La vimos por primera vez hace 15 años. Irrumpió en nuestras vidas periodísticas cuando estábamos comenzando a armar la edición cero de Caras y Caretas y soñábamos con construir la mejor revista cultural de la América profunda. Todo en ella fue siempre fuerte y preciso. Su sentido estricto del uso del sinónimo, la coma y la frase corta fue implacable. Odiaba el gerundio tanto como a las derechas y amaba al buen adjetivo tanto como a Charly García.
Fue durante tres lustros nuestra crítica más implacable. Nunca nos perdonó una.
No había jerarquía ni rango que la intimidara. Si uno levantaba la voz y le decía “Va así”, ella no acusaba recibo. Sólo respondía con un “No, sin mayúsculas”, tratando de esconder su mueca de disgusto para volver a clavar su mirada desafiante en las miles de hojas impresas que invaden la redacción en esos largos días de cierre.
Buena mujer. Mejor compañera. Buena escritora. La mejor correctora de textos del universo entero. La vamos a extrañar sin límites en estos tiempos de textos vacíos, palabras de sobras, discursos de odios y guerras de fake news. A la falta de rigor periodístico en este mundo tan enfrentado entre la verdad y la conveniencia se le suma la carencia de esta correctora sublime.

Se fue para siempre en medio del cierre de esta edición de Caras y Caretas que lleva por tapa y título “Enredados” y que habla de redes sociales, manipulación y trolls. Qué paradoja para su profesión. Partió dejando a medias su tarea vaya a saber por qué impensada cuestión y apuro. Raro en ella, que no flaqueó ni en los peores tiempos en que luchó fuerte y parejo contra el dolor imprudente que su mismo cuerpo le planteaba.
Te extrañaremos. Hasta siempre, querida Adriana Muñoz. ¡Pocas palabras! Como te gusta.
Tus compañeras y compañeros de Caras y Caretas