Durante los primeros cuatro años de la década del sesenta, Alejandra Pizarnik se estableció en París, al escape de una vida cómoda en Buenos Aires y con miedo al destino poco sinuoso que ofrecía la época para las mujeres. “Y aún ahora me parece absurda la vida de casi todas las mujeres de mi edad: amar o esperar el amor, cristalizado en un hogar, hijos, etcétera”, anotó unos meses antes de irse. “Es más, todo me parece absurdo: tener un empleo, estudiar, ir a reuniones, etc.”.
Vivió una París repleta de artistas, una ciudad literaria que empezaba a gestar las bases de lo que sucedería más tarde, en mayo del 68. “Iré a París, me salvaré”, escribió en su diario el último día de 1959. Allí, se hizo muy amiga de Octavio Paz y Julio Cortázar, quienes la ayudaron a integrarse al comité de colaboradores extranjeros de la revista cultural Cuadernos, dirigida por el escritor colombiano Germán Arciniegas. Fueron sus años felices: frecuentó las claves existencialistas, publicó poemas en las revistas Les Lettres Nouvelles y La Nouvelle Revue Française, tradujo autores como Henri Michaux, Antonin Artaud, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy, conoció a Jean-Paul Sartre y a Simone de Beauvoir y entrevistó a Marguerite Duras para la revista La República de Caracas.
Hoy, más de 55 años después de su paso por Francia, su obra nutre muchísimos programas de estudio de las universidades europeas y del mundo. Pululan papers y estudios sobre sus escritos y se la conoce, en general, gracias a las traducciones de sus libros, de sus diarios y de su correspondencia con el escritor francés André Pieyre de Mandiargues.
Fue precisamente en La Sorbona, donde Pizarnik estudió Literatura Francesa, que en 2010 se celebró el primer coloquio sobre su poesía. El encuentro convocó a investigadores de su obra, especialistas de renombre y escritores argentinos. Más de 20 ponentes de 18 universidades internacionales, como la Universidad de Barcelona, la Universidad de Boston, la Universidad de La Coruña, la Universidad Hebrea de Jerusalén, la Universidad de Granada, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Nueva York y la Universidad de Pittsburgh, entre otras.
“Me parecía importantísimo reunir a los grandes investigadores de la obra de Pizarnik en La Sorbona, universidad mítica, si se quiere, para la literatura francesa que tanto amó y marcó a Alejandra”, dice la escritora argentina Sandra Buenaventura, organizadora de la conferencia. “Fue un rotundo éxito. Pizarnik había tenido su reconocimiento oficial en el lugar de su formación y donde alcanzó madurez poética, con Árbol de Diana (1962)”, agrega Buenaventura, quien hoy dirige la editorial Metalúcida.
Además del Congreso de La Sorbona, se realizaron otros encuentros, como el Coloquio Internacional Pizarnik de 2017 en la Universidad Hebrea de Jerusalén Beit Maiersdorf, o el organizado por la Universidad de Le Mans, en 2019, dedicado a las “Representaciones de la infancia en la poesía argentina del siglo XX”. El punto de partida de este coloquio fue la presencia de dos fondos patrimoniales que contenían las obras de Pizarnik y de Juan Gelman en la Biblioteca Vercors de esa universidad francesa.
A pesar de que su obra está incompleta y desperdigada en varios lugares, la gran mayoría está alojada en los archivos de la Biblioteca de la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey. El catálogo consiste, principalmente, en los escritos de sus diarios, donde además de los registros periódicos se encuentran algunos manuscritos de texto. Hay cuadernos de poesía, ficción y no ficción, como también intercambios de correspondencia entre Pizarnik y reconocidas plumas latinoamericanas, y una pequeña selección de obras de arte. La única opción para conocer el material inédito es ir al archivo de Princeton a investigar, ya que sólo algunos textos pueden ser comprados para envío electrónico. En el caso de los diarios, la única forma de acceder es dentro de la biblioteca, sin la posibilidad de fotografiarlos o sacarles copias.
Otra porción muy valiosa de su patrimonio documental está en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Más de 700 libros de su biblioteca personal que también fueron enviados, en copias facsimilares, a la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Allí se pueden encontrar, entre muchas gemas, las partituras en piano que compuso Alejandro Pinto sobre 18 poemas de Pizarnik, o la entrevista a Marguerite Duras, original y corregida a mano.
Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, italiano, alemán y esloveno, entre otros idiomas. Sin embargo, uno de los mayores dilemas para la comunidad literaria se encuentra en cómo traducir su poesía. “Presenta muchísimos desafíos transmitir su tono, sus juegos de palabras, su sonoridad; son verdaderos factores que hacen muy difícil su traducción”, cuenta Cristina Piña, su biógrafa. La traducción del sonido del silencio, una técnica característica en los escritos de Pizarnik, ha sido obstáculo en un lenguaje que amalgama los recursos de las palabras y se despoja de lo que no necesita. “Mi responsabilidad en la traducción es afinar esa sensibilidad, mirar el texto con apertura, creatividad y empatía hasta que alguna aproximación a sus luminosas palabras pueda materializarse en forma de una traducción que no sólo existe, sino que también habla”, escribe en su blog Yvette Siegert, escritora y traductora estadounidense. El silencio, la muerte: “Traducir no se trata de un deseo de transmisión y comunicación, sino de un anhelo de sinestesia y alquimia lingüísticas, de traer de vuelta a los muertos”.