En su número del 1 de marzo de 1951, una semana antes de la clausura de los primeros Juegos Panamericanos, el New York Times ya mostró su decepción por la aplastante victoria argentina, describiéndola como “uno de los días más negros en la ilustre historia del atletismo americano”. Efectivamente, con 153 medallas en su haber, de ellas 68 de oro, el régimen de Juan Domingo Perón bien podía celebrar una importante victoria. Desde el punto de vista deportivo, pero también desde el político y el diplomático, la gigantesca inversión en la organización de los Juegos Panamericanos (inaugurados el 25 de febrero de aquel año) demostró ser lucrativa. Veintidós delegaciones, con más de 2.500 atletas, compitieron en 18 ramos y atrajeron la atención de millones de seguidores en todo el continente. El hecho de que la Argentina ganara más medallas que cualquier otra nación americana y que los Estados Unidos llegaran sólo al segundo puesto fue otra de las razones para festejar. Como un relámpago, la competición demostró, dentro y fuera de la República Argentina, el grado de importancia que el gobierno asignaba a los deportes y su posible uso para promover determinados valores, imágenes y mensajes.
LA SENDA HACIA LA GRANDEZA

El régimen peronista (1946-1955) alentó y financió una amplia variedad de actividades deportivas. Fueron promovidos tanto ramos de aficionados como profesionales, para niños y para adultos, para hombres y para mujeres, y no sólo en la Capital Federal, sino también en las provincias y los territorios nacionales. Sin duda, ningún gobierno antes del de Perón había invertido tantas energías y recursos en el desarrollo y fomento de actividades atléticas y competitivas, ni se había esforzado tanto en cosechar dividendos de esta política. La expansión de los deportes fue una expresión del carácter populista del régimen y de su rehabilitación de diferentes facetas de la cultura popular. Esta inversión rindió sus frutos también en el extranjero y Perón intentó capitalizar los logros de atletas individuales, como el campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio y el boxeador Pascual Pérez, así como del boxeador e ídolo deportivo José María Gatica, o de seleccionados nacionales en competencias internacionales. Los logros eran presentados como una victoria colectiva de la sociedad argentina, trascendiendo las divisiones de clases sociales, orígenes étnicos, sitios de residencia o afiliaciones políticas. La participación argentina en torneos internacionales promovía el patriotismo y la unidad nacional en el frente doméstico y servía como diplomacia cultural para mejorar la imagen del país allende las fronteras.
La escena de los deportes internacionales ofreció una serie de oportunidades a la Argentina peronista para destacar un nuevo capítulo en su historia competitiva. Algunos hitos clave incluyen los Juegos Olímpicos de Londres (1948) y Helsinki (1952), una candidatura que no prosperó para hospedar la olimpíada en 1956, el campeonato mundial de básquetbol que se celebró en Buenos Aires en 1950 y los primeros Juegos Panamericanos el año subsiguiente. En todos estos encuentros, los atletas argentinos representaban supuestamente los logros del régimen mediante una serie de imágenes y de liturgia partidaria. El hospedaje de eventos deportivos internacionales ofrecía una plataforma para exhibir la índole transformadora del peronismo que presuntamente colocaba al país en la senda hacia la grandeza. Al fin y al cabo, como dijo Perón, los deportistas argentinos bajo la tutela del peronismo estaban construyendo la nueva Argentina. El deporte tenía el potencial para inspirar fraternidad, cooperación, solidaridad social, identidad nacional, disciplina y lealtad.

UNA POLÍTICA DE ESTADO
Desde fines del siglo XIX y hasta la década de 1940, las actividades deportivas en la Argentina fueron mayormente un esfuerzo privado desarrollado por diversas asociaciones, mientras el Estado se destacaba por su ausencia o su apatía. Perón, en contraste, sistematizó la participación estatal en esta esfera y buscó establecer un sistema centralizado para la supervisión de todas las disciplinas deportivas. Aprovechó la fusión que tuvo lugar anteriormente entre la Confederación Argentina Deportiva y el Comité Olímpico Argentino, conocido por su acrónimo combinado, Cadcoa. El gobierno también nombró a dirigentes peronistas para encabezar asociaciones y federaciones deportivas. Por ejemplo, en el caso de la Asociación del Fútbol Argentino, hubo entre 1947 y 1955 cinco presidentes diferentes y, todos ellos, desde Oscar Nicolini, ministro de Comunicaciones, hasta el sindicalista Cecilio Conditti, comprometidos con la peronización del fútbol. Desde 1948 y hasta 1955, la función de supervisión de las actividades deportivas mediante la Cadcoa fue depositada en las manos de Rodolfo Valenzuela, el leal presidente de la Suprema Corte de Justicia.
Es importante destacar que paralelamente a su retórica anti estadounidense y sus retos a Washington en conferencias interamericanas, la Argentina peronista bregaba por el fortalecimiento del panamericanismo. El Presidente insistía en afirmar que la República Argentina aspiraba a la unidad continental. Los Juegos Panamericanos debían demostrar este compromiso argentino.
LAS MUCHACHAS PERONISTAS

Otro aspecto de los Juegos que merece resaltar es el de género. Los deportes femeninos gozaron de una promoción sin precedentes en la Argentina peronista. La delegación que participó en los Juegos Olímpicos de 1948 en Londres incluía a diez mujeres atletas, en contraste con la primera y única mujer que representó al país en Berlín en 1936. Las atletas afroamericanas del equipo estadounidense para los Juegos Panamericanos de 1951 apreciaron enormemente la cálida recepción que obtuvieron al llegar a la Argentina. Todas las atletas femeninas de la competición se alojaron en la Fundación Eva Perón, sin tener en cuenta la política estadounidense de segregación racial del período. La cobertura de las actividades deportivas femeninas fue muy amplia en la revista Mundo Deportivo, con numerosas referencias a atletas argentinas como Ingeborg Mello de Preiss y extranjeras, como la mexicana Hortensia López García y la chilena Gate Lazo.
Ante una muchedumbre que lo aclamaba durante la ceremonia de clausura de los I Juegos Panamericanos de 1951 en el estadio de River Plate, el presidente argentino repitió la idea respecto del deporte como una escuela de hombres sanos que luchan por la grandeza de su país. Perón no desaprovechó la oportunidad para enarbolar los tres estandartes de su movimiento: un país justo, libre y soberano. Felicitó a los atletas argentinos por sus logros y estos a su vez dedicaron sus triunfos, como era habitual en la nueva Argentina, al líder. Tras haber montado con éxito un espectáculo impresionante, la ceremonia de clausura encarnó lo que algunos consideraron uno de los mejores momentos del peronismo.