La bioeconomía ha ido ganando terreno fuertemente en las últimas dos décadas a partir de los avances de la ciencia y la tecnología y también a medida que el cambio climático se ha convertido en la principal amenaza para la supervivencia humana.
Los compromisos climáticos adoptados por los países para lograr emisiones de carbono neutras en 2050 y que la temperatura planetaria no aumente más de 1,5°C respecto a la era preindustrial, pusieron en el centro de la discusión las formas de producción y consumo sobre las cuales organizamos nuestra vida.
Para alcanzar esos objetivos, los países han empezado a definir hojas de ruta que van más o menos en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) acordados en el marco de la Organización de las Naciones Unidas. Estos comprenden, entre otras cosas, la producción de energía no contaminante, la construcción de ciudades sostenibles, la incorporación del reciclado como parte de los procesos productivos y la disminución del uso de materiales no degradables como el plástico.
El modelo de producción actual entró en tensión a mediados de los 90, a partir de una serie de problemas que incluyó la acumulación de desechos no degradables, la crisis energética generada por la incorporación de China e India al mercado de consumo mundial –con las consecuentes subas en el precio del barril de petróleo– y la confirmación de que el calentamiento global es una amenaza para el planeta. El modelo de acumulación industrial seguido hasta ese momento empezó a ser repensado.
En los últimos años, y con notable aceleración luego de la pandemia, en las principales potencias mundiales vienen dándose estrategias para relanzar sus economías bajo el nuevo paradigma “verde”. Por citar algunos ejemplos, la Unión Europea firmó el llamado Pacto Verde, Estados Unidos avanza hacia su Green New Deal y China ya es líder global en energías renovables.
Algunas iniciativas de estos países buscan fijar impuestos a los productos importados que no cuenten con certificaciones de que han sido producidos bajo estándares de cuidado medioambiental. En otras palabras, lo que se pretende es desincentivar (y en el extremo, prohibir) las exportaciones provenientes de países periféricos que no se adapten a la nueva “ola verde”.
DEBATE MULTILATERAL
Estas cuestiones han suscitado un profundo debate multilateral. Allí, los países en desarrollo denuncian que las mayores contaminaciones son generadas por las potencias industriales. Frente a ello, intentan acordar un marco adecuado de transición, que contemple las distintas realidades nacionales. Es decir, lo que se quiere es impedir que la “agenda verde” termine agudizando las asimetrías entre países.
Las tensiones están a la orden del día, se producen avances y contramarchas, pero parece claro que el capitalismo se dirige, tarde o temprano, hacia un paradigma productivo diferente.
Dentro de este nuevo paradigma verde, la bioeconomía es una de sus aristas principales, a partir de la producción de bienes sin impacto ambiental a través de la captura de energía libre, su transformación en biomasa y posterior industrialización de los productos y subproductos. Asimismo, la biotecnología es su aliado fundamental. Se trata de pensar la dupla recursos naturales y conocimiento biológico aplicado como palanca de desarrollo.
Según el investigador y economista Roberto Bisang, aplica a la producción de alimentos, a las bioenergías, biomateriales (de la madera a los bioplásticos degradables) y bioinsumos; genera una amplia gama de nuevos servicios (aplicados a la salud, la biorremediación del ambiente y a varias actividades preexistentes) y revaloriza la biodiversidad.
En este marco, ¿qué tienen la bioeconomía y la biotecnología para ofrecerle a la Argentina, un país con una importante base de recursos agropecuarios y energéticos, pero con más del 35 por ciento de sus habitantes viviendo en condiciones de pobreza?
NUEVO PARADIGMA
El subsecretario de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional del Ministerio de Agricultura de la Nación, Luis Contigiani, aseguró que “la bioeconomía es para nosotros un nuevo paradigma de desarrollo nacional y productivo”. Y señaló que la política pública debe impulsar fuertemente “los biomateriales, los bioinsumos, la economía circular, la biomasa, la biotecnología (sector en el que somos referentes)”.
En la misma línea, Bisang afirmó que esta nueva revolución productiva mundial que se apalanca en la biotecnología encuentra a la Argentina “muy bien parado”, con importante trayectoria en la materia. Para el especialista en desarrollo económico, el país puede conjugar sus capacidades en bioeconomía y sus recursos naturales para que “el agro argentino se convierta en el motor del desarrollo de este nuevo modelo productivo”.
Se abre así para la Argentina una nueva oportunidad de crecimiento con inclusión social. La bioeconomía otorga la posibilidad de crear riqueza en todas las provincias y federalizar el desarrollo. También es una oportunidad de fortalecer las relaciones entre la ciencia, la tecnología y la innovación, y de superar la antinomia campo/industria. El país tiene trayectoria y potencial en biocombustibles, bioinsumos, biomateriales, biodegradables y biotecnología, entre otros.
La discusión no es ajena al sector privado, donde la preocupación y las exigencias de estándares medioambientales están cada vez más presentes. “Las empresas están empezando a darse cuenta que en un mediano plazo va a ser muy difícil ingresar a otros mercados sin normas de calidad, sin certificar la producción, sin garantizar que no se afecta al medio ambiente y que se produce con huella de carbono neutro. El sector privado tiene una gran demanda y vocación de ir para adelante con estos temas”, expresó Contigiani.
De acuerdo con una investigación publicada por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), en 2017 la bioeconomía generó U$S 86.695 millones, más de 16,1 por ciento del PBI de la economía argentina. El sector también presenta un gran potencial exportador y salarios muy superiores a la media. Según el mismo trabajo, el valor agregado generado por cada trabajador de los sectores directos bio es de 29,2 mil dólares; es decir que un trabajador bio resulta 10 por ciento más productivo que el resto de la economía.
El rediseño de la economía mundial a causa del cambio climático encuentra a nuestro país con trayectoria y capacidades. ¿Podrá el país subirse al tren y lograr un crecimiento que incluya a sus más de 46 millones de habitantes?