Hubo gente que supo vivir bien aquello de la dignidad. A comienzos de 1971, desobedeciendo todo mandato surgido de las facultades de Derecho, donde recomendaban anestesiar las luchas, un enorme grupo de militantes por la justicia se nuclearon en la Asociación Gremial de Abogados. Mediados de 1971. Tiempos de dictadura. Tiempos de un general con apellido estanciero: Lanusse.
La magnitud de la tarea era tan gigantesca como la ambición de poner fin a tantas prohibiciones y represiones. Se trataba de un sector de jóvenes movilizados que sentían en la piel aquello que leían en la revista Cristianismo y Revolución sobre centenares de encarcelados políticos: “Ellos están presos por nosotros. ¿Qué hacemos nosotros por ellos?”.
De esa Gremial surgió el grupo de seis abogados (Rodolfo Ortega Peña, Rodolfo Mattarollo, Eduardo Luis Duhalde, Miguel Radrizzani Goñi, Pedro Galín y Carlos González Gartland) que viajó en auto a Trelew, días antes de la masacre, al enterarse de la fuga. Algunos ya eran defensores de presos que estaban cautivos en Rawson. Se alojaron en el Hotel Provincial de Rawson, allí recibieron a Mario Amaya (abogado de la UCR, desaparecido en la última dictadura) y a Hipólito Solari Yrigoyen, también radical local y defensor de presos políticos. Pero no pudieron entrevistar a los detenidos que se habían entregado en el aeropuerto. La orden de los jefes marinos de la Base Almirante Zar fue: “Nada de abogados”. El hostigamiento fue tal que a Amaya lo detuvieron y lo pusieron a disposición del PEN. Los seis de la Gremial regresaron a Buenos Aires sin imaginar que horas después empezarían los fusilamientos.
En la Capital, al enterarse de la masacre, anunciaron una conferencia de prensa. Un rato después, una bomba estremeció la oficina de la Gremial. Igual hicieron la conferencia en la calle y denunciaron que la Marina había fusilado para sembrar el escarmiento.
Así se movían, así vivían intensamente las y los abogados comprometidos con los presos de diversas organizaciones y partidos que buscaban los atajos más breves que los llevaran a la palabra anhelada: revolución. La experiencia de la Gremial no era la única, pero aparecieron como algo distinto. En sus pronunciamientos citaban sus compromisos con los trabajadores y “los hermanos combatientes”. Los unía su diversidad y la alternancia con las estructuras políticas de entonces. En cambio, los de la Liga por los Derechos del Hombre, ligados al Partico Comunista, y los de la Comisión de Familiares de Presos Políticos, Estudiantiles y Gremiales (Cofapeg), ligada al PRT, resultaban más disciplinados con sus organizaciones.
Si bien Ortega Peña fue el más conocido de los fundadores de la Gremial, lo cierto es que todos y todas dejaron una huella generacional que hoy aún se respira en los encuentros de los abogados/as que representan a los familiares en las causas de lesa. La regla de los setenta era asistir legalmente a cualquier preso político y militante popular que haya elegido cualquier forma de lucha, incluyendo la armada.
En agosto de 1972, varios de ellos viajaron a Chile para ayudar en la situación de los presos fugados en el avión. Amaya, Gustavo Roca y Duhalde llegaron a Santiago. Los abogados del Partido Comunista argentino se negaron a ir. La misión era hacer algo para rescatar a los fugados que, luego de aterrizar, permanecían en una cárcel chilena. En tres días duros, lograron de Salvador Allende su famosa frase: “Este es un gobierno socialista, mierda, así que esta noche los muchachos se van para La Habana”.
PASADO PRESENTE
Cincuenta años después hay gente que sabe vivir bien eso de la dignidad.
Aquella herencia generacional se hizo carne en el grupo de abogadas y abogados que a partir de mayo de 2012 participaron en el juicio a cinco de los responsables de la masacre.
Carolina Varsky, Eduardo Hualpa y Daiana Fusca representaban a las familias querellantes, y Germán Kexel y Martín Rico, a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Conformaban un grupo de letrados/as sub-40 que compartían la acusación con los fiscales Fernando Gelez, Horacio Arranz y Dante Vega. Todas y todos sabían que no era un juicio más. Llevaban encima la misma obsesión por el juicio y castigo a los culpables que los abogados de la Gremial.
Hualpa, abogado chubutense en causas de lesa y especializado en defensa de los derechos de los pueblos indígenas, recuerda hoy aquella experiencia: “Aquel juicio fue un privilegio. Compartimos un pedazo de historia con quienes venían luchando por memoria y justicia por décadas. Pude escuchar en primera persona a abogados que hicieron un trabajo comprometido pero además arriesgado”. Hualpa se refería a Mattarollo, Gartland y Duhalde. “En el juicio seguimos la línea de acompañamiento con un trabajo técnico pero que es muy político. La perspectiva que explicaban en las audiencias estos protagonistas fue muy potente y sirvió para entender cómo el derecho deja de ser una herramienta reaccionaria y pasa a ser una herramienta más de lucha.” Para Hualpa, el juicio fue “un honor, un punto destacable” en su trayectoria profesional.
El otro “local”, Kexel, se había emocionado durante el alegato de la Secretaría y emocionó a la Sala cuando habló: “Es la oportunidad histórica de hacer justicia para las ciudadanas y los ciudadanos de Trelew y Rawson. Para sus militantes, sus apoderados, sus docentes, sus estudiantes, sus obreros, sus abogados, para quienes sintieron durante muchos años el miedo en el cuerpo. Para quienes crecimos en este valle muchos años después y se nos negó la posibilidad de conocer esta historia bajo la cantinela de que aquí ‘nunca pasó nada’”.
En 2012, Carolina Varsky era abogada del CELS y una de las encargadas de coordinar con los familiares de las víctimas la estrategia del juicio: “Nos sentamos con Alicia Bonet y otros familiares y lo primero que nos preguntamos fue si era posible llevar adelante un juicio de un hecho de 1972, porque hasta ese momento el Estado solo había reconocido indemnizaciones por hechos ocurridos de 1976 en adelante. Luego sacaron una norma ampliatoria indemnizando años anteriores al 76, y eso nos dio el empujón. Fue importante contar con Duhalde y González Gartland como testigos para reconstruir mucho de lo ocurrido, pero fueron clave los testimonios de los familiares que se iban sumando a los ex detenidos que habían compartido cautiverio con los tres sobrevivientes. Fue un hecho histórico para Trelew y Rawson, y ello lo sentimos mucho, sobre todo cuando se hizo el reconocimiento de la cárcel de Rawson. Todo fue muy conmovedor para mí, ver que el juicio generaba algo conmovedor para la comunidad de Chubut y visibilizaba lo que había pasado y, de alguna manera, generaba una reparación comunitaria”.
Los infelices escenarios de los Tribunales, los de 1972 y los de 2012, los que saben de los demonios de las injusticias, conocieron a estas abogadas y abogados que hicieron posible que tanta gente desahuciada creyese en la esperanza.