Por Boyanovsky Bazán. La metodología de protesta social conocida como piquete, nacida a me – diados de los años 90 y consolidada hacia el año 2000, pasó por diversas etapas de aceptación y rechazo social, sobre todo de las capas medias urbanas, en que tuvo y tiene influencia el clima político y la línea impartida desde los gobiernos de cada momento.
Si bien hoy no podría hablarse de “organizaciones piqueteras” en el sentido estricto tanto de la práctica como del fundamento organizacional, la identidad “piquetera” permanece en el acervo y cada vez que alguna de las reiteradas manifestaciones por reclamos sociales corta una calle o avenida, la figura estigmatizante del “piquetero” se reinstala desde los medios hegemónicos, sectores críticos y automovilistas afectados por el corte.
Apenas asumido, el gobierno de Mauricio Macri, a tono con lo que expresaba buena parte de su electorado, intentó ilegalizar y criminalizar los cortes de calle con el Protocolo de Actuación de las Fuerzas de Seguridad del Estado en Manifestaciones Públicas, a través de una re – solución del Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich, que nunca terminó de aplicarse pero se condice con la doctrina impartida para manifestaciones que acabaron con decenas de detenidos, incluyendo los operativos que costaron las vidas de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel por acción de las fuerzas de seguridad.
El piquetero se instala así como sinónimo de “vago”, “patotero”, “antisocial”, y otras descalificaciones que parte de la sociedad sabe aplicar a todo aquello de lo que se percibe como diferente. “Se usa la adjetivación para demonizar. Existe una cuestión aspiracional, el tipo que quiere ser millonario –aunque no lo va a ser nunca– espera que vos piquetero no lo jodas cuando él sea millonario”, dice Adrián Albor, abogado de Luis D’Elía y estrecho colaborador del dirigente hoy encarcelado. “Después hay un tema de matices: ‘Yo soy menos negro que este’, entonces se discrimina. Y está esto de la gente que no puede tolerar que un ‘negro’ le ponga una sombrilla al lado en Pinamar, que sus hijos compartan el colegio con otros chicos de clases bajas, no lo soportan y son capaces de sacrificar su propio bienestar para evitarlo”, agrega.
¡PIQUETEROS, CARAJO!
Probablemente D’Elía sea para el imaginario colectivo el emblema del piquetero. A pesar de su amplia trayectoria en el gremialismo, en la docencia y la actividad política, la referencia de la práctica piquetera que supo tenerlo al frente de una de las organizaciones sociales más numerosas y con capacidad de movilización de los tiempos de la crisis de comienzos de 2000 dejaron su huella. Algo de eso conté en mi libro El aluvión (2010). El propio D’Elía destacaba en sus años de diputado provincial que pese al cargo al que había llegado por elección popular, los programas de televisión a los que era convocado lo anunciaban como “piquetero”. Hoy está detenido en el penal de Marcos Paz por la toma de una comisaría en 2004 como protesta por el asesinato de un dirigente de su organización, el “Oso” Cisneros, a manos de un “colaborador” de la policía. Para su abogado “había una voluntad de condenarlo como sea, y realmente han forzado las leyes, han prendido fuego el Código Penal. Luis no está condenado por entrar en la comisaría, no está condenado por supuestamente pegarle a un policía, por robar un Quinquela, que nunca existió, o romper objetos. Está condenado por el supuesto de incitar a un grupo de vecinos a que vayan a quemar la comisaría, que no fueron a eso y además nadie prendió fuego nada adentro del recinto”, explica.
Esa vocación es sin duda reflejo del odio que se vive en ciertos sectores. Hoy con las redes sociales fue muy fácil detectar el festejo de ciudadanos de a pie por este encarcelamiento, aun sin conocer las razones ni los detalles de la causa. Similar a esa idea esgrimida por el macrismo de que “Milagro Sala está presa porque así lo quiere la gente”.
El estigma piquetero lo reciben hoy las organizaciones que continúan representando a los sectores populares y motorizando nutridos reclamos en una época de carencias en franco ascenso. Para Jorge “Quito” Aragón, dirigente de la Corriente Nacional Martín Fierro y fundador del entonces Frente Barrial 19 de diciembre surgido en 2001 en el Bajo Flores, “el piqueterismo como tal no existe hoy, sino que hay más una planificación en torno a políticas sociales y otra forma de discusión, lo que no quiere decir que vuelva a surgir algo parecido. Centralmente hoy la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular) es la que aglutina al conjunto de organizaciones político-sociales vinculadas a los barrios y al crecimiento de la desocupación, del hambre, con una lógica más de fuerza organizada”.
Por otro lado, a pesar de las doctrinas imperantes, la actual crisis que afecta tanto a las clases populares como a trabajadores de clase media, produce un efecto de empatía como no se percibía hacía tiempo. “Antes nos puteaban más, pero ahora ya no tanto, alguno toca bocina, porque a ellos también les afecta”, afirma Jerri Guanca, miembro de una agrupación que forma parte de la CTEP y se organiza desde la Villa 1-11-14. “Como está el país, la gente no te putea de esa manera como hace uno o dos años. Cuando recién entró este gobierno se sumaban al discurso, nos mandaban a trabajar, se quejaban, pero ahora ya no. Tampoco es que salimos a cortar porque nos gusta, la necesidad nos lleva a hacerlo cuando no hay un Estado presente”, dice.
No es casual en la caracterización social del piquetero el protagonismo institucional que muchos de sus dirigentes –en realidad dirigentes políticos– adquirieron cuando el entonces presidente Néstor Kirchner asumió un cambio de paradigma en el modo de abordar el conflicto social. A partir de su gobierno, muchos de estos activistas fueron parte del tejido estatal y ganaron conocimiento público y posicionamiento político, generando valoración para unos y resquemores hacia otros, algo que se mantiene vigente en estos días.