Por Fernando Amato. Arturo Jauretche fue uno de los grandes polemistas del siglo XX. De formación radical yrigoyenista, supo cuestionar a las autoridades de la Unión Cívica Radical en los tiempos del liberalismo alvearista y de la complicidad con la llamada Década Infame. Con la irrupción del peronismo no dudó en sumarse desde las filas de Forja –acompañado por Juan B. Fleitas, Manuel Ortiz Pereyra, Homero Manzi, Oscar y Guillermo Meana, Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, Atilio García Mellid, Jorge Del Río, Darío Alessandro (padre) y Raúl Scalabrini Ortiz– al nuevo movimiento político. Fue presidente del Banco Provincia durante la presidencia de Juan Perón. Con la llegada de la Revolución Libertadora y el frondizismo fue un duro crítico de los planes económicos de Raúl Prébisch y Álvaro Alsogaray. Pero, sin lugar a dudas, su mejor aporte fue la destrucción del “sentido común” impuesto por el establishment. Su descripción de la sociedad argentina a lo largo de la historia puso en jaque los valores que Bartolomé Mitre y sus adláteres quisieron imponernos para explicar sus propios avasallamientos a la realidad política de aquellos tiempos. La novedad en Jauretche fue contraponer a la intelligentzia del poder, la sociología de estaño. En Los profetas del odio y la yapa recorre los ribetes del pensamiento antinacional y antipopular, desarrollando aquel concepto de intelligentzia como la intelectualidad fascinada por la cultura europea y ajena al sentir y sufrir de las clases más postergadas. Su revisionismo histórico se hizo cargo de la grieta revirtiendo el pensamiento establecido entre buenos y malos, donde la oligarquía terrateniente se transformaba en la guardiana de las buenas costumbres argentinas. Así pudo cuestionar aquella idea de la Argentina como “granero del mundo” que en realidad sólo beneficiaba a unos pocos. Sin desdeñar la ciencia, Jauretche se puso del lado de los oprimidos y utilizó su lenguaje. De un lado, los cajetillas, los tilingos, los medio pelo, los “primos pobres de la oligarquía”. Del otro, el pueblo.
RAZÓN Y REVOLUCIÓN
La obra intelectual de Arturo Jauretche cobra fuerza a partir del derrocamiento de Perón. Sus títulos lo dicen todo: Los profetas del odio y la yapa, en 1957; Política nacional y revisionismo histórico, en 1959; Filo, contrafilo y punta, en 1964, El medio pelo en la sociedad argentina, en 1966, y Manual de zonceras argentinas, en 1968. Toda su obra tiene un hilo conductor. La idea de una clase dominante que a través de lineamientos culturales impone su “sentido común” al resto de la sociedad, denigrando nuestra propia identidad en pos de una tilinguería de pensamiento que admira a los grandes pensadores liberales europeos. En Manual de zonceras argentinas prevalece esa idea. Explica que el argentino no es zonzo, sino que le quieren hacer creer que es zonzo para que no pueda tener un desarrollo propio. “Tal es la situación, no somos zonzos; nos hacen zonzos. Nos hacen zonzos para que no nos vengamos grandes”, y agrega: “Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera deja de ser zonzo”. Jauretche también desmitifica aquello de la viveza criolla: “Un amigo que hace muchos años percibió la contradicción entre la viveza criolla y las zonceras, la explicaba así: ‘El argentino es vivo de ojo y zonzo de temperamento’, con lo que quería significar que paralelamente somos inteligentes para las cosas de corto alcance, pequeñas, individuales, y no cuando se trata de las cosas de todos, las comunes, las que hacen a la colectividad y de las cuales en definitiva resulta que sea útil o no aquella viveza de ojo”. Para Jauretche, “civilización y barbarie” es la madre de todas las zonceras, donde el establishment se coloca en el lugar de la civilización para poner al pensamiento nacional en el lugar de la barbarie. Decía don Arturo: “Creo haber sido el inventor de la palabra ‘vendepatria’ o por lo menos de su divulgación inicial, desde el semanario Señales. El uso de la expresión ‘oligarquía’ en la acepción hoy popular, así como las expresiones vendepatria y cipayo, las popularicé en los años posteriores a la revolución de 1930”. La caracterización de clase se profundiza en El medio pelo en la sociedad argentina: “En principio decir que un individuo o un grupo es de medio pelo implica señalar una posición equívoca en la sociedad; la situación forzada de que trata de aparentar un estatus superior al que en realidad posee (…) Cuando en la Argentina cambia la estructura de la sociedad tradicional por una configuración moderna que redistribuye las clases, el medio pelo está constituido por aquella que intente fugar de su situación real en el remedo de un sector que no es el suyo y que considera superior (…) El equívoco se produce a un nivel intermedio entre la clase media y la clase alta, en el ambiguo perfil de una burguesía en ascenso y sectores ya desclasados de la alta sociedad”. En este libro, Jauretche sostiene que el medio pelo se nutre de dos vertientes: los primos pobres de la oligarquía y los enriquecidos recientes. “Son esos parientes remotos que van a esperar al puerto cuando llegás de Europa. Uno ni los recuerda pero tiene que ser cortés y comprenderlos.” Jauretche continúa con su visión despiadada sobre el medio pelo: “Buscan, por sobre todas las cosas, ‘parecer’, porque todavía no descubrieron quiénes ‘son’ realmente. Conservan un resabio de las ideologías conservadoras que se confunden con las pautas culturales de la burguesía, y la rapidez del despegue no colabora para nada a la afirmación de la personalidad. Esta desorientación es la causa de la búsqueda de prestigio, entonces la burguesía y la alta clase media copian a los primos pobres porque los confunden con la clase alta, y estos últimos imitan a la clase alta porque simplemente no se reconocen como clase social”. Don Arturo menciona el barrio como otro símbolo de “estatus” importante para esta clase de personas que denominará “tilingos”. Como imitan a la clase alta, preferirían vivir en el “copetudo” Barrio Norte o en el barrio selecto de la Recoleta, pero en realidad su ambiente natural es Vicente López, Alto Belgrano y San Isidro para los “primos pobres”. Lo de tilingos surge por la necesidad de diferenciarse de los sectores más bajos, por eso se preocupan tanto en hacer lo que hace la “gente bien” o clases altas. A su vez son racistas con las clases inferiores, por la misma inseguridad de la que hablábamos. Arturo Jauretche era un gran intelectual pero prefería debatir desde el llano. Hoy sería el mejor de los panelistas de cualquier programa político. Quería llegar a la conciencia popular. Porque en el fondo, era la base de su pensamiento nacional.