“Lo que vendrá” es la primera música de Astor Piazzolla que escuché. Fue a mis ocho o nueve años, a través de un programa radial rosarino, que se presentaba con el título del tema.
Vaya hermoso y premonitorio título para una obra musical. Es como que el hombre está escribiendo lo que siente plenamente, la ocurrencia instantánea, y ya es consciente de que funcionará mucho más adelante. Porque así ha sido el destino de la música de Astor. Una obra para el futuro, para la eternidad.
Sin embargo, por su fuerte personalidad, también ha tenido un presente constante. Presencia que siempre lo tuvo como ejemplo, como acto de entrega hacia una vocación. Todo el tiempo provocó una polémica. Incansable retrato de que no hay que abandonar la lucha por lo que uno ama.
Para mí, el universo Piazzolla está comprendido en el concepto del arreglo general con que se presenta. Si bien podemos considerar su formación de quinteto como el marco interpretativo más logrado, en cualquiera de sus otras formaciones (octeto, noneto, etc.) siempre brilla su particular estilo.
“Oda para un hippie” es para mí una de las mejores muestras del poder de síntesis de Piazzolla a la hora de arreglar. Elijo como gusto personal esta obra, que no es muy conocida y figura en el volumen 2 de los álbumes con el noneto. Me parece altamente significativa la manera en que Astor pasea una línea melódica y la va ornamentando paso a paso con sutiles contrapuntos que, a medida que crece el tema, parecerían nunca terminar.
Y siempre presente, su manera irremplazable de tocar el instrumento. Astor es uno de esos extraños músicos que todo lo que toca siempre suena a él mismo. Su inconfundible sello surge del entretejido compositivo que se elija.
Tuve la suerte de grabar con muchos de los grandes solistas de Astor. Concretamente, con Anto nio Agri y también con Fernando Suárez Paz, que fueron los más grandes violinistas de su legendario quinteto.
También con José Bragato, el gran chelo que fuera uno sus mejores amigos y que a través del tiempo se transformara en el mayor archivista y cuidadoso guardián de su obra.
Con Bragato y Suárez Paz produjimos el álbum Cuerdas para Piazzolla, registro que, además de numerosos clásicos de Astor, incluye el rescate de una obra inédita que localicé en una actuación radial de los años 60. Un par de viejas cintas de los programas del mediodía por Radio Municipal me fueron cedidas por el coleccionista Julio Álvarez Vieyra, y allí es que para mi sorpresa aparece esta obra.
Con Antonio Agri hicimos varios álbumes, donde siempre prevaleció el espíritu de Astor, sin extraviarse la poderosa sonoridad interpretativa del violín de Antonio.
Piazzolla es para los músicos la imagen perfecta del héroe de la profesión. Y esto, sin la necesidad de que el joven músico tenga que dedicarse a tocar el bandoneón. La trayectoria de Astor inspira, motiva a jugarse por lo que uno cree. Las anécdotas que abundan sobre su personalidad siempre hablan de un denodado luchador. Un apasionado protagonista de la innovación.
Lejos de conformarse con su destino genial, buscando siempre “lo que vendrá”.
Si tuviera que regalar uno de esos discos a quien nunca lo escuchó, sin pensarlo elegiría Concierto de tango en el Philharmonic Hall de New York (1965), con el quinteto de ese momento, integrado por Antonio Agri al violín, Oscar López Ruiz en la guitarra, Jaime Gosis al piano y Kicho Díaz en contrabajo.
Si tuviera que regalar un libro que lo enaltezca y comprenda, sería Piazzolla. La música límite, de Carlos Kuri.
Una discografía selecta de su obra no me preocuparía; Astor es de esos artistas en los que podés confiar totalmente. No hay posibilidad de que te falle.
Viva la música.