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Caras y Caretas

           

“Una tragedia humana y ecológica”

La apropiación de los ríos pampeanos por las provincias aguas arriba afecta a poblaciones enteras. Walter Cazenave, especialista en recursos hídricos, habla en esta entrevista sobre ese conflicto.

Oriundo de General Pico, La Pampa, Walter Cazenave es guionista de Historietas de Testimonios, de la revista Cauce, editada por la Fundación Chadileuvú. “Es la síntesis de varios hechos, todos reales, relacionados con el agua en La Pampa, varios de ellos poco o nada conocidos. Los refuerzan algunos dibujos como motivadores de los lectores eventuales”, explica en esta entrevista.

–¿Cuándo decidiste incluir la historieta en la revista Cauce la historieta? ¿Cómo se te ocurrió la idea?

Cauce es la expresión informativa de la Fundación Chadileuvú que se edita desde hace años, primero impresa y actualmente en forma virtual debido a los costos. Nace al considerar formas de comunicar e interesar al público sobre la problemática del agua y de los ríos en La Pampa. La idea surgió de mi parte hace ya muchos años al considerar que la historieta es mucho más que un mero entretenimiento y que la problemática, que conozco técnica y humanamente, tiene detrás historias fascinantes e ignoradas.

–¿Qué te motivó a escribir los guiones?

–Darle una forma esencial y accesible a sucesos poco conocidos y que a menudo sintetizan formas de vida y sentimiento. Las había encontrado trabajando como periodista o en conversaciones con pobladores y/o gente versada en el tema. De hecho, el primer impulso estuvo allá por los 15 años, cuando en un viaje como camionero atravesé el cauce seco del río Chadileuvú y me enteré someramente del corte del Atuel.

–¿Qué relación hay entre el medio ambiente y el arte?

–En La Pampa la relación es profunda, especialmente por la labor de los artistas de la generación de los años 70, 80 y 90 que volcaron en sus obras la influencia del paisaje y el sentimiento de los pobladores de los desiertos del oeste provincial ante la apropiación de los ríos por las provincias de aguas arriba, una verdadera tragedia humana y ecológica. Es de hacer notar que la problemática de los ríos fue planteada por los artistas –músicos y poetas esencialmente– antes de la acción oficial.

–¿Por qué escribís?

–Escribo por una pulsión que me viene desde muchos años atrás, en la adolescencia, en una secuencia que va desde “el bicho raro” familiar y pueblerino hasta la asunción de que lo emocional, variado, debía expresar lo que tenía dentro de mí. Influyeron el paisaje y el periodismo. Hubo, y hay, algunos atrevimientos con la poesía, pero comprendí, especialmente después de leer a los grandes autores, que mis posibilidades estaban en el cuento y el relato de la vida y la historia de lo que me rodeaba. Me apoyé en la frase atribuida a Tolstoi: “Háblame de tu pueblo y me dirás del mundo”. Junto con otras actividades aparentemente no afines la literatura, me ayudó a superar alguna timidez y complejos.

–Desde el primer número en que apareció la historieta, ¿en qué cambió, qué agregados le hicieron?

–Fundamentalmente cambió en una afirmación en el dibujo y la integración con los dibujantes, que parecen haberse adentrado en las narraciones, todas auténticas por otra parte.

–¿Cómo les explicarías a los lectores las características de la historieta?

–Textos breves y directos, secuenciados en frases cortas y con personas y lugares que fueran conocidos por el lector, a veces integrados con más o menos sutileza a la literatura regional, nacional o mundial, dicho esto sin jactancia. En blanco y negro.

–¿Quiénes participan?

–Al margen de mi condición de autor de todos los argumentos, y sin censura alguna, detrás de los trabajos hay un equipo de dibujantes que, con gran esfuerzo, venían plasmando obras diversas. El grupo actúa bajo la denominación de “HB historietas pampeanas” y, pese a las dificultades, llegó a editar una revista. Ellos perciben una retribución por parte de la Fundación Chadileuvú.

–¿Y sobre la revista Cauce?

Cauce fue concebida como la palabra oficial de la Fundación y concretó la idea de contar con un medio público y accesible. Está abierta a cualquier idea dentro de los temas que trata y solicita y acepta colaboraciones. En los últimos años debió adquirir la forma virtual. Además, al hecho de defensa de los ríos pampeanos, el otro propósito de la Fundación es el resguardo del medio ambiente. En cada número publica un editorial que comenta un tema relativo a la actividad en general.

–En la edición de diciembre último de la revista, la historieta trata sobre ciertos carteles en la ruta.

