• Buscar

Caras y Caretas

           

Las cuentas pendientes de la democracia

Hace exactamente cuarenta años, en plena campaña electoral de 1983, el por entonces candidato de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, prometía en sus actos con una voz de letanía cívica: “Con la democracia se come, se educa y se cura”. Hoy ese rezo, esa proposición señala, de alguna manera, el tamaño de la desazón que el proceso democrático generó para la mayoría de los argentinos. Y la gran deuda de la democracia consiste en lograr la reparación de las heridas que ella misma infligió en las condiciones materiales de vida de la mayoría de los argentinos. Porque la mayor transferencia de ingresos de los sectores del trabajo al capital se realizó durante la larga década neoliberal que abarcó de 1989 al estallido de 2001. Pensar la democracia sin pensar en sus deudas es seguir abonando el terreno de la frustración permanente. Y el peligro es que la frustración sin horizonte concluya más temprano que tarde en el cuestionamiento del mismo sistema democrático.

Más allá de esa plegaria alfonsinista desatendida y del reproche que hoy se le podría hacer a ese voto, el sistema democrático demostró no solo que esa frase era apenas un manojo de buenas intenciones, sino también que todo el andamiaje de promesas del viejo liberalismo argentino e incluso los sueños imaginarios de la socialdemocracia no tenían asidero. Los voceros del liberalismo de la década del 60 aseguraban que las causas de la crisis económica argentina se atribuían al autoritarismo y al dirigismo estatal intrínsecos a la cultura política criolla. Y para conjurar ese escenario aseguraban que la ecuación salvadora incluía el siguiente proceso: era necesario instaurar la democracia, porque ella llevaba intrínseca la libertad de mercado y eso redundaría en un desarrollo inexorable que acabaría con la pobreza en nuestro país. Las últimas cuatro décadas desmintieron ese vínculo imaginario.

DESOCUPACIÓN, POBREZA Y DESIGUALDAD

Salvo el paréntesis entre 2003 y 2015, durante el cual mejoraron en términos absolutos y porcentuales los índices sociales –desocupación, pobreza y desigualdad–, el sistema democrático no resultó fructífero en cuestión de mejoras materiales para las mayorías. Y no solo porque no sirvió para distribuir la riqueza sino porque, justamente en democracia, en los años de neoliberalismo noventista, se registró el mayor proceso de concentración económica de la historia argentina, según las investigaciones económicas más importantes del periodo, por ejemplo, los trabajos de Mario Rapoport y de Eduardo Basualdo.

Por supuesto que no es atribuible exclusivamente al sistema democrático –la dictadura dejó un piso de 28 por ciento de población en situación de pobreza–, pero lo cierto es que la Argentina pasó de un 3,2 de pobreza en 1974 al 39 por ciento actual, llegando al pico de 56 por ciento durante 2001-02 y con su piso más bajo en el periodo 2011-13, con el 25 por ciento. Claro que con la llegada del macrismo al poder, esos guarismos treparon al 37 por ciento en 2018 hasta instalarse en los números actuales.

Pero hay un dato aún más interesante que la pobreza en la historia de los últimos 50 años para comprender el descontento de muchos argentinos con el sistema democrático, y es la transferencia de ingresos que se produjo entre 1974 y 2000: en 1974, el 30 por ciento más pobre se llevaba el 11,1 por ciento del ingreso total, mientras que en 2000 había descendido al 8,2; y el 10 por ciento más rico pasó de llevarse el 26 por ciento al 36,2.

Tras la crisis de 2001, los índices de desigualdad mejoraron en la Argentina. El índice de Gini, que marca la concentración de ingresos, demostró que en 2001 alcanzaba el 0,780 y disminuyó al 0,470 en 2014. Es decir que a lo largo de casi 12 años, la Argentina se había vuelto un país mucho más homogéneo en cuestión de ingresos.

El último dato que es necesario agregar es el de la tasa de empleo. En una curva que va del 4,4 por ciento de desocupación en 1983 al 6,3 por ciento actual, pero con picos brutales de 17,3 en 1996 y 18,3 en 2001, se puede visualizar la dramática del campo laboral: no basta con el trabajo para escaparle a la pobreza en la Argentina. Por supuesto que las horas más difíciles se registraron durante la década de 1990, cuando el desempleo tuvo un fuerte incremento, entre otras causas debido a la Ley de Reforma del Estado impulsada por Carlos Menem, que incluyó el proceso de privatización y de concesión de las empresas públicas. A eso habría que sumarle la apertura irrestricta de la economía que produjo el cierre de empresas y la incorporación de tecnología al proceso productivo. A partir de 1995 se incrementó el desempleo de larga duración (más de un año sin trabajo), que no había sido un fenómeno de importancia en la historia reciente argentina.

PERÍODO KIRCHNERISTA

La información demuestra que en los 40 años de democracia solo durante el período de los gobiernos kirchneristas se registró una mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, expresado en un alza del nivel del salario mínimo real, como también una mejor redistribución del ingreso que benefició a los sectores más bajos de la población. Sin embargo, a pesar de los números puros y duros, la “sensación” de la mayoría de los argentinos es que la crisis económica es un proceso de permanente decadencia. Según las encuestas cualitativas, los sectores populares –bajos y medios– mantienen en su imaginario la idea de que la vida de sus padres fue mejor que la propia y que la de sus hijos será todavía peor, en lo que contiene no solo el deterioro de la movilización ascendente característica del siglo XX sino, además, la sospecha de que la curva de movilización descendente no tiene fin. Este imaginario deslegitima profundamente el sistema democrático porque lleva a la conclusión, equivocada por cierto, de que “las condiciones materiales de los argentinos eran mejores en tiempos autoritarios que bajo el Estado de derecho”. Los datos no son claros, e incluso son contradictorios. Podríamos llegar a una conclusión respecto de que la democracia nació con la cancha marcada por el endeudamiento externo y los índices de pobreza heredados de la dictadura militar, pero también es cierto que sus continuadores económicos –el menemismo, la Alianza, el macrismo– completaron el trabajo de empobrecimiento de una sociedad que en la década del sesenta ostentaba un sólido Estado de Bienestar creado por el primer peronismo. Se podría echarle la culpa al sistema democrático como una abstracción en sí misma, se podría cargar las tintas sobre una democracia que no resuelve los problemas de las mayorías. Pero a cuatro décadas de aquel luminoso diciembre de 1983, quizá sea hora de que los argentinos y argentinas nos hagamos cargo de nuestras elecciones. Quizás no sea el sistema, no sea la democracia en sí misma, ¿no seremos los electores, los ciudadanos, los que elegimos las opciones empobrecedoras de las mayorías? ¿Por qué razón, puesto a elegir, el pueblo elige opciones que van en contra de sus propios intereses?

Escrito por
Hernán Brienza
Ver todos los artículos
Escrito por Hernán Brienza

A %d blogueros les gusta esto: