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Caras y Caretas

           

“LUCHÓ Y DERRIBÓ MUCHOS ESTEREOTIPOS”

En 2016, Natalia Oreiro encarnó a la popular cantante devenida mito en Gilda. No me arrepiento de este amor. Desde entonces, su admiración no dejó de crecer y potenciarse.

Recientemente premiada internacionalmente por Nasha, Natasha (Martín Sastre, 2020), el documental que registra su excepcionalidad como ícono popular de Rusia, y tras interpretar a Eva Perón en Santa Evita, Natalia Oreiro accede amorosamente a hablar de Gilda: “Siempre es un placer volver a la gente que me acompaña siempre”.

–¿Cuál es el primer recuerdo que tenés de Gilda?

–Lo primero que se me viene a la cabeza es cuando me mudé a Buenos Aires, en 1994. Dos años antes de su partida era cuando el fenómeno Gilda estaba más fuerte. Lastimosamente, se hizo más popular y masiva después del accidente. Yo vivía por Palermo y había una discoteca de música tropical muy cerca que creo que se llamaba Metrópoli, donde ella sonaba. Nunca la fui a ver, pero me sabía sus canciones y me hice “fana”. Desde el comienzo me impactaron mucho su dulzura, su voz, sus letras. Yo estaba despertando a la adolescencia y al amor y me sentía identificada con lo que ella contaba. Siento que Gilda me acompañó desde mi llegada a Buenos Aires, a los dieciséis años, y desde entonces no deja de acompañarme.

–¿De qué maneras te siguió acompañando?

–En 1998 tuve la oportunidad de elegirla en la telenovela Muñeca brava. Yo interpretaba a un personaje al que le gustaba la cumbia. Les pedí a los guionistas que fuera fanática de Gilda y que se durmiera con una remera con su foto y que cantara y bailara sus canciones cuando iba a la bailanta. El personaje pegó y nos invitaron a bailar en las comparsas de Gualeguaychú. Entonces propuse parar en la ruta donde fue el accidente. En la escena que grabamos, todo lo que le pasa al personaje en realidad me pasa a mí. Si bien el personaje también es fan de Gilda, te aseguro que soy yo, Natalia, quien estaba siendo atravesada por encontrarse con la emoción de lo que había sucedido.

–¿Qué decisiones tomaste para componer el personaje en el cine?

–Primero lo hice desde el amor y el respeto que le tengo como intérprete. Y desde las ganas que tuve siempre de contar su historia. Un sueño que tardó doce años en concretarse, cosa que agradezco, porque si hubiera sido entonces no hubiera tenido aún las herramientas. Traté de que algo de su energía quedara en mí y se transmitiera a través de la pantalla. Creo que una clave es creer en lo que uno está componiendo, decirlo con mucha verdad y dejarme atravesar por Gilda. No de una manera esotérica. Obvio que le pedí permiso física y espiritualmente. En el cine, por la proyección y el tamaño de la pantalla, la relación con la cámara es más cercana, y cuando estás pensando en algo, la lente lo toma. Si lo que estás pensando tiene sentimiento, emocionalidad, amor, verdad, se produce la magia de hacer existir lo que en principio no existía. Por supuesto que mi interpretación de Gilda nace de un trabajo en conjunto con la directora, Lorena Muñoz, con la guionista, con la coach María Laura Berch. Y la cámara y la emoción de Daniel Ortega pegadas a mi rostro.

–¿Cómo lograste una imagen tan fidedigna sin imitarla?

–Hay mucho material para ver y para comparar. Yo también soy cantante y tuve que desandar mi propio estilo. Fue inestimable el trabajo con Valerita, mi amiga coreógrafa que me acompañó desde lo físico, desde las manos, desde su cuello, cómo inclinaba la cabeza. A mí se me van las piernas para todos lados (risas). Ella era más disciplinada y de movimientos más cortos. Tuve que prestar mucha atención en los bailes y para que desde lejos me viera gráficamente como ella. El resto es el vestuario, la imagen y la iluminación. Y horas de encuentro con su hijo, su ex marido, sus amigas íntimas, sus fans.

–¿Cuál fue la escena que más te costó interpretar?

–La escena de la discusión que tiene en la escalera con su ex marido. Con Lorena nos parecía necesario mostrar eso que ella había transitado. Como es una escena íntima, no hay registro visual en el que apoyarme. Hay que recrear, creyendo que fue así, con el miedo de no lastimar a nadie. Me parece muy necesaria esa escena para comprenderla. No es una película hitera sino una historia de vida. La idea era contar su historia para el mundo y que, en cualquier lugar, se sintieran identificados con el personaje. En apariencia estaba abandonando a su familia. Las mujeres tenemos que atravesar un camino más arduo para alcanzar espacios y para percibir la misma remuneración que los varones. También se les exige que no descuiden a los hijos como si fueran sólo su responsabilidad y no un trabajo a la par.

–¿Y la escena que más te conmovió?

–La de la cárcel. Por cuestiones presupuestarias –locación, extras– tuve que mostrarme inflexible para que se hiciera y no se tocara. Muestra un temperamento y una convicción muy particulares de Gilda. Cuando le empiezan a cancelar los shows, ella toma la decisión de cantar en Caseros. Como diciéndole al mundo: “No importa dónde, voy a cantar y me van a escuchar”. Y es emocionante el amor con que les canta a los presidiarios y la manera en que ellos la escuchan.

–¿Qué posición adoptó la película con respecto a la beatificación de Gilda?

–La idea de santa Gilda o de la Gilda que hace milagros comenzó ya en vida y ella no se sentía cómoda con eso que ocurría y con lo que le pasaba a la gente con ella. Por eso, se respetó la posición de Miriam y se decidió una escena que la mostrara confundida con esa imagen. Es el show cuando está vestida con pollera roja y canta “No me arrepiento de este amor”. Una nena se le acerca y le dice que su madre se curó cuando escuchaba sus canciones y una abuela le dice que la toque y le cure la diabetes. Ella se siente rara y aclara que no es ella la que cura sino el médico.

–¿Cómo reaccionaron los fans?

–Las y los fans me ayudaron, me acompañaron, formaron parte de la película. Eso habla del enorme amor que le tenían. Ella era muy cercana a ellos. Algunos tenían su teléfono.

–¿Cuáles son los aspectos que más te fascinan de la vida y la figura de Gilda?

–He sido bastante cercana e identificada con ella en muchos sentidos. Para mí, Gilda es una mujer que se abre camino en un mundo machista en un momento en que el estereotipo de la mujer de la bailanta era determinado por los varones. Ella salía por fuera del encasillamiento y del canon femenino.

–¿En qué sentidos?

–La cantante tropical en los noventa es voluptuosa, extremadamente sexi. Eso no está ni bien ni mal. Cada una debiera disfrutar del cuerpo que tiene sin exigencias de afuera. Pero ella tuvo que luchar contra ese prejuicio. Era flaquita, maestra jardinera, con cierta delicadeza en sus movimientos, no tan abiertamente sexi según los criterios hegemónicos. Era un mundo supuestamente cien por ciento de varones y ella irrumpe con una música tropical romántica que atrae un caudal de mujeres.

–¿Creés que la figura de Gilda tiene un valor político?

–Yo creo que todo es político, por acción o por omisión. Uno día a día está haciendo política. Sin duda, Gilda luchó y derribó muchos estereotipos. Por un lado, el de un sentido de pertenencia clasista. Miriam era de una clase media acomodada de Devoto metiéndose en un mundo que en teoría es apropiado por y al que sólo acceden las clases humildes. No debiera ser así, pero hay un prejuicio generalizado que relaciona gustos musicales con procedencia social. En principio, ella era vista como una “chica bien”. Por otro lado, tiene que luchar contra el entorno familiar del que provenía. Toda su familia se opone: su madre, que era profesora de piano, y su marido. Era una mujer que ya había pasado los treinta. Se le hacía difícil que comprendieran que cantar era su sueño y su alegría.

–La madre montonera de Infancia clandestina, Gilda, Eva Perón en Santa Evita. Todas mujeres pertenecientes a una tradición nacional y popular. ¿Cómo influye la política en tus decisiones estéticas?

–Cualquier decisión que se tome en la vida es política y no suele ser casual. Yo nací en 1977 y fui reclamada como hija de desaparecidos, y cuando interpreté a la militante montonera de Infancia clandestina no pude dejar de tener en cuenta ese hecho. A Gilda la quise interpretar siempre. A Evita me la ofrecieron hace muchos años y la rechacé porque no me sentía con las herramientas para encarnar a un personaje de semejante tamaño histórico. Ahora pude ponerle cuerpo y corazón. Pero no siempre interpreté a mujeres tan valerosas. La madre de Wakolda tarda en reaccionar y es casi cómplice de las torturas a las que somete Mengele a su hija. Quiero decir que no elijo los papeles por afinidad o por mis ideales políticos, pero cuando se cuelan en ellos y sí me tocan, lo disfruto.

–Si tuvieras que elegir una sola canción de Gilda para cerrar la nota, ¿cuál sería?

–“No es mi despedida” es una canción muy especial. Es el cierre de la película y Gilda nunca la cantó en vivo. La cantó a capela y después pusieron la música. Para mí es un himno, un mensaje, y no fue una despedida. Cuando uno muere queda en el corazón y el recuerdo. El alma parte, pero la energía queda. Uno tiene que dejar ir, pero las ideas no mueren, las canciones no mueren. Me encantan “No me arrepiento de este amor”, “Se me ha perdido un corazón”. Pero “No es mi despedida” es una de mis favoritas.

Escrito por
Adrián Melo
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