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Caras y Caretas

           

El crimen de Mariano Ferreyra

Una patota de la Unión Ferroviaria atacó a un grupo de jóvenes del Partido Obrero que protestaban contra las tercerizaciones, asesinando al militante Mariano Ferreyra.

Néstor Kirchner murió en El Calafate el 27 de octubre de 2010 a causa de un corazón desbocado. Aún antes de que sus restos arribaran a Buenos Aires, la Plaza Mayo ya lucía colmada. Hacía muchos años que no se veía a tanta gente sollozar de pesadumbre por una noticia insoportable. Luego, al caer el sol, una hilera de personas, originada a 25 cuadras, atravesaba con lentitud el Salón de los Patriotas para pasar ante el féretro. Allí estaba su compañera, la presidenta Cristina. Más atrás, en semicírculo, unas doscientas siluetas; eran funcionarios y dirigentes, casi todos con ropas oscuras. Ese detalle y el silencio contribuían a que la escena pareciera inspirada en El entierro del conde de Orgaz, un oleo pintado por el Greco a fines del siglo XVI. La multitud continuaba desfilando. Eran los primeros pasos del pueblo argentino en un mundo sin él.

Desde el decimosexto piso de un edificio situado en Puerto Madero, un tipo canoso miraba tales imágenes en un plasma de tamaño cinematográfico. Su rictus transmitía más fastidio que pesar, como si lo inquietara otro asunto. Cada tanto desviaba los ojos hacia la mesita ratona. Allí había un ejemplar del diario Clarín editado horas antes de tal tragedia nacional; su título de tapa: “El crimen de Barracas: más pruebas contra los detenidos”. Y la bajada: “Las dio Carlos Pérez, el último apresado en el caso. Le dijo a la jueza que el delegado Díaz lo convocó para frenar el corte a las vías. Y que el barra Favale le habría confesado el crimen luego de tirar”.

Mariano Ferreyra

El hombre leyó por enésima vez aquella frase. Se refería al asesinato de Mariano Ferreyra, un militante de 23 años del Partido Obrero (PO), cometido por una patota de la Unión Ferroviaria (UF) cuando sofocaba un reclamo de los trabajadores despedidos del Ferrocarril General Roca, provocando también heridas de bala en otros dos manifestantes.

Los hechos ocurrieron en la mañana del 20 de octubre entre Avellaneda y Barracas, con varios embates de los agresores, apoyados por barrabravas de Independiente, Defensa y Justicia, Banfield y Ferro reclutados para la ocasión. Primero todo transcurrió a fuerza de palos y piedrazos, con la venia de policías bonaerenses y de la Federal. La parte más virulenta de la persecución tuvo lugar a dos cuadras de la estación Hipólito Yrigoyen. Allí sonó el inequívoco sonido de la pólvora. Un proyectil atravesó el tórax de Ferreyra, quien fue subido a una ambulancia. Pero llegó al hospital Argerich ya sin vida.

Ahora, en su lujoso departamento de Puerto Madero, Pedraza apartó los ojos del título de Clarín que tanto lo inquietaba.

La pesquisa del caso tomaba para él un cariz indeseado: Pérez, ya tras las rejas –junto a Favale, el autor del disparo fatal– acababa de apuntar sobre Pablo Díaz, el hombre fuerte del ramal. Y puesto que el expediente instruido por la fiscal Cristina Caamaño y la jueza Susana Wilma López pugnaba por llenar casilleros para completar la carátula de asociación ilícita”, no había duda alguna de que el próximo eslabón era el eslabón que estaba por encima de él, o sea, Juan Carlos Fernández (a) “El Gallego”, nada menos que mano derecha de Pedraza. Su intuición no auguraba nada bueno. Era cuestión de tiempo. Tal vez entonces haya tomado consciencia de su destino parabólico.

YA NO SOS MI MARGARITA

Nacido a finales de 1944 en la ciudad cordobesa de Deán Funes e hijo de un ferroviario, ese individuo de mirada fría y modales parcos ingresó a los 16 años como obrero en el Ferrocarril Belgrano. Al tiempo se vinculó con grupos sindicales de izquierda para después integrarse al peronismo. En ese marco fue elegido delegado, y se sumó a la resistencia contra la dictadura de Juan Carlos Onganía desde la CGT de los Argentinos (CGTA), la central obrera combativa que había roto con la CGT liderada por Augusto Timoteo Vandor. Por esa época conoció a Rodolfo Walsh, quien desde el Semanario de la CGTA trazó una elocuente radiografía sobre la conversión de los gremios en aparatos volcados de lleno contra los intereses obreros. Por aquel entonces era imposible imaginar que Pedraza se convertiría en un arquetipo del sindicalista proempresarial.

Pero a fines de los 80, ya entronizado en la cúpula de la UF, no dudó en respaldar al presidente Carlos Menem, gesto que el riojano retribuyó con la designación de gente afín a Pedraza en cargos estratégicos de las empresas ferroviarias que fueron privatizadas. De relación fluida con Roberto Dromi, arquitecto del saqueo, don José –como ya todos lo llamaban– creó una mutual fantasma de viviendas que le fue muy útil para lucrar con espacios y locales en decenas de estaciones. En esos días, el próspero sindicalista se mudó a una casa de un millón y medio de dólares en Villa Devoto. “Sin su colaboración no hubiéramos logrado muchas de las cosas que logramos”, fue el elogio que por entonces le dedicó Domingo Cavallo. Años después, durante el interinato de Eduardo Duhalde, el mandamás de la UF negoció un convenio que redujo aún más los derechos de los trabajadores.

En medio de semejante trayectoria, Pedraza tuvo la fortuna de no tropezar con mayores contratiempos; sólo sufrió en 2006 un embargo de 50 millones de pesos por una estafa cometida contra sus afiliados. Pero de aquel asunto saldría tan bien librado que entonces pudo adquirir el piso donde ahora se amargaba.

Quizás entonces haya cruzado por su cerebro la ilusión de que la muerte del ex presidente enfriaría el impacto mediático del caso Ferreyra.

No fue así. El Gallego Fernández cayó preso poco después, junto con otros doce implicados.

El 22 de febrero de 2011 fue el turno de Pedraza. Durante la madrugada de aquel martes, la Federal lo arrestó en su hogar de Puerto Madero. Las primeras noches las pasó en la Alcaidía de Tribunales. De allí fue a parar al penal de Ezeiza. Dos años después fue sentenciado a 15 años de prisión en su carácter de “instigador” del homicidio en cuestión, al igual que Fernández. Favale, por su parte, recibió 18 años, y Díaz, once. El resto de las sentencias osciló entre dos y ocho años de cárcel. Beneficiado en 2017 con la prisión domiciliaria, Pedraza murió en 2018 sin cumplir su condena.

Escrito por
Ricardo Ragendorfer
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