Nos podríamos preguntar cuántos Che diferentes hubo dentro del cuerpo del comandante Ernesto Guevara y aún perduran en su legado. Entonces llegaremos a la conclusión de que se trata de muchos, pero siempre dentro de una misma línea de acción: ideas claras, causas justas por las que luchar y poner el cuerpo, y no dudar de embarcarse en situaciones difíciles cuando realmente se está convencido.
Se puede hablar del Che médico, no sólo en el trajín de la Sierra Maestra, sino también en años anteriores, cuando sin imaginarse aún su futuro en Cuba se especializaba en investigar el asma (que él mismo padecía desde niño) o chocaba de frente con el drama de los leprosarios en Latinoamérica.
Ni qué decir del Che pensador, lector empedernido de literatura política y social, admirador de José Carlos Mariátegui pero sin dejar de bucear a fondo en los clásicos de la izquierda internacional de su época: Marx, Engels, Lenin, Trotski y hasta el mismísimo Kropotkin.
Che comprometido hasta mancharse en la lucha contra el capitalismo y por el socialismo, guerrero impenitente a la hora del combate contra el dictador Fulgencio Batista, pero también implacable, en el momento de la victoria, contra las maniobras taimadas de los burócratas y arribistas. Muy lejos de cualquier especulación posibilista y del oportunismo. Siempre dando el ejemplo de lo que había que hacer para que la Revolución avanzara. Esforzado en el trabajo voluntario pero generoso y bonachón con quienes desde la franja más joven de la rebeldía popular le pedían consejos o le planteaban sus urgencias para que todo lo conseguido no se frustrara.
Che hermano entrañable de Fidel. Arropándose uno con el otro en los momentos álgidos de la ofensiva guerrillera y desarrollando todo tipo de complicidades afectivas en el andar militante. Como cuando hubo que enfrentar a la conspiración retrógrada y sectaria de algunos que se creían –en los primerísimos años de la Revolución– los “auténticos” comunistas. Desde ese púlpito y también desde las sombras crearon la “microfracción” (dirigida por Aníbal Escalante), que quiso destruir la Revolución implosionándola. No lo lograron porque Fidel y el Che fueron un solo puño para desbaratar la maniobra.
En 1965, en ese mismo escenario de dar batalla a lo que le parecía un freno a las aspiraciones revolucionarias internacionalistas de aquellos años, Guevara marca en la Conferencia Afroasiática celebrada en Argelia su compromiso con la lucha de los revolucionarios que estaban desarrollando el camino de la lucha armada en todo el Tercer Mundo. Lo decía y hacía sabiendo que iba a contramano de los dictados de la URSS, que había comenzado a desalentar las experiencias guerrilleras y se mostraba como un gigantesco aparato de burocracia estatal en nombre de “desestalinizar” ese proceso.
LAS MIL CARAS DEL CHE
Hay también otro Che menos conocido pero igual de efectivo en llevar adelante tareas imprescindibles. Se trata de quien en el último tramo de la contienda armada contra el batistismo ya se imaginaba la campaña de asedio y tergiversación que iba a lanzar contra esa Revolución triunfante el poderoso aparato mediático sostenido y orientado por Estados Unidos.
Es por ello que, aprovechando la proeza periodística del argentino Jorge Ricardo Masetti (quien subió en dos ocasiones a la Sierra Maestra para entrevistar a los líderes de la Revolución), empezó junto a él y Fidel a adelantar estrategias que dieran respuestas a quienes tratarían de denostar y desinformar sobre las victorias que se lograran.
Así surgió, el 16 de junio de 1959, la Agencia Prensa Latina, que con la batuta de Masetti y la permanente intervención del Che y Fidel entró en combate contra las mentiras y falacias del terrorismo mediático timoneado por la tristemente célebre Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
El Che, que despuntaba ya como un gran comunicador popular, apuntaló en todo momento a Masetti. Por un lado, apoyó la idea de convocar a decenas de periodistas locales e internacionales, entre ellos a Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo y Gabriel García Márquez. Un plantel que supo desmontar diversas “operaciones de prensa” (muy parecidas a las que se desarrollan con las fake news en el presente) y que en varias ocasiones también corrió grandes riesgos debido a la puesta en marcha de atentados criminales contra las sedes de Prensa Latina en el mundo.
Era muy común en aquellos días ver al “guerrillero heroico” aparecerse en la redacción de PL en horas de la madrugada a conversar sobre la coyuntura que afrontaba la Revolución y también a intercambiar con Masetti anécdotas sobre el país lejano, esa Argentina que el Che siempre tuvo presente en su andar revolucionario. Tanto, que pocos años después apoyaría el emplazamiento en Salta del Ejército Guerrillero del Pueblo, liderado por Masetti, que como el “Comandante Segundo”, intentaba recorrer la primera etapa de un proceso liberador. Tras el fracaso de esa experiencia y la muerte de Masetti y varios de sus compañeros, el Che no cejaría en su empeño y en 1967 volvería a empuñar el fusil, esta vez en Bolivia, donde el Ejército local, monitoreado por la CIA, terminó trágicamente con su ímpetu revolucionario, asesinándolo.
Anticapitalista y antiimperialista hasta la médula, el Che tenía claro que los enemigos de los pueblos no iban a abandonar sus riquezas y prebendas pacíficamente, de allí su radicalidad y su apuesta decidida por un camino revolucionario que fuera de “Patria o Muerte”. Forjado en una ética y en principios sólidos que abrazó hasta el final, pudo trascender a su muerte e iluminar nuevas insurgencias. Las de ayer, las de hoy y las que vienen en camino, luciendo las tres letras de su nombre como escudo victorioso.