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Caras y Caretas

           

Aquel Maradona de 1983

El 10 llamaba la atención de la prensa cada vez que visitaba el país. Antes de las elecciones, se reunió con los candidatos de las principales fuerzas. Por esos tiempos tuvo una lesión grave, vivió el recambio de Menotti por Bilardo en la Selección y protagonizó un escándalo amoroso.

Un par de semanas antes de las PASO de 2023, Lionel Messi viaja desde Miami hasta Buenos Aires para entrevistarse con los principales precandidatos presidenciales y conversar sobre sus propuestas. En un solo día, recorre las oficinas de Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y Javier Milei. Decenas de periodistas, reporteros gráficos, camarógrafos, cazadores virtuales y curiosos forman una caravana desesperada por atrapar testimonios e imágenes y, en especial, saber a quién piensa votar el ídolo. ¡Una locura!

La escena es una ficción, pero la verdad histórica señala que algo más o menos parecido –salvando todas las distancias– ocurrió hace cuarenta años con Diego Maradona.  Su representante y amigo, Jorge Cyterszpiler, le organizó un “curso intensivo de instrucción cívica” –según Clarín–, que incluyó al radical Raúl Alfonsín; los peronistas Ítalo Lúder y Antonio Cafiero; el desarrollista Rogelio Frigerio; el comandante en jefe del Ejército, teniente general Cristino Nicolaides, y el titular de la Conferencia Episcopal y cardenal primado de la Argentina, Juan Carlos Aramburu. Los encuentros se sucedieron el viernes 15 de julio –con el prelado se había entrevistado el día anterior–, a tres meses y medio de las elecciones generales de 1983.

Para cumplir con esos compromisos, la estrella de Barcelona debió suspender las vacaciones que disfrutaba en Esquina, la ciudad correntina en la que nacieron sus padres, doña Tota y don Diego.

Ese “recorrido político-militar-eclesiástico” –Tiempo Argentino– fue analizado como una estrategia de marketing montada a través de Maradona Producciones –la empresa manejada por Cyterszpiler, siempre ávida por recaudar y generar publicidad– y un privilegio que casi ningún connacional podía imitar. “Ojalá que todos los argentinos manifestaran tanto interés por lo que está pasando en el país como lo hace Maradona”, deslizó el representante.

El jugador ensayó una síntesis de su inquietud: “Yo soy uno de los cinco millones de jóvenes que nunca han votado y por eso quiero interiorizarme bien de la situación del país antes de las elecciones”. Y lanzó una pregunta a los aspirantes a la Casa Rosada: “¿Cómo salimos de esta situación en que estamos los argentinos?”.

Es posible que no haya encontrado una respuesta concreta, pero, al menos, quedó conforme por lo escuchado: “Conocer a esta gente me ha hecho aprender muchas cosas”. Y con cierta ingenuidad, desprendida de sus 22 años, confió: “Los políticos quieren lo mejor para la Patria, lo que me hace feliz”.

La reunión con Alfonsín duró 45 minutos y se desarrolló en la flamante oficina que el líder radical había montado en el piso 12 de Perú 367, a pocas cuadras de la Plaza de Mayo. “Este es un país muy rico, y vamos a salir adelante”, lo tranquilizó el futuro presidente, a quien había conocido en un avión rumbo a España.

Los lazos futbolísticos entre ambos se anudaban a través de Independiente: Maradona era admirador del 10 del rojo, Ricardo Bochini, y Alfonsín –que en su juventud había jugado de marcador de punta en Sportivo Chascomús­– era simpatizante del club de Avellaneda y en de joven se había deslumbrado con Arsenio Erico.

Del encuentro con Lúder no trascendieron detalles; en cambio, los medios destacaron que Cafiero, el más futbolero de todos los visitados –reconocido hincha de Boca Juniors e involucrado en los comicios que a fin de ese año se celebraron en el xeneize–, recibió de regalo una fotografía autografiada de Maradona y, a cambio, le obsequió un ejemplar dedicado de su último libro, Desde que grité ¡Viva Perón!, una extensa entrevista que recorre la trayectoria del dirigente justicialista, realizada por el periodista Hugo Gambini.

Antes de retornar a Barcelona, donde lo esperaba el equipo dirigido por César Luis Menotti, Maradona se despidió: “Ojalá que a mi regreso encuentre un país con alegría y libertades”.

Recuperar la democracia y el tobillo

En aquella jornada publicitaria del invierno porteño, Cyterszpiler tuvo que contener la curiosidad periodística sobre la preferencia política de ese “verdadero embajador” para la Argentina: “El voto es secreto”. Diego les expresó a los periodistas su deseo de ejercer su derecho cívico –barajaba la posibilidad de hacerlo en el consulado nacional en Barcelona–, pero se quedó con las ganas, porque esa práctica no estaba contemplada en el sistema electoral aprobado por la dictadura.

