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Caras y Caretas

           

MI AMIGA MALE

La autora, psicoanalista, conoció al escritor villeguense y, tras su muerte, entabló amistad con su madre. En este texto, escrito en 1992 y nunca antes publicado, los recuerda con los ojos de la cotidianidad.

Llovía sobre Buenos Aires el 31 de diciembre de 1991. Había llovido durante todo el mes volviendo invernal el clima y los hábitos de la ciudad, y en este 31 la persistencia de la lluvia amenazaba el festejo de la inminente partida del Año Viejo. Le había prometido a Male esa postergada visita y pidió tiempo para lavarse y arreglarse. A sus casi noventa, Male no cedía un ápice de su coquetería.

Un pan dulce empezado descansaba en la mesa de la cocina, cuyas ventanas sobre la plaza Guadalupe traían olor a tierra mojada en el húmedo atardecer gris en pleno diciembre. Male me ofreció pan dulce, café, Coca-Cola. No quise aceptar porque sabía que para Male –como para Manuel– comer era un ritual privado. Sólo más tarde, cuando nuestra amistad se profundizó, compartí largamente con ella esa intimidad celosamente guardada.

Escribir era también para Manuel un ritual privado del que, socialmente, hablaba poco. Lo minimizaba, lo frivolizaba; con una suerte de pudor, intentaba desviar la conversación. Sólo una vez, en nuestros encuentros en Río, me invitó a su escritorio en el piso de arriba, donde pasamos vista a sus innumerables traducciones. También raras veces hablamos de literatura. Parecía una charla demasiado seria para la brevedad de un encuentro en el que había que condensar muchas cosas. Pero en una oportunidad me contó que le costaba mucho leer literatura porque no podía sustraerse a la compulsión de corregir. De pronto se encontraba ausente a la convocatoria de la trama, leyendo sólo para corregir. ¿Es que se le habían borrado los límites de cada singularidad y escribía todo el tiempo su propio texto? Cómo saberlo, Manuel no argumentaba.

Male, que había rechazado invitaciones, se disponía a pasar sola esa noche de Año Nuevo. Estaba segura de la respuesta cuando le pregunté: “¿Vas a ver una película?”. Alguna vez me había dicho: “Las películas fueron siempre lo que me ayudó a sobrellevar la vida”. En Buenos Aires, un año y medio después de la muerte de Manuel, cuando su ausencia se agigantaba para ella cada vez más, Male no renunciaría a consolarse de ese modo.

–Sí, pero una de las románticas, que son las que más me gustan.

Esa noche sería su Vuelta al pasado, donde “él pierde la memoria y ella lo ayuda en todo para hacerse otra vida. Pero de golpe, él recupera de nuevo la memoria, y ahora ya no la reconoce a ella”.

–Ay, Male, ¡qué triste! Pero, ¿termina bien?

Sí, terminaba bien. Al final la chica y el muchacho se quedaban juntos.

–¿Viste? Ella está divina.

Male prefiere siempre las románticas, y más si son argentinas, pero ahora, desde la muerte de Manuel, no tiene coraje para mirarlas. Me cuenta de la alegría de Manuel en Río cada vez que llegaba “una argentina”. Reunía a los amigos y era una fiesta disponerse a mirarla.

Le cuento que se están editando todas las películas argentinas viejas. Las de Arturo de Córdova, las de Niní Marshall, las de Mirtha Legrand… Ese nombre despierta evocaciones y Male me cuenta que cuando Manuel tenía 18 años, quiso ir a la filmación de La vendedora de fantasías, pero “ese odioso de Tinayre” no lo dejó entrar. Manuel llegó hasta la Comisión de… (Male, convencida de su eternidad, no puede creer que no recuerda el nombre). Bueno, pero estaba Fanny Navarro. Él le contó y ahí mismo ella firmó una orden y Manuel fue a toda la filmación, pero Tinayre nunca lo saludó. Años después, “la Mirtha” –que se había hecho muy amiga de Manuel y lo invitaba a los almuerzos aunque “él nunca quiso ir a esa porquería”– se lo cruzó en la calle. Ella iba con el marido y le preguntó: “¿No lo saludás a Tinayre?”. Manuel dijo que no, y no lo saludó. Después de tantos años, “él igual se acordaba y no se lo perdonó”.

Male habla de Manuel, de las películas, de los viajes. Recuerda cuando le dieron el premio en Agrigento y fueron a la casa de Pirandello. Justo anteayer, me cuenta, había visto esa de Pirandello con la Greta, de las que vio todas, un montón de veces, porque le encanta. Esta vez era Como tú me deseas, con esa cara tan rara, como llena de presagios de Von Stroheim, que cuando “fracasó como director se hizo actor”.

Entre recuerdos y nostalgias, te dejo, Male: me espera mi propio Año Nuevo. Pero los recuerdos insisten. Recuerdo a Manuel siempre agradablemente sorprendido de la enorme vitalidad de Male. Ella nadaba, hacía gimnasia, daba paseos. En voz baja, y en su propia casa, me confesaba, entre orgulloso y atónito, esa edad inconfesable.

Volviendo a casa, en Río, en la noche tropical, me preguntaba a menudo si Manuel podría sobrevivir a la muerte de su madre. Y en la víspera del comienzo de este año 1992, era su madre la que me contaba cómo sobrevivía a la muerte de Manuel. Sangre de amor correspondido: Manuel, que supo hacer escritura los mitos de su madre, parecía ahora producir también el personaje de Male.

Escrito por
Beatriz Castillo
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