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Caras y Caretas

           

EL DESAFÍO DE “HACER HISTORIA”

Andres Manuel Lopez Obrador, presidential candidate of the National Regeneration Movement (MORENA), addresses the audience at a real estate conference hosted by a building development association in Mexico City, Mexico March 7, 2018. REUTERS/Carlos Jasso

El mandatario mexicano entró a la política de la mano del PRI, donde armó una línea interna para luego separarse en una nueva fuerza, el PRD, con la que anduvo muchos años hasta la constitución de Morena, el frente con el que, finalmente, accedió a la presidencia.

Por Carlos Aznárez. Juntos Haremos Historia. No parece casual el nombre elegido para la coalición que llevó al gobierno de México a Andrés Manuel López Obrador (conocido popularmente como AMLO). Desde que naciera, allá por 1953, en un pequeño pueblo de Tabasco, el actual presidente tendría su senda marcada desde el tronco familiar. Su abuelo, un republicano español exiliado, fue una figura clave para que AMLO mamara desde adolescente ideas libertarias basadas en la concepción de que para vencer a la pobreza y el fascismo, la unidad y la lucha son indispensables.

Mudado ya a la Ciudad de México, el joven López Obrador estudió la carrera de Ciencias Políticas y muy pronto comenzó a vincularse con la militancia a través del Partido Revolucionario Institucional (PRI), agrupación en la que desarrolló una larga trayectoria, ocupando cargos en su estado natal de Tabasco. Sin embargo, había muchas posiciones de su partido que AMLO no avalaba, como una concepción elitista de muchos de sus dirigentes, que terminaba alejándolos de la política de calle.

Contrariando abiertamente esos planteos, AMLO proponía formar comités de base para “escuchar lo que dice el pueblo y no vivir encerrado entre cuatro paredes”. Esa tesitura y su acercamiento a los reclamos de comunidades indígenas que vivían prácticamente en la extrema pobreza le significaron que muchos de sus colegas partidarios lo acusaran de “socialista” y de “repartir veneno ideológico”.

De allí en más, López Obrador caminó rápido hacia la ruptura con el PRI, primero negándose a respaldar en 1988 la candidatura presidencial de Carlos Salinas de Gortari, y como contrapartida respaldando, desde la facción priísta Corriente Democrática, la de Cuauhtémoc Cárdenas. No obstante hacer una campaña “dura” de denuncia del autoritarismo del PRI y llegar a amplios sectores populares, la maquinaria gubernamental y el fraude aplastaron las ilusiones de los rebeldes.

En 1989, siempre con Cárdenas, fundó el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y a la vez dio rienda suelta a otra de sus vocaciones: la escritura, con un interesante texto de denuncia sobre el fraude electoral en Tabasco de 1988. Fraude que se repite en 1991 y provoca que, cansado de tanto manoseo, en 1992, ya como dirigente perredista, encabece una marcha a pie denominada Éxodo por la Democracia, que parte desde Tabasco y llega a la capital mexicana coincidiendo con la firma de los acuerdos entre el gobierno de El Salvador y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Allí, en el popular Zócalo, ante 40 mil personas, AMLO lanza lo que sería su leitmotiv hasta el presente: combatir el fraude y las injusticias con la movilización popular.

Es recién en 2000 cuando AMLO comienza a acercarse a lo que representa en la actualidad. En ese momento, logra llegar al gobierno del Distrito Federal y desde allí desarrolla uno de los mejores gobiernos que se recuerde, con políticas de honda raigambre social.

Atacado por todos los flancos pero a la vez siempre presentando resistencia, AMLO pasó luego por nuevas experiencias que le sirvieron para foguearse aún más y verle “las orejas al lobo”. Salió victorioso de un pedido de desafuero como jefe de Gobierno capitalino, pero el fraude institucional le robó dos elecciones a presidente del país en 2006 y 2012.

LLEGAR Y HACERLE FRENTE

Varios años después, en 2018, ya alejado del PRD y encabezando su partido Morena, integrado en una nueva coalición, rompe la mala racha. Venciendo a las mentiras urdidas por la oposición, a la conjura del terrorismo mediático que instaló miles de fake news en la campaña y a las bandas paramilitares que el narcotráfico desplegó por todo el territorio, AMLO realizó una campaña basada en la gente, y de ella eligió a los más humildes, “a quienes siempre fueron ignorados y pisoteados”. Se mezcló con las comunidades indígenas, con los pobladores sin vivienda, con los estudiantes, hizo llegar su mensaje de esperanza a los millones de migrantes que abandonaron el país desahuciados por la pobreza. Y triunfó, contra todo y contra todos.

Ahora, luego de la euforia de los primeros días, cuando sus seguidores escucharon en el Zócalo uno de los discursos más llenos de futuro que recuerden de su último siglo, llegó la hora de gobernar. Sus primeras iniciativas despiertan pasiones encontradas. Por un lado, necesitado de dar una señal positiva a nivel de los derechos humanos, creó una comisión de la verdad sobre el crimen masivo de Ayotzinapa, se plantó firme ante las bravatas de Trump de querer cerrar la frontera, anunció planes de apoyo concreto a los sectores sociales más golpeados por la crisis económica y, últimamente, aplicó un duro golpe a la mafia gerencial-sindical que controlaba la empresa estatal petrolera Pemex. Según el propio AMLO, así se cortó de raíz con el robo diario de 200 millones de pesos mexicanos que suman al año 66 mil millones de pesos. Ni más ni menos que el presupuesto anual de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) y el diez por ciento de la producción nacional.

Sin embargo, hay algunas medidas que generan duras controversias, incluso entre sus seguidores. Por ejemplo, la creación de una Guardia Nacional, con 50 mil jóvenes reclutas, “para combatir el crimen”. O la también anunciada idea de rearmar más aún al poderoso ejército mexicano, al que se acusa de orillar la complicidad con el narcotráfico.

“Gobernar no es fácil”, pensará todos los días AMLO, sobre todo cuando le empiezan a llover algunos duros desaires de sectores, como los zapatistas, que él, más allá de ser un moderado socialdemócrata, no deja de admirar por todo lo andado desde 1994.

“Gobernar, con los Estados Unidos de vecino y con un continente sumergido en el neoliberalismo, será duro”, repensará. Pero este tabasqueño es tozudo y no se arredra. Está empeñado en no terminar como quienes le precedieron.

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