La fantasía de la realidad dispuso que el 30 de octubre, día de su cumpleaños 23, fuera el elegido por el régimen de facto para celebrar los comicios. Esa jornada tuvo que pasarla en su mansión del barrio barcelonés de Pedralbes recuperándose de la operación de su tobillo izquierdo tras la fractura sufrida por una terrible patada del defensor de Athletic de Bilbao Andoni Goikoetxea –­le dieron 18 fechas de suspensión–, en el partido disputado el 24 de septiembre.

“Tengo ganas de visitar al doctor Raúl Alfonsín, porque me interesan mucho las cosas que están pasando en el país. La vuelta a la democracia va a servir para mejorar los problemas más graves que sufrimos”, le confesó Maradona a la revista El Gráfico unas semanas más tarde, de regreso en la Argentina, donde continuó con el tratamiento en su casa del barrio porteño de Villa Devoto y el campo en la localidad bonaerense de Moreno.

En esa corta estadía se hizo tiempo para visitar una práctica de la Selección en el estadio de River Plate, dirigida por su flamante entrenador, Carlos Bilardo, y participar del programa de ATC Cordialmente, conducido por Juan Carlos Mareco.

Entre el cielo y el infierno

La vida de Dieguito –como lo seguían llamando en estas tierras– o El Pelusa –el apodo preferido de los españoles– soportó altibajos en el año del retorno a la democracia en la Argentina: comenzó con una hepatitis B que lo alejó de las canchas entre fines de 1982 y marzo de 1983 –volvió con el debut de Menotti como entrenador de Barcelona, en reemplazo del alemán Udo Lattek–, y finalizó con la rehabilitación de su tobillo izquierdo, un proceso que se prolongó hasta enero de 1984.

Las convalecencias y el período de transición que vivió la Selección tras el reemplazo de Menotti por Bilardo lo mantuvieron alejado de las convocatorias de ese año a la celeste y blanca. “Cuando me llamen para la Selección, voy sin problemas”, le aseguró a Bilardo cuando se encontraron en Lloret de Mar, sobre el Mediterráneo, mientras se recuperaba de la hepatitis.

Su regreso al conjunto nacional se demoró hasta el 9 de mayo de 1985 en un amistoso con Paraguay, que finalizó 1 a 1, con un gol suyo. Muy lejos quedaba su último partido con la representación del país: el 2 de julio de 1982, en el Mundial de España, durante la derrota 3 a 1 con Brasil, en la que, además, había sido expulsado.

“Con la llegada de Menotti estoy más motivado todavía. El sábado hago de cuenta que empiezo a vivir de nuevo”, se esperanzó antes del regreso de marzo de 1983. La relación con El Flaco era estrecha y se extendía más allá de las canchas –un ejemplo: en agosto ambos compartieron el recital que Mercedes Sosa ofreció en Barcelona–. Y a la par comenzó a forjar una amistad con Bilardo, que se consolidó con la obtención del Mundial de México.

Sus tres títulos con el club catalán fueron conseguidos en 1983, conducido por Menotti: la Copa del Rey, la Copa de la Liga –ambas ganadas frente al Real Madrid de Alfredo Di Stéfano– y la Supercopa de España, en la que no pudo jugar los partidos finales por la lesión en su tobillo izquierdo.

Sin embargo, los éxitos deportivos alternaban con conflictos permanentes con el presidente de Barcelona, José Luis Núñez; problemas con su pareja, Claudia Villafañe, y el descubrimiento del mundo de las drogas.

La prensa comenzaba a informar de su “fulminante relación amorosa” con Lucía Galán. En agosto, la revista del espectáculo Tal Cual titulaba en su tapa: “¡Romance explosivo! Maradona plantó a su novia por la cantante del dúo Pimpinela”. Y anticipaba que el ejemplar contenía “fotos exclusivas”: “Los encontramos en España tomados del brazo”. Una de esas imágenes ilustraba la portada.

Hasta El Gráfico, la revista deportiva más influyente de la época, le dedicó una nota de una página al romance: “El dúo Pimpinela, el trío Maradona. Lucía, Diego, Claudia…” –una rareza: ese año nunca fue tapa del semanario de la editorial Atlántida, aunque estuvo en varios títulos–. El artículo relata la sorpresiva aparición del jugador en un recital que los cantantes ofrecieron a fines de noviembre en el club Gimnasia y Esgrima de la ciudad bonaerense de Chivilcoy. A pedido de la artista, el ídolo se subió al escenario y montó su propio show.

Todavía faltaban varios meses para llegar al 5 de julio de 1984, cuando cautivó a los simpatizantes del Napoli que colmaron el San Paolo en su presentación en el club del sur de Italia, un hecho que le cambió la vida.

Escrito por
Germán Ferrari
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