–En los tiempos en que empecé a recorrer el oeste, la ruta 151 –vital para la comunicación con el norte de la Patagonia (región afín con la parte occidental de la provincia)– a la vera de la ruta había una serie de carteles oficiales de Vialidad Nacional que recogían la antigua toponimia indígena y cristiana de esos lugares. Algunos de ellos eran muy antiguos y expresivos, relativos a los enormes bañados de los ríos Atuel-Chadileuvú –unos 5 mil kilómetros cuadrados– que orillaban el camino. Desaparecieron cuando se asfaltó la ruta y nunca fueron repuestos.

Agua mía, de Walter Cazenave

“Desde que Ambrosio Castro, ‘el Asesino del Salado’, mató a tiros a tres hombres que accedieron al agua que consideraba suya, el lugar se conoce como ‘Aguada de los Difuntos'” (Diario La Capital, 1909).

Aquí estoy, encepado, cagado a palos y dolorido. Sesenta leguas me trajeron los milicos montando un mancarrón, al paso, desmontando nomás para la necesidad y el campamento. Molidos tengo los huesos y la cara hinchada de unos sopapos cuando me agarraron…

Pero el agua es mía.

Allí, en medio del secadal está el pozo, mi pozo, que cavé a puro pico y pala en la certeza del agua dulce, que ahora seguirá fluyendo de los lloraderos del costado. Fueron muchos días, solito con mi alma, dándole a la pala y sacando tierra balde a balde, hasta la vez que sentí el frío en los pies descalzos y empezó a haber como un barrito, cada vez más chirle. Después el agua mía, todavía turbia pero con su promesa de claridad, dulzona en medio de la salazón de leguas a la redonda. Ahondé el pozo y brotó serena pero incontenible, cubriéndome los pies, los tobillos, las rodillas… reflejando la última claridad de la tarde que se iba fuera del pozo. La alumbraban esos reflejos. Yo la alumbré. Cuando la noche, con el estrellerío encima, afinando el oído sentía un canto de gotas, de chorrillos que le iban dando el nivel definitivo al jagüel. Al amanecer la luna alcanzó a reflejarse en el agua nueva; después, en el agua mía me espejé yo.

Armé una pelota y dejé que bebiera mi caballo hasta saciarse; como bebería después mi hacienda y mi gente, como bebería quien yo quisiera. Porque esta agua es mía.

No iría una semana desde que la alumbré cuando pasó lo temido. Tres eran, y un muchacho. Por el rumbo, llegaban de hacer la travesía y los animales –también traían unos perros– debían haber venteado mi agua, fresca de la mañana. Escuché sus gritos alegres cuando divisaron el jagüel y desmontaron. Disimulado como estaba entre unos jumes, no me habían visto. El tiro fue fácil; estaba cerca y habían entrado al limpión alrededor del pozo. Los asesté y elegí; el primero lo recibió con asombro, quiso decir algo y cayó con los brazos abiertos; los otros dos se advirtieron enseguida y buscaron montar pero ahí estuvo la ventaja del winchester: la repetición me permitió dispararles dos tiros a cada uno antes que pudieran jinetear. Al muchacho, que ya había vuelto grupas, lo dejé ir, por su inocencia. A dos o tres perros que quedaron venteando la muerte también les di lo suyo. Quedaron todos cara al cielo en el limpión donde estaba el agua mía.

No vino nadie más. A la oración arrejunté los cuerpos para darles tierra al día siguiente o tirarlos al río. Lejos, porque no quiero pudriciones ni hedores cerca del jagüel. Fue al volver a las casas que me tomaron los milicos, que estaban emboscados y no advertí ni en el llanto de la mujer, de puro confiado, nomás. Después codo con codo a Santa Isabel, y este viaje de sudor, cansancio y hambre hasta un calabozo de la capital, adónde estoy ahora. Esta cárcel maloliente y oscura, donde los doctores que me dicen “el loco del Salado”, me revisan cuerpo y seso y me registra un escribiente, que medio se impresiona cuando le cuento los detalles de cómo defendí el agua mía.

Sobre el autor

Walter Cazenave nació en General Pico, La Pampa, en 1942. En su juventud recorrió casi toda la provincia, ya por motivación propia, ya como camionero, oficio en el que se desempeñó por algún tiempo.

Maestro normal en 1960; ejerció en escuelas rurales durante varios períodos. Por los mismos años se inició en el periodismo provincial, y, en forma esporádica, en algunas publicaciones nacionales.

Obtuvo los títulos de profesor de Historia y Geografía y de licenciado en Geografía, especializándose en recursos hídricos. Ejerció la docencia en el nivel secundario y superior. En la Universidad Nacional del Sur se doctoró en Geografía Física y su tesis fue premiada por la Academia Nacional de Geografía. Realizó cursos de perfeccionamiento en el exterior del país. Hizo publicaciones  de su especialidad; también artículos en revistas nacionales y extranjeras.

