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Caras y Caretas

           

Presidenta

Yo no quería ser candidata en 2007. Con Néstor conversábamos siempre sobre la posibilidad de que yo lo sucediera a él en la presidencia. Inicialmente me resistía. Pero aún hoy sigo sin estar segura de que haya sido lo correcto, aunque también pienso qué hubiera pasado si lo hubiéramos perdido a él siendo presidente: una catástrofe. ¡Se habrían frustrado tantas cosas que hicimos después! No lo sé y creo, además, que es contrafáctico preguntárselo hoy.
Lo cierto es que para mi candidatura no solo influyó que ya había comenzado a circular, sino que también pensábamos en la necesidad de asegurar la continuidad en el tiempo de un proceso político virtuoso de transformación del país. Porque Néstor sostenía que se necesitaban por lo menos veinte años para poder construir una nueva Argentina (…)
(…) El 28 de octubre de 2007 la fórmula que encabecé junto al ingeniero Cobos se impuso por el 45,28 por ciento de los votos con casi 23 puntos de diferencia sobre la fórmula que entró en segundo término, encabezada por Elisa Carrió. Me transformé así, por decisión popular, en la primera mujer electa como presidenta en la historia argentina (…) Asumí el 10 de diciembre ante la Asamblea Legislativa del Congreso y allí fijé los lineamientos básicos de nuestra gestión. Vale la pena recordar que, en mi discurso ante la Asamblea, remarqué lo diferente de ese momento de la historia frente al que le había tocado a Néstor cuando asumió en 2003, con más desocupados que votos. Había cerrado dos mandatos constitucionales inconclusos por la trágica crisis del 2001. Pudo sacar el país adelante porque, tanto él como yo, creíamos en los proyectos políticos y en las construcciones colectivas; en una articulación política, social y económica diferente. Recordé las largas madrugadas en que el Parlamento estaba obligado a sancionar el ajuste permanente porque lo pedía el FMI. De la política del ajuste permanente, que había caracterizado la década del 90, habíamos pasado a la que aplaudía el default… de la “hazaña” del ajuste a la “hazaña” de no pagar…¡qué cosa la Argentina! Les dije entonces a los legisladores que habíamos recorrido un largo camino para volver a tener esperanzas, porque Néstor, como
presidente, situó nuevamente a la política como el instrumento válido para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y para torcer un destino que parecía maldito. Que había sido en su presidencia cuando, por primera vez, se comenzó un proceso inédito de desendeudamiento del país al renegociar la deuda externa en default y cancelar nuestras deudas con el FMI, para tener nuestro propio modelo económico de acumulación con autonomía razonable, en un mundo globalizado. Sostuve también que al haber renovado completamente la Corte Suprema de Justicia de la Nación, contribuimos a mejorar no solo la autoridad del Poder Legislativo y del Poder Ejecutivo, sino también la del Poder Judicial. Anticipé, sin embargo, que debíamos avanzar en una reforma judicial, necesaria para que los argentinos volvieran a sentir a la justicia como un valor reparador y equilibrador, imprescindible en la reconstrucción de la seguridad para todos los ciudadanos y batallar contra la impunidad. Y que eso se lograba con la concurrencia de los tres poderes del Estado, tal como se habían unido para decretar la anulación de las leyes de Obediencia Debida, Punto Final e indultos, aportando a la construcción del sistema democrático. En ese sentido, dije que esperaba ver concluidos, en los cuatro años de mi mandato, los juicios por lesa humanidad que tardaron treinta años en ser iniciados, para castigar a los responsables, garantizando todos los derechos que otros argentinos no tuvieron durante el mayor genocidio de nuestra historia (…) Como dirigentes propusimos un nuevo modelo económico de matriz diversificada, de acumulación con inclusión social que ponía en marcha algo clave para los tiempos que venían; un modelo que, en el empleo, en la producción, en la industria, en la exportación, en el campo, reconocía la fuerza motriz que ha permitido que millones de argentinos vuelvan a recuperar no solo el trabajo, sino además las esperanzas y las ilusiones de que una vida mejor es posible. Sostuve y sostengo que debíamos superar ese karma histórico que siempre hubo entre todos los argentinos, de que si el modelo a seguir era la industria o era el campo. Que estábamos demostrando que podíamos generar un modelo de acumulación del campo y de la industria. Y que me encantaría vivir en un país donde los mayores ingresos los produjera la industria. Porque entonces significaría que Argentina es un país con alto desarrollo industrial y tecnológico, similar al de las grandes economías, donde la industria siempre ha subsidiado al campo. Pero que ese no era el modelo de acumulación económica que se había adoptado en reiteradas oportunidades –y con violencia– tanto durante el siglo XIX como el XX. De lo que se trataba, entonces, era de consensuar para profundizar un verdadero modelo de desarrollo y crecimiento económico con inclusión social. Claro que había roles importantes que cumplir, y que no se restringían al mero acuerdo de precios y salarios. El acuerdo del que hablé era, y es, el acuerdo de las grandes metas, de los grandes objetivos, cuantificables, verificables, que luego necesitaban de mucha inversión e innovación tecnológica. Pero que eso llevaba tiempo. Porque se trataba de sentar las bases de acumulación para evitar que cada cuatro años los argentinos cambiáramos el modelo económico, porque nadie puede vivir cambiando todo cada cuatro años. Debía haber acuerdos estratégicos, justamente para impedir el péndulo con el que se terminaba frustrando todo. Así que no se trataba de meros acuerdos sectoriales, porque yo no había llegado a ser presidenta para convertirme en gendarme de la rentabilidad de los empresarios ni parte de las internas sindicales o políticas.


Extraído de Sinceramente, Cristina Fernández de Kirchner, Sudamericana, 2019.

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