Lucha Aymar corre por un pasillo de Pekín. La Selección de hockey acaba de caer ante los Países Bajos por 5 a 2 en semifinales y la frustración tiene el tamaño del estadio que intenta atravesar con la marca férrea de una enfermera gritona. Son los Juegos Olímpicos de 2008. “Ya fue, acá me suspenden pero no me importa”, se dice. El trámite del anti-doping le está haciendo perder un momento precioso, Maradona está en el vestuario de las Leonas: “Dejaron todo lo que tenían por la camiseta, eso no se regala y ustedes lo vendieron caro ahí adentro, estamos orgullosos. Este no es el mejor momento, pero quédense bien tranquilas. ¿Lucha dónde está?”.
Tenis, básquet, rugby, hockey, atletismo… Diego Armando Maradona nunca hizo distinciones cuando se trataba de la camiseta argentina, pero en el caso de las deportistas mujeres –siempre en pie de lucha por condiciones equitativas– esos gestos cobran una dimensión mayor.
La Tigresa Acuña, que la peleó lunga para conseguir su licencia profesional y hoy tiene la número 1, la primera de la historia de nuestro país otorgada a una mujer, conoció al Diez en la fiesta de los personajes del año de la revista Gente: “Iba caminando hacia él y antes de que llegue y pueda pronunciar palabra, empieza a gritar:‘¡Campeona! ¡Mi campeona!’. Me quedé helada porque ni siquiera pensé que me iba a conocer”, recuerda la campeona de peso pluma y peso supergallo. Le pasó igual a la corredora Belén Casetta, actual récord sudamericano, cuando salió subcampeona mundial universitaria en Nápoles y recibió un mensaje del mismísimo barrilete cósmico. “Fue lo mejor que me pasó, me lo guardo para toda la vida”, dice. También Jennifer Dahlgren, especializada en lanzamiento de martillo, y Aylen Romachuk, parte de la Selección argentina de taekwondo, que todavía se emociona por el interés que el astro demostró por ella y por su disciplina y guarda como un tesoro su consejo: “Que no te importe lo que digan los de afuera, tampoco los resultados; no te guíes por eso, transpirá la camiseta y dejá todo, siempre; si hacés eso, ya está”.
No había poses de compromiso ni gestos para las fotos, sabía estar ahí, comprendía lo que representaba y se brindaba con generosidad. “¡Te hacía sentir que eras importante, cuando él era Maradona!”, definió Mercedes Margalot, otra histórica de las Leonas. Era cálido en el trato y un entendido en la amplia mayoría de las disciplinas, conocía por su nombre y por su desempeño a cada representante de la celeste y blanca. “Para mí, él era la camiseta argentina en persona, era feliz con los deportistas. Me llevo el aliento que nos dio cuando se convirtió en uno más de nosotras”, evoca la ex capitana leona Magui Aicega.
Gabriela Sabatini lo conoció cuando se consagró campeona juvenil en 1984. Tenía 14 años, y el cebollita más famoso se le apareció en la final de Roland Garros juniors: “Lo tenía ahí atrás y no lo podía creer”, contó hace poco Gaby en medio de la marea de homenajes. Hay vacíos que están destinados a quedarse así, pero el que deja su querida presencia parece destinado a crecer, como todo en Diego. “Inconscientemente, siempre quise ser Maradona: tener su personalidad, ser distinta, transmitir lo que él transmitía en una cancha”, dijo alguna vez Luciana Aymar. Cómo no iba a correr entonces la Maradona del hockey hacia el abrazo de quien la inspiró para convertirse en la mejor. “Te quería esperar”, le dijo él cuando por fin se encontraron. La derrota era una herida tibia y aún faltaba el partido por la medalla de bronce. “Voy a estar firme ahí arriba”, le dijo Pelusa señalando la tribuna. Y cumplió. Lucha y sus compañeras lo supieron ya en la cancha, cuando de las tribunas bajó la música que lo acompañó hasta el último día: “Oleeeé, olé, olé, olé… Diegooo, Diegooo”.