En el campo de la literatura se dedicó al cuento, poniendo el acento en lo regional-universal. Tiene varios libros publicados.

Por su tarea técnica y cultural recibió algunas distinciones en el orden provincial. Fue designado integrante de la Academia Porteña del Lunfardo.

Es miembro-asesor de la Fundación Chadileuvú, en pro de la recuperación de los ríos pampeanos.

La Fundación Chadileuvú inició sus actividades en 1984 para la protección de los recursos hídricos de la provincia de La Pampa. Propone profundizar estudios sobre la problemática hídrica, divulgarlos e interesar a la comunidad y reclamar su participación en la recuperación, defensa y preservación de esos recursos; colaborar con las autoridades públicas en la solución de los problemas actuales y futuros, emprender cualquier otra acción, investigación o trámite vinculado con el conocimiento, defensa, uso, economía, administración y preservación de los recursos hídricos provinciales. Estudiar difundir y promover ante los poderes públicos, organismos y empresas particulares, la gestión sustentable de nuestros ecosistemas, de forma de proteger su diversidad biológica, evitar la degradación de los suelos, la contaminación del aire y del agua y de los recursos naturales en general. Estimular y fomentar la protección y mejora del ambiente, particularmente por la difusión en el ámbito educativo y concientizando a la población de su importancia para el futuro y su calidad de vida.

El agua, los ríos y algunos poemas

Alabanza del agua, de Edgar Morisoli

1 Alma pluvial del aljibe/ niebla, nieve, manantial,/ providencia de los ríos,/ consuelo del medanal./ Desde el Agua del Rebozo/ hasta el Agua del Chañar,/ el agua nombra mi tierra/ y el agua la hace penar./ Del agua nació la vida,/ de la vida la canción./ Que el que cante nunca olvide/ que es agua del corazón.

2 Agua brava de las crezcas,/ agua mansa del jagüel./ Cantarito el de tu boca,/ no me canso de beber./ Rocío brilla en tus ojos/ cuando la noche es amor,/ y un río creciendo viene/ por la sangre del cantor.

Golondrinas del Atuel (milonga pampeana), de Julio Domínguez, “El Bardino”

¿Dónde están las golondrinas?/ que festejaron mi infancia,/ y dejaron su fragancia/ como flor de cina-cina,/ mi guitarra aquí se inclina/ con su vegetal estampa/ y cual un ramo de zampa/ que perfumó el pago aquel,/ en barrancas del Atuel/ al Oeste de La Pampa./ Donde las aves viajeras,/ que en el puesto de Badal,/ dejaron en mi cantar/ una guitarra puestera,/ hoy que una dura encimera/ de tiempo, pesa en mi lomo/ quiero cantar yo sé cómo/ para el cauce de aquel río/ que mojó los sueños míos/ con golondrinas y aromos./ ¿Dónde están?, pregunto yo/ las avecillas cantores,/ y también aquellas flores/ yo quiero volver a ver,/ lejos de Santa Isabel/ anda tu cantor bardino,/ vuelco en la cruz del camino/ el pedernal de mi canto/ con estas flores del campo/ se adorna, este peregrino./ Igual que las golondrinas,/ yo emigré para otros pagos,/ y cada legua de a tragos/ bebí entre sexta y prima./ Entre décimas que riman/ trenzo mi suerte campera,/ y al encontrar la manera/ de sostener mi volido/ yo también formé mi nido/ sin diques, y sin tranqueras.

De la calandria, de Juan Carlos Bustriazo Ortiz

En un paisaje de adobes/ y de piedras solitarias,/ debajo del cielo puelche/ una calandria cantaba./ (En el corazón tenía/ una guitarra hechizada.)/ Cuántas cosas le salían/ de su sangre enamorada:/ todo el canto de la tierra/ le cabía en la garganta./ (Qué dios remoto y silvestre/ le regaló tanta magia?)/ Era el triste de los yuyos,/ la huella de las aguadas,/ era el estilo del viento,/ la milonga de las bardas./ (Porque mil pájaros sabios/ era la sola calandria.)/ Una vez regresó el río/ con pifulcas desbordadas,/ y sus viejas sinfonías/ me repitió la calandría./ (Era una niña de cobre/ con un cacharro de lágrimas.)/ ¿Dónde andará con su canto?/ ¿De quién serán sus tonadas?/ Con esta música vuelve,/ pero mi voz no la alcanza./ (Se me ha vuelto la calandria/ una guitarra con alas!)

Escrito por
Claudia Ainchil
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