Cuando se repiensan los hechos que antecedieron a la Declaración de Independencia, lejos queda la mirada simplista -ligada a la enseñanza escolar- que el 9 de Julio fue un mero desencadenante de la Revolución de Mayo y no la gesta que marcó a fuego la soberanía argentina.
El contexto no podía ser más difícil. En Europa, por caso, las monarquías absolutistas que vencieron a Napoleón proclamaban un retroceso al sistema anterior al de 1789, al anular las reformas sociales y económicas de la Revolución Francesa. Y entre los reyes que volvían a sus tronos, Fernando VII fue, quizás, el más reaccionario, con la clara intención de recuperar las colonias americanas.
Aquella presión se hacía sentir en América. Los realistas triunfaban sobre casi todos los espacios insurgentes: el fusilamiento del sacerdote Juan Manuel Morelos parecía ponerle fin al levantamiento antiespañol en México, Simón Bolívar debía exiliarse en Jamaica, los patriotas colombianos no podían hacerle frente a la expedición del general Morillo y Chile aún no se recuperaba de la derrota de Rancagua.
Solo quedaba en pie los territorios rioplatenses pero la situación estaba lejos de ser la ideal. Además de los seis años en guerra y el comercio interrumpido, las diferencias internas se agrandaban. Desde la Liga de los Pueblos Libres, José Gervasio Artigas proponía una organización confederal de las Provincias Unidas y rechazaba asistir al Congreso venidero ante la evidencia de que el evento sería dominado por los porteños. Carlos María de Alvear, por su parte, enviaba secretamente a Manuel José García a Río de Janeiro para ofrecerle al embajador inglés el protectorado sobre el Río de la Plata, proyecto colonialista que fue frenado por las gestiones de Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano. De no llegar, quizás este texto se escribía en otro idioma.

Tucumán
El Congreso se planteó como un modo de salir de la crisis que golpeaba al país. La elección de Tucumán no fue casual: ubicada en el centro del Virreinato, fue una manera de impedir que Buenos Aires vuelva a ser el único protagonista de una decisión que afectaba a todas las provincias.
La ciudad de San Miguel, tal como describe Felipe Pigna en Mitos de la Historia Argentina, contaba con apenas doce manzanas. “Los tucumanos, unos pocos miles por entonces, tenían una vida tranquila que se animaba al mediodía, cuando el centro se poblaba de carretas, vendedores ambulantes y gente que iba y venía entre las pulperías y las tiendas. No faltaba el azúcar para el mate ni tampoco algún cantor que animara a la gente con una zamba”, describía el historiador.
El 24 de marzo de 1816, en la casa de Francisca Bazán, se dio inicio a las sesiones del histórico Congreso. Uno de los objetivos inmediatos fue nombrar un Director Supremo que sea obedecido por todas las Provincias Unidas. El cargo fue para Juan Martín Pueyrredón, diputado nacional por San Luis.
El otro asunto urgente que se debía resolver era la elaboración de un plan bélico para resistir los avances de los españoles. Así lo manifestaba José de San Martín, en una de las cartas que mantuvo con Tomás Godoy Cruz, congresal de Mendoza. “¿Hasta cuándo esperamos para declarar la Independencia? ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos?”. Y concluía: “Veamos claro, mi amigo, si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo este la Soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir a Fernandito”.
Los congresales le dieron pleno apoyo al proyecto de San Martín de evitar los avances por el Altiplano y atacar a los realistas en Chile para luego avanzar al Perú, bastión español en América del Sur. Era, apenas, el puntapié de la hazaña libertadora.

El sol del 9 viene asomando
¿República o monarquía? Esa pregunta fue, acaso, el interrogante central que debían definir los congresales para darle forma a un nuevo sistema de gobierno. Gabriel Di Meglio, investigador del Conicet explica que, tras la derrota de Napoleón, varios revolucionarios de Mayo consideraban que solo una monarquía, aunque constitucional, podría ser reconocida en Europa.
Hasta el propio Manuel Belgrano, en una misión secreta, les propuso a los congresistas que, en caso de adoptar un sistema monárquico, se podría pensar en un descendiente de los incas en vez de buscar un príncipe europeo. La propuesta tenía una fuerte impronta americana -se daba por descontado también que los indígenas se sumarían a la causa revolucionaria- y hasta alcanzó el cálido apoyo tanto de San Martín como de Martín Miguel de Güemes.
Pero las voces republicanas pesaron en el Congreso y la idea quedó desarticulada.
Bajo un sol tremendo, el 9 de julio los legisladores volvieron a reunirse alrededor de las dos de la tarde. A pedido del diputado por Jujuy, Sánchez de Bustamante, se trató el “proyecto de deliberación sobre la libertad e independencia del país”: el secretario Juan José Pasó consultó a los congresales si querían que las Provincias Unidas fuesen una nación libre de los reyes de España. Por unanimidad, la moción fue aprobada. Y los 29 diputados firmaron el Acta de Independencia en el que se aclara que “es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueran despojadas e investirse del alto carácter de nación independiente del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”.
Pero el clásico relato del 9 de Julio suele omitir un detalle clave para la construcción de soberanía que significó el Acta de Independencia. Es que la foto parece finalizar ese 9 de Julio y no tiene en cuenta la iniciativa secreta de varios congresales, liderados por Pedro Medrano, para modificar el texto escrito del documento independista. Con la evidencia de las gestiones que involucraban a algunos congresales para subordinarse a Inglaterra o a la monarquía portuguesa, Medrano hizo moción para aprobar una modificación: pidió agregar después de “independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”, la siguiente frase: ”y de toda otra dominación extranjera”. Un agregado que cambió la historia.