La noche del 27 de agosto de 1920, un grupo de porteños aficionados a la radioelectricidad se convirtieron en los primeros oyentes locales de radio, al escuchar la transmisión de la ópera Parsifal, de Wagner, interpretada por la orquesta del Teatro Costanzi de Roma y la compañía lírica del Teatro Municipal de Río de Janeiro, de visita en Buenos Aires. La señal era irradiada desde la terraza del Coliseo, en Cerrito y Charcas, con un transmisor de cinco vatios ubicado en el paraíso de la sala. Era un hecho pionero: sólo en los Países Bajos y Canadá se habían registrado hasta entonces emisiones radiales de este tipo. Recién unos meses después, el 2 de noviembre, se produjo la primera transmisión de radio en Estados Unidos.
Los muchachos responsables de aquella transmisión, que pasarían a la historia como los “locos de la azotea”, eran integrantes de la clase más acomodada porteña: Enrique T. Susini, Teodoro Bellocq, Miguel Mujica, César Guerrico y Luis Romero Carranza. Tras su emisión de prueba, comenzaron a transmitir de manera regular en un horario preestablecido. Fundaron la Sociedad Radio Argentina, que obtuvo la primera licencia de radiotelefonía del país. Por entonces, los equipos receptores, las radios de galena, no tenían parlantes sino audífonos. Eran artefactos costosos, a los que sólo accedían personas de alto nivel adquisitivo.
En diciembre de 1922, algunas firmas comerciales que se dedicaban a la venta de aparatos receptores de galena y material radioeléctrico crearon la Radio Sud América, con una potencia de 500 vatios. En marzo de 1923, transmitió por primera vez Radio Cultura, con Francisco Brusa trabajando de speaker (locutor), operador, disc jockey y director técnico. Esta radio además presentaba tandas publicitarias. Después, Brusa se convirtió en dueño de su propia emisora, Radio Brusa (luego LR5 Radio Excelsior), cuyos estudios estaban ubicados en Maipú 462 y su planta transmisora en Monte Grande. Ese año surgió TCR, del industrial Francisco Busso. El 23 de mayo de 1923, comenzó a transmitir la que inicialmente se llamaba T. F. Grand Splendid Theatre, propiedad del ingeniero Antonio Devoto y su socio, Benjamín Gaché. Funcionaba en la planta alta del teatro del mismo nombre, en Santa Fe 1876, donde Max Glücksmann años antes había establecido la sala cinematográfica. Como era característico de la época, transmitían algunas horas vespertinas y de manera discontinua: de 16 a
19.30 y de 22 a 22.30. Al año siguiente, el 6 de septiembre de 1924, con la incorporación de una gran antena, se inauguró oficialmente con el nombre de LOW Radio Grand Splendid.
Para entonces, comenzaba a tenerse una idea de lo que la radio podía llegar a ser. En nuestro país, fue clave lo ocurrido el viernes 14 de septiembre de 1923. Ese día, en el Polo Grounds de Nueva York, por primera vez un boxeador argentino, Luis Ángel Firpo, peleaba por un título mundial, enfrentando al campeón de todos los pesos, el estadounidense Jack Dempsey. Desde el lugar de la pelea, el relato se transmitía hasta la antena de Transradio Internacional, en Villa Elisa, de ahí a Radio Sudamérica y, finalmente, a Radio Cultura. Los pocos poseedores de receptores de galena siguieron las alternativas de un match que paralizaba a Buenos Aires, con miles de personas agolpadas frente a las pizarras de los grandes diarios, que actualizaban lo más rápido posible las alternativas de la pelea. Firpo derribó a Dempsey con tal fuerza que lo lanzó fuera del ring. El árbitro demoró inexplicablemente el conteo y le dio tiempo al campeón para recuperarse y ganar por nocaut en el segundo round.
La radio se iba imponiendo y la música popular comenzaría a encontrar una extraordinaria fuente de difusión. A partir de 1924, el reemplazo de las radios de galena por las de válvulas, que si bien al principio serían de grandes dimensiones, costosas y, por requerir energía eléctrica, no siempre al alcance de todos los hogares, convertiría al medio en un fenómeno colectivo. Al contar con parlantes en lugar de auriculares, los oyentes comenzaron a reunirse alrededor de la radio en los cafés, en los clubes de barrio, en las oficinas y en las casas a escuchar los célebres radioteatros y a sus artistas preferidos.