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Caras y Caretas

           

Los planteos de un tímido

Ilustración: Ricardo Ajler
Ilustración: Ricardo Ajler

Padre de personajes irreverentes, malhumorados, gritones y amorosos, Quino fue un callado en su intimidad. Disfrutaba sobre todo de la complicidad con Alicia, su esposa y compañera de siempre, mientras creaba mundos tan ácidos y críticos como la realidad.

Desde pequeño, Joaquín Salvador Lavado sufrió una timidez que lo llevó a encontrar un refugio en los dibujos. En su provincia natal, Mendoza, comenzó a practicar en una mesa de madera clara que había traído su madre a la que cubrió por completo con sus ilustraciones. Al ver el resultado, la madre “puso el grito en el cielo” y le dijo que si iba a seguir dibujando, debía limpiar la mesa cada vez.

También le explicó que si quería dibujar con los globitos, como en las historietas, tenía que escribir los textos y para eso necesitaba ir a la escuela. “Por eso fui, no tenía más remedio.” Cuando terminó la primaria, ingresó a la escuela de Bellas Artes, que terminaría abandonando.

Su timidez no le permitió ser un niño como los demás: no se relacionaba con otros chicos, no quería ir al colegio, no jugaba a la pelota. “Mi timidez era espantosa”, decía cuando hablaba (pocas veces) de su vida.

Su infancia de niño solitario acaso tenga que ver con las pérdidas tempranas. Cuando tenía diez años murió su abuelo; a los doce, su madre, y tiempo después, su padre. “Entre los 10 y los 18 años viví asediado por la muerte, agobiado por el luto. No sabía cómo comportarme con el luto, que era muy severo. Debía usar el brazalete negro en el brazo. Desde chico iba solo al cine y veía cantidad de películas de guerra. Con el brazalete me sentía un nazi.”

Así creció Joaquín, hasta que se transformó en Quino. Un dibujante que gracias a sus creaciones logró reconocimiento a nivel internacional y tuvo que aprender a convivir con los elogios y su popularidad, soportando su timidez, que nunca le dio tregua.

La llegada a Buenos Aires tenía solo un propósito: “mostrar sus cosas” para cumplir su sueño, que por ese entonces era ser ayudante de algún dibujante, pasar a tinta los dibujos de otro. Nunca imaginó lo que estaba por suceder.

A pedido de una empresa que quería publicitar sus productos, Quino dibujó a una familia con dos hijos, que usaba electrodomésticos. Hizo doce tiras, las mostró en un diario, pero las rechazaron. Poco después, las ofreció a la revista Primera Plana, donde finalmente se publicaron.

Así, en 1964, nació Mafalda, la niña cuestionadora y cascarrabias que odiaba la sopa. El personaje conquistó a generaciones y aún continúa vigente a pesar de que Quino dejó de dibujarla en 1973. “Nunca pensé que iba estar diez años dibujando a Mafalda.”

Quino supo soportar estoico la demanda de firmas en la Feria del Libro y, hasta en sus últimos años, a muchos seguidores que le preguntaban: “¿Por qué mató a Mafalda?”.

“No nos pongamos trágicos. Tras el cierre del diario donde publicaba Mafalda, seguí en una revista semanal. Empezó a resultarme opresiva. Tardé un año en tomar la decisión… Si seguía con Mafalda, la historieta iba a terminar por liquidar al dibujante.”

Pensar en la obra de Quino solo con Mafalda sería una irreverencia. Joaquín Lavado ha creado a miles de personajes e historias que fueron publicadas en sus libros. La política, la ética y el humor son recurrentes en esas viñetas. Difícil entender de dónde sacaba esas ideas, pero contaba con una obra que lo ayudaba.

“Leo muchísimo la Biblia, pero no como libro religioso sino como fuente de ideas, en ella está casi todo: la poesía, el sexo, lo policial. La Biblia me estimula el humor. La leo al azar y he aprendido a saltearme partes. Me parece que siempre la leo por primera vez.”

Quino tomaba el café amargo y le gustaba el vino tinto, que se lo servía él mismo: “La velocidad con la que cae el vino en la copa es tan esencial como su paladar”. Amaba el flamenco y la música árabe, pero la flamenca era su preferida porque sentía “hormiguitas en la sangre”.

SU COMPAÑERA

En 1960, el dibujante se casó con Alicia Colombo. La pareja no quiso tener hijos. “Es una mala porquería traer a alguien aquí sin haberle preguntado”, declaró en 1990, después de treinta años de matrimonio. Estuvieron juntos hasta la muerte de ella, en 2017.

Alicia era doctora en Química y trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica, pero un día decidió abandonar su profesión y dedicarse de lleno a la carrera de su esposo.

“No hay Quino sin Alicia”, dijo Rep en una nota de Página/12 y, ciertamente, el papel de esta mujer discreta, de bajo perfil, fue fundamental para que la obra del dibujante trascendiera las fronteras y él se transformara en autor internacional. Hasta 2003 ella se ocupó de los contratos con las editoriales, la traducción de su obra y los derechos de autor. Él solo se dedicaba a dibujar.

Cuando en 1976 se instaló el golpe de Estado en la Argentina, Quino y su esposa decidieron irse del país. Se radicaron en Milán (Italia) y regresaron con la democracia, en 1983.

Durante ese período, Quino siguió dibujando y aprovechaba su estancia en Europa para ir a España, la tierra de sus padres. Años después, en 1990, se convirtió en ciudadano español.

Durante esa década tuvo que someterse a unas seis intervenciones quirúrgicas, que lo dejaron muy debilitado. Usaba silla de ruedas, su vista era casi nula por un glaucoma diagnosticado hacía años. En 2019 estaba casi ciego.

La muerte de Alicia, en septiembre de 2017, coincidió con su etapa de mayor declive físico. El dibujante dejó Buenos Aires y regresó a su Mendoza natal, donde estuvo acompañado por sus sobrinos y amigos.

Quino murió en su provincia el 30 de septiembre de 2020 y, fiel a su estilo, el funeral fue íntimo, aunque la noticia inundó las redes y los medios con mensajes de despedida de casi todo el mundo. Como una jugada del destino, murió un día después del cumpleaños de Mafalda.

De todas las maneras de decirle adiós, quizá la de su editor y amigo de toda la vida, Daniel Divinsky, fue la más sentida y acertada: “Se murió Quino. Toda la gente buena en el país y en el mundo lo llorará”.

Escrito por
Laura Santos
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