Es miércoles por la tarde. El calor estalla en la ciudad de Buenos Aires y los medidores de electricidad parecen haberlo notado. Todo el microcentro padece un corte de luz generalizado, que afecta también a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Nada de esto parece incidir en el ex presidente ecuatoriano Rafael Correa, que llega en medio de silbidos, cantos y aplausos a una de las aulas del edificio en las que se predispone a responder unas preguntas, antes de dar una charla magistral en el Auditorio.
Correa está de visita en la Argentina con motivo de la asunción de Alberto Fernández a la Presidencia de la Nación. En medio de un clima regional crítico, exasperado por una ola generalizada de violencia estatal, avance de la derecha neoliberal y persecución de líderes progresistas, el ex mandatario se muestra optimista respecto del triunfo electoral argentino. “La victoria de Alberto y Cristina es un aval de esperanza para toda América latina”, indica. Luego añade: “En este momento todo el continente tiene luces y sombras. Tenemos avances y retrocesos. Pero yo creo que podrán demorar el curso de la historia, podrán elevar el costo de nuestro destino, pero no pueden cambiar ese curso. Tarde o temprano volverá el progresismo”.
Si bien para la izquierda latinoamericana ha habido ciertos triunfos, como la liberación del ex presidente brasileño Lula da Silva, la elección de Alberto Fernández como presidente y la llegada al gobierno de México de Andrés Manuel López Obrador, el panorama general de la democracia en la región se encuentra en un punto muy oscuro.
En Bolivia, las fuerzas armadas, junto con fuerzas policiales y apoyo civil, derrocaron a Evo Morales e impusieron un gobierno de facto que responde a los intereses de la clase alta blanca y cristiana. En Chile, la violación de derechos humanos por parte de los carabineros y fuerzas armadas, que responden a las órdenes del presidente Sebastián Piñera, es alarmante.
Pero la violencia ejercida no es únicamente física. En América latina hoy se está padeciendo la práctica del lawfare: la utilización de procedimientos judiciales para perseguir y criminalizar a líderes progresistas. Es lo que ocurrió con Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, que ya fueron absueltos por falta de pruebas en una causa por asociación ilícita, es lo que pasa con Cristina Fernández de Kirchner a nivel local y es lo que ocurre actualmente en Ecuador.
“En condiciones normales, lo que está pasando en América latina debería ser imposible. En este momento tengo dos órdenes de prisión, treinta casos judiciales contra mí. Cada día me levanto y veo que tengo casos inventados, más que Al Capone, Pinochet y el Chapo Guzmán juntos, es anormal”, critica Correa. El ex presidente ecuatoriano reflexiona sobre esta nueva práctica judicial del siglo XXI y denuncia: “En América latina son muy tolerantes con las mayores barbaridades, acusaciones sin fundamentos, opiniones no informadas. Eso no es democracia, no es libertad de expresión”.
Ante la pregunta de si es necesario un cambio de gobierno para que la práctica de lawfare concluya, el ex mandatario sostiene: “El problema es político, no judicial”. Toma como ejemplo el caso de Lula da Silva, y expone que “no sólo le robaron la libertad a él, le robaron la democracia a Brasil”. En líneas generales, para Correa, toda esta cuestión se resolverá “cuando cambie la relación de poder, cuando vengan las elecciones y podamos derrotarlos en las urnas”.
LA PELEA CONTRA LA DERECHA
Por otro lado, lo que en otros países se está manifestando con violencia extrema, en la Argentina tiene una cara más democrática, lo que el ex presidente ecuatoriano define como “restauración conservadora”. A este potente avance de la derecha a nivel global, que inaugura esta nueva década, lo único que puede hacerle frente son los movimientos populares, según el líder progresista. “Lo único que tiene la izquierda es el apoyo popular. Nosotros no tenemos apoyo mediático, ni militar, ni económico”, señala.
En la Argentina, la realidad que dejó el gobierno macrista es devastadora en materia económica y política. La pobreza alcanzó al 40 por ciento de la población, la inflación anual fue de más del 50 por ciento, el salario real se redujo por lo menos un 18 por ciento y el PBI registra una caída del tres por ciento, todo esto sin tomar en cuenta la enorme deuda pública contraída con el Fondo Monetario Internacional, el derrumbe generalizado de la industria, y el desempleo, que ya superó los dos dígitos. La pesada herencia, que en algún momento el macrismo atribuyó al kirchnerismo, hoy tiene responsables con nombre y rostro que se ubican a la derecha de la política.
“A Alberto le han dado un país destrozado. La gente debe entender que gobernar es difícil y que hay que vencer obstáculos inmensos”, defiende Correa, y luego, con cierta vehemencia, añade que “hay que ser conscientes de lo que estamos enfrentando” pero lo único que no se puede perdonar “es estar del lado equivocado de la historia”.
Para el ex presidente ecuatoriano, en medio de un escenario de persecución, fake news y desinformación, la principal batalla es contra la hipocresía. “Los primeros países en hablar de corrupción son los hegemónicos, los que tienen paraísos fiscales. Eliminémoslos, a ver quién me apoya”, denuncia, y luego sentencia: “La lucha contra la corrupción ha tomado el lugar de la lucha anticomunista para perseguir a los gobiernos progresistas”.