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Caras y Caretas

           

La palabra en construcción

Prestigioso arquitecto y prolífico poeta, el catalán Joan Margarit murió en febrero pasado. Dejó una obra vasta, escrita en su lengua y en español, y un modo de mirar la belleza del mundo atravesado por lo atroz de su tiempo, de la Guerra Civil Española a la pandemia de covid-19, y por el dolor de haber perdido a dos de sus hijas.

Uno de los poemas más hermosos del autor catalán Joan Margarit (1938-2021) comienza con una aporía: Llegas tarde a tu tiempo –es también el título del poema y además de uno de sus libros. Es lícito preguntarse qué significa llegar tarde al propio tiempo. La ausencia de respuesta, entonces, habilita al poema: no hay respuesta porque hay poema. La poesía transparenta lo que desde la razón resulta inabordable. En el verso llegas tarde a tu tiempo se combinan dos conceptos del orden de la temporalidad de un modo imposible. El tiempo se plantea como tardanza primero y como espacio al final: el arribo tardío –fuera del momento esperado– y el lugar como una entelequia porque no es espacio sino tiempo. He aquí lo quimérico de una frase extremadamente bella y potente que aniquila el sentido y lo derrama sobre la sensibilidad.

“Llegas tarde a tu tiempo. Son palabras/ duras que escucho como una derrota./ Pero ahora no sé, ya, de combate alguno/ ni qué tiempo fue el mío. Es una pena/ no ser nadie y haberse equivocado/ de tren, haber perdido la maleta,/ pasar de largo por estar dormido,/ y ahora, cansado y sin la ropa limpia,/ verse en un hotelucho de una sola/ y mala estrella: esta debe de ser la mía./ Lo dejo todo menos el poeta/ que queda del desastre. Jugaré/ a que también me equivoqué de siglo:/ esto será París y yo Verlaine.” Es un poema que rezuma pérdida y que exalta la derrota no como cencerro del pesimismo sino como un inexorable: hay que atravesar la vida y ararla aun con lo que se pierde. Podría asimilarse el fracaso como un remedio contra el engaño del éxito, una constante en la poesía de Margarit que siempre apunta a la celebración. La poesía como gesto celebratorio, aunque haga referencia al dolor, es puro amparo. “Los buenos poemas nunca son tristes –esclarece en alguno de sus ensayos–, incluso si utilizan, o narran, o insinúan algo desolado o patético: es como si la verdad que los define y justifica no les dejara abandonar su luminosidad, como si el poema estuviera tan ligado a la vida que siempre fuera más allá de cualquier historia, dentro o alrededor de él mismo.”

Margarit ha forjado un lirismo de la mesura (un lenguaje terso y apaciguado) aunque una gravedad serena exalte la desintegración del silencio en la palabra. “Al ir tras la belleza estarás solo:/ Si la encuentras, se desvanece y deja/ polvo de mariposa entre los dedos./ Perseguirás de nuevo el resplandor/ que sabes dentro de ti, como el relámpago/ que muestra fugazmente,/ hasta el lejano horizonte, la realidad.” Este texto, que sintetiza un ars poética, anuncia con precisión científica la experiencia de la belleza en la fugacidad. En ese resplandor golpea el poema y tumba hasta la cima.

LA CONSTRUCCIÓN Y LA LENGUA

Recibió el Premio Cervantes en 2019. Un hito peculiar, puesto que es un galardón que se otorga a autores que descuellan en lengua castellana. Y Margarit escribió –él mismo lo admite– lo mejor de su obra en catalán, su lengua materna. Tenía 38 años cuando decidió que su idioma para el poema era el catalán, a pesar de que ya llevaba una trayectoria de libros en castellano. Y aunque su exquisita particularidad es la permanencia en ambas lenguas, pudo entrar “en el lugar donde está el poema” con la lengua de su origen. “El paso de la lengua castellana al catalán significó una súbita iluminación del territorio poético, pero a la vez una tristeza profunda por lo que yo suponía que debería significar el abandono de la lengua que tanto me había dado también en lecturas y aprendizaje.”

Trabajó como arquitecto y docente su vida entera. En varios de sus artículos –incluso sus poemas– revela cierta mística entre ambos oficios: “La poesía y la arquitectura tienen un punto de confluencia que es su carácter abstracto. La palabra es abstracta. Casi no es nada: un sonido, unas líneas en un papel. El espacio también es abstracto. En principio, no es nada tampoco, pero de pronto ambos se cierran como un buen poema o una catedral”.

Disfrutaba más de la construcción in situ, del lugar de las grúas, el cemento y los ladrillos mucho más que del proceso del proyecto en el estudio. “Lo fundamental para mí es todo aquello que es sucio, ruidoso, feo, cansado, violento, del hecho de construir. Y eso vale también para la poesía, que surge de la vida, que también es sucia, ruidosa, fea. Pero sólo viviéndola y escribiendo desde ella puede llegar a existir el poema.”

No es casual, entonces, un título como Cálculo de estructuras, uno de los libros de su última etapa, que responde al nombre de la cátedra de la que estaba a cargo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Es evidente que se alude a la complejidad intrínseca de la precisión a la hora levantar palabras en el viento. Sustancia blanda y etérea para cortar el aliento con filo de acero: este es el efecto de su escritura. “Empieza a anochecer, y en el coche la voz/ de Neruda recita sus poemas./ Entre roncos camiones nuestros faros/ se adentran en la lluvia. Parece que buscasen/ a una niña olvidada en una tumba/ y el poema que él nunca le escribió./ Ególatra y patético, mi héroe/ ¿llegó a sentir alguna madrugada/ que amar no es escribir cantos de amor?/ Pobre Neruda, pobre gran poeta/ llorando bajo tierra por la niña/ que le esperó en un viejo cementerio,/ en medio de las flores violetas y amarillas/ de los campos de Holanda./ Los poemas la ocultan./ Como el pájaro muerto/ que el viento va cubriendo de hojarasca.”

MORIR Y PERDER

Detrás de este poema, que se titula “Autopista”, hay dos historias contrapuestas, dos paternidades difíciles y dos modos diferentes de posicionarse frente al dolor. Si bien es cierto que un buen poema no necesita explicación, vale la pena la crónica que el propio Margarit esgrime como acompañamiento, más aún considerando que Pablo Neruda fue uno de los faros literarios del autor catalán. “Malva Marina era la hija deficiente que Neruda no volvió a ver desde que la niña tuvo dos años. Murió en 1942, a los ocho años, y está enterrada en el cementerio de Gouda, en Holanda. Cuando en las vidas de las personas sucede algo que sobrepasa su capacidad de asimilación, algo sobre lo que no se había pensado nunca –porque se consideraba impensable–, la primera reacción es el rechazo, la huida. Yo tuve la suerte, en una situación parecida, de no poder huir. Neruda no tuvo esa suerte. Pero quizá un día el poeta supo que amar no consiste en recibir sino, sobre todo, en dar. No hay nada en el mundo capaz de cerrar una herida como esta: la violencia de su silencio y de sus huidas creo que así lo confirman.”

Joana era la hija discapacitada de Margarit. Y el título de uno de sus libros más bellos. A los 30 años, Joana murió de cáncer. Durante los ocho meses que duró la enfermedad, Margarit trabajó la desgarradura con frugalidad y paciencia, otorgándole al poema un tono más cercano al desconcierto que al lamento elegíaco. “He tratado a la muerte./ Puedo oírla golpear como una mosca/ en la luz del cristal, y puedo verla/ por levante en el cielo de la tarde/ en su calmoso añil./ Me encuentro/ al médico durante la visita/ ceremoniosa del anochecer/ y, con tal de no hablar, asiento a todo./ Formamos parte del oscuro fondo/ de un cuadro en el que surge, en primer plano,/ la ventana encendida de este cuarto/ donde nuestra Joana está acabándose.”

Durante 2020, último año de su vida, Margarit atravesó el confinamiento a causa de la pandemia en soledad y sosiego. Y sumó, a sus más de treinta títulos publicados, Animal de bosque, su obra póstuma. Qué podía ya asustar a un hombre que había nacido en medio de la Guerra Civil Española y que a sus cuatro años, en un contexto de pobreza, vio morir a su hermana pequeña de meningitis: “Se va la luz. Igual que un punto de oro,/ la vela hace temblar las sombras de la estancia./ ¿Por qué hace tanto frío en la posguerra?/ Y la Muerte se vuelve y ve a mi hermana/ que se agita, febril, y llora bajo el hielo.”

Escrito por
María Malusardi
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