Hubo un momento clave en la historia reciente en que los llamados movimientos sociales pasaron de la práctica callejera y territorial a ser parte del tejido institucional del Estado, con participación (aunque acotada) en los abordajes no sólo sociales sino también políticos. Sus dirigentes pasaron a integrar ministerios, a discutir con los principales referentes de la política e incluso a sentarse a dialogar directamente con Néstor Kirchner, entonces presidente de la Nación y líder de un movimiento político renovador con anclaje en el peronismo que empezaba a construirse en esos días. Fue un salto necesario a un terreno entonces vacante. El proceso tampoco fue ajeno a tensiones, mezquindades, retaceos, deserciones, premios y castigos. Es decir, como toda construcción histórica, distó mucho de darse en términos ideales.
Néstor Kirchner llegó a la presidencia el 25 de mayo de 2003, tras el estallido social producto de la larga noche neoliberal que destruyó el tejido laboral y productivo en proporciones catastróficas. Los llamados movimientos sociales (se aclara “llamados” porque a fin de cuentas se trata de movimientos políticos), también conocidos como “piqueteros”, habían tenido un protagonismo creciente desde mediados de los 90 y llegaban a esos días con gran visibilidad. Pero muchos de ellos no habían surgido de la práctica estrictamente social. Sus principales referentes venían de la militancia política, muy desvirtuada en esos días, algunos con experiencias en los 80 y hasta en los 70.
Las políticas de Kirchner fueron directamente a reparar el daño, desde lo ejecutivo y lo simbólico. “Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”, recordó en su discurso inaugural.
TRES CAMINOS
Cada día había diferentes conflictos y reclamos. Para encarar la cuestión, Kirchner recurrió a tres caminos: el político, el social y el judicial. Relacionado con esto último, se dejó de criminalizar la protesta y hasta se instauró un método de contención policial sin portación de armas, no exento de polémica. Para avanzar en los otros dos terrenos, Kirchner le pidió a su ministro del Interior, Aníbal Fernández, que hiciera un mapa ideológico del universo piquetero para identificar con quiénes podía haber afinidad. La primera reunión se realizó con Juan Carlos Alderete, titular de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), y Luis D’Elía, máximo referente de la Federación Tierra y Vivienda (FTV). El secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, los recibió en su despacho de la Casa Rosada el 27 de mayo. Estaban en plena conversación cuando entró el presidente, saludó y dijo que debían reunirse. El 5 de junio se produjo ese encuentro, ampliado a ministros del gabinete y a altos dirigentes de la CTA, entre ellos su titular, Víctor De Gennaro, y el secretario de Organización, Edgardo Depetri. Fue la primera de varias reuniones con esas y otras agrupaciones, algunas más cercanas al peronismo, otras más relacionadas con la izquierda. La idea era abordar la urgencia de la desocupación y la pobreza a través del trabajo en cooperativas, para lo cual se activaba el Inaes y se le daba un amplio margen de acción al Ministerio de Desarrollo Social, comandado por la hermana del presidente, Alicia Kirchner, con quien había tenido buenas experiencias a menor escala, cuando gobernaba la provincia de Santa Cruz.
CANALIZAR NECESIDADES
La dinámica del abordaje llevó a crear en la informalidad un “área piqueteros”, cuya misión era frenar los conflictos antes de que se produjeran y canalizar las necesidades a través de los distintos programas. Su primer encargado fue un funcionario de Desarrollo que venía de trabajar con los Kirchner en Santa Cruz. El médico, ex coronel del Ejército y karateca Sergio Berni. Con la incorporación de funcionarios de otros ministerios, el “área” se convirtió en el “gabinete piquetero”, llamado también “comité de crisis” y “Armada Brancaleone”, en homenaje a la comedia protagonizada por Vittorio Gassman. Estaba coordinado por Secretaría de Presidencia y tenía mucha incidencia la Secretaría de Políticas Sociales, conducida por Daniel Arroyo. Pero también participaban sectores de los ministerios de Trabajo, de Obras Públicas y de Justicia.
De Kirchner para abajo, el discurso hacia los dirigentes era “ustedes pueden participar”. Había una convocatoria a ser parte del Estado. Y cierto es que las organizaciones jugaron su papel en la distribución de programas y la reactivación de la economía de los sectores más castigados. En lo político asumieron el liderazgo de Kirchner y se convirtieron en su fuerza militante. Varios de sus dirigentes se incorporaron a la función y hasta integraron listas para cargos electivos.
En un momento fue Kirchner quien designó a cuatro interlocutores a quienes encomendó construir y organizar en torno de sí al resto: Luis D’Elía (FTV), Emilio Pérsico (Movimiento Evita), Edgardo Depetri (Frente Transversal) y Humberto Tumini (Libres del Sur). Este esquema duró un tiempo, pero sufrió cambios. Algunas organizaciones se disolvieron o se reconvirtieron. Otras se alejaron o lo hicieron sus dirigentes. En algún caso, para volver en la actualidad. Lo central fue la consolidación en el escenario político y en la práctica de la militancia. Por aquello de ocupar el lugar “vacante” mencionado antes, las organizaciones en realidad asumieron su condición política. Fue un proceso conjunto, una decantación de las mismas agrupaciones que tuvieron el estímulo de un dirigente, Néstor Kirchner, que se ganó ese lugar de liderazgo a fuerza de gestos, decisiones y acuerdos.
La experiencia original de aquellos grupos conformando el primer tejido militante del kirchnerismo fue la punta de lanza para que se construyeran otras experiencias, como La Cámpora. Sin duda, la que hoy es probablemente la mayor organización del kirchnerismo, liderada nada menos que por Máximo Kirchner, no se habría abierto camino sin esas experiencias anteriores.