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Caras y Caretas

           

EL EXTRAÑO CRIMEN DEL LOCUTOR DE RECLAMES

En el momento de mayor auge de la radiofonía, mientras los miembros de un programa salían de Radio Porteña, un disparo retumbó sobre la avenida Belgrano terminando con la vida de un presentador de publicidades.

Al igual que el fútbol, en 1935 la radiofonía ya era una pasión de multitudes. De modo que en el anaquel con botellas que había tras la barra del Ruiseñor, un cafetín en la esquina de Combate de los Pozos y Belgrano, resaltaba un receptor a válvulas Saba, cuya caja de madera hacía juego con la boiserie del salón. A esa hora –casi el mediodía del 30 de julio– sonaba la musiquita de Ronda policial, uno de los programas de Radio Porteña.

Al concluir sus acordes, se oyó una frase pronunciada con un exagerado tono barrial: “Cada día nace un otario; la cuestión es encontrarlo”. Era la voz del actor Julio Bianquet en su papel de “estafeta”.

En aquellos días la ciudad era tierra fértil para cuenteros y simuladores de toda laya. Sus proezas consistían en potenciar la ambición del damnificado con alguna quimera argumental que fuera verosímil; desde el clásico “cuento del tío” hasta la venta de falsas impresoras de billetes. Sus recursos solían ser ilimitados. Esa incipiente clientela del Código Penal ya desvelaba a la parte “sana” de la población. Y Ronda policial tenía el propósito de prevenir al público sobre dicha clase de delitos mediante dramatizaciones al estilo de las radionovelas tan en boga por entonces. Este ciclo, con un imaginario plagado de malvivientes mansos y uniformados virtuosos, fue una creación de Ramón Cortés Conde, un viejo comisario de la Policía de la Capital que, tras retirarse, se dedicó a escribir libros sobre su experiencia en el oficio. Y en su incursión radiofónica no sólo redactaba los libretos del programa sino que, además, dirigía a los intérpretes. En ambas tareas era asistido por otro jubilado de la fuerza, el inspector Juan Carlos Argüelles, al que por motivos desconocidos sus camaradas habían bautizado “Cucharita”.

La emisión de ese martes concluyó con un diálogo entre dos ciudadanos en una comisaría tras sufrir sendas defraudaciones.

–Nunca estuvimos peor –suelta uno de ellos. El otro le contesta:

–Antes esto no pasaba.

Y se oyó nuevamente la cortina musical del programa.

En ese instante, el parroquiano que ocupaba una mesa junto al ventanal del Ruiseñor desvió los ojos hacia la casona de estilo francés sobre la avenida Belgrano 1841; era la sede de Radio Porteña.

Y la mantuvo fija mientras dejaba dos billetes en la mesa, antes de irse con un indisimulable apuro.

A los peatones que circulaban en esa cuadra no les llamó la atención su estampa algo torva, ahora agazapada detrás de un puesto de flores. El tipo no despegaba la mirada del portón de la emisora. Desde allí vio emerger a parte del elenco de Ronda policial: al ya nombrado Bianquet, acompañado por las actrices Lucía Barausse y Nelly Láinez; después, al actor Carlos Gordillo y a Cortés Conde. Finalmente captó la salida de un sujeto retacón que lucía una gorra gris. No podía ser otro que el hombre que buscaba.

En aquel instante, llevándose una mano a la cintura, fue a su encuentro. Y los acontecimientos se precipitaron: primero, un estampido que congeló la escena, seguido por la corrida, casi en cámara lenta, del matador, sin soltar su Smith & Wesson aún humeante, mientras la víctima, en medio del estupor de los presentes, exhalaba en la vereda su último suspiro.

PRONTUARIO

En este punto es necesario retroceder al 13 de mayo de 1927. Aquel día, el diario La Nación consignó: “La Comisaría 23ª ha tenido conocimiento ayer que en la casa ubicada en la calle Achával 153, ocupada por don José Itaurri, quien en ese momento estaba ausente, habían penetrado ladrones escalando por las paredes del fondo para luego romper la puerta de una habitación”.

La noticia fue leída por el Nene Cosenza con un dejo de fruición, ya que él había sido el autor del hecho. Se trataba de un auténtico especialista en el arte del escruche, tal como se denominaba la acción de saquear domicilios en ausencia de sus moradores.

El día anterior también había sucedido un atraco en la sucursal Almagro del Banco de Italia, al ser copada la línea de cajas por tres individuos armados hasta los dientes. Un empleado resultó herido y el botín fue de 300 mil pesos. El hecho conmocionó a los porteños. Y los sabuesos policiales –apremiados por la presión pública– iniciaron una batida de sospechosos, pero con vanos resultados. El asunto parecía condenado a quedar impune.

Desde luego que Cosenza estuvo lejos de imaginar que tal episodio sería su pasaporte hacia la desgracia.

Exactamente al mes, una comisión de Robos y Hurtos irrumpió en el conventillo de San Telmo donde alquilaba una piecita. Aquella patota estaba encabezada por Cucharita Argüelles.

Aquel oficial rubicundo y retacón dio enseguida con un reloj de bolsillo que el Nene había hurtado del domicilio de la calle Achával, pero sin exhibir interés alguno por el hallazgo. Sus intenciones eran otras.

En resumen, al cabo de un interrogatorio algo salvaje en una mazmorra del Departamento Central, el Nene fue forzado a hacerse cargo del atraco al Banco de