la vida conyugal, El tuerto y los ciegos, Música de fondo para cualquier fiesta animada, Para quién canto yo entonces…
García empezó a sentir el peso de ser tan protagonista en el dúo/ banda, y cada vez se mostraba más fascinado por el rock progresivo, por el jazz rock y la fusión. Dejó a Sui Generis en su apogeo, luego de los famosos conciertos en el Luna Park a tope, y se dispuso a disolverse en un grupo en el cual pudiera descansar en otros talentos. Formó La Máquina de Hacer Pájaros, y hasta llamó a un tecladista de formación clásica, como Carlos Cutaia, que venía de Pescado Rabioso. Charly y La Máquina de Hacer Pájaros –así se llamaba al principio- debió remontar el enojo que había provocado la disolución de Sui Generis en la gente. La banda de García y Nito Mestre había ampliado la base de público del movimiento: a sus conciertos iban adolescentes no rockeros de clase media y muchas chicas.
La Maquina sacó dos disco formidables en los tremendos 1976 y 1977. Era un super grupo: además de Cutaia, tocaban el ex Crucis José Luis Fernández en bajo, el ex Gatos y Color Humano Oscar Moro en batería y Gustavo Bazterrica en guitarra. Con una tendencia hacia lo instrumental, a la suite y, como siempre, con grandes canciones –algunas, con pinceladas políticas, como “Hipercandombe”, “Qué se puede hacer salvo ver películas” y, sobre todo, “No te dejes desanimar”-, los discos de La Máquina condensan virtuosismo (“era una cascada de semicorcheas”, comentó alguna vez Moro) y una profunda melancolía.

Yendo de Sui a Serú

Cuando ya la banda había sido aceptada y era cada vez más popular, Charly llevó a cabo una operación similar a la de Sui Generis. Aprovechó algunas tensiones internas y se mandó a mudar. Había conocido al amor de su vida, la brasileña Zoca, y replanteó su vida y su carrera. Luego de un parate, armó un gran concierto con todos los músicos de su órbita –visto en perspectivas, su Bandas Eternas en 1977-, lo llamó el Festival del Amor. Con el dinero recaudado se fue a Brasil para pensar el próximo paso. Que fue Serú Girán.
La historia de cómo fraguó Serú es hermosa. Primero convenció a David Lebón y, ya desde Buzios, se apoyó en un viejo lobo del rock como Moro y en un niño prodigio como Pedro Aznar. “Fue como tener a John Bonham y a Jaco Pastorius en una misma banda”, dijo en una entrevista. Fue una alquimia instantánea. Sacaron un primer disco notable, pero incomprendido. Era 1978, y tal vez el público necesitaba otro tipo de mensaje, más claro, menos críptico. Fue el que lograron en el segundo álbum, La grasa de las capitales. El tema era irresistible –una especie de candombe frenético, con un comienzo coral a lo “Una noche en la Ópera” de Queen, y la cita de un riff de la época de Sui Generis-, con una frase fuerza que, sí, sintonizó con la época: “No se banca más”. Todo el disco tiene grandes canciones, como el tanguito “Los sobrevivientes” (“estamos ciegos de ver”, cantaban, en 1979), “Viernes 3 A”, y hasta un tema de Aznar cuyo título es otro reflejo del momento: “Paranoia y soledad”.
En Bicicleta (1980), Serú Girán logró su cenit artístico. Hay muchas canciones emblemáticas, como “A los jóvenes de ayer” (una crítica a los tangueros, con ritmo de tango) y “Mientras miro las nueva olas” (una crítica a la new wave, con ritmo new wave), pero el tema que trascendió como uno de los más firmes desafíos a la dictadura fue “Canción de Alicia en el país”. La Alicia de Lewis Caroll es manipulada por Charly para una alegoría contundente: “El asesino te asesina”, “un río de cabezas aplastadas por el mismo pie”, “se acabó ese juego que te hacia feliz”, son frases que no ofrecían segundas lecturas y que, no obstante, no fueron registradas por los radares militares de la censura.
Después de Peperina, Aznar decidió irse y, ya en 1982, Charly García se despidió en marzo de Serú Giran, sacó un disco doble con la banda de sonido de la película “Pubis angelical”, de Raúl de la Torre, y con algunas canciones nuevas y otras que iban a integrar el quinto disco de estudio de Serú Girán. El álbum, su debut solista, se llamó Yendo de la cama al living y fue una forma extraordinaria de hacer olvidar a Serú Girán. Otra vez, los comentarios sociales: el más sardónico y lúcido, en una Argentina devastada por una guerra absurda perdida, fue “No bombardeen Buenos Aires”.
Inspiradísimo, ahora sí con una antena captando la modernidad del rock global, se convirtió en faro y, también, en el padre que debían “matar” las bandas emergentes atravesadas por el punk, el ska, la new wave y el reaggae. García se dedicó a hacer lo que siempre hizo: la mejor música popular posible. Tenía razón: de pronto ya era “parte del mar”, como cantó. Dejaba atrás a tres bandas gloriosas –Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Seru Girán- y se disponía a lo largo de la década a comerse al rock argentino de un bocado. Pero esa es otra historia.

-Charly García nació el 23 de octubre de 1951. Hoy cumple 70 años.

Escrito por
Mariano Del Mazo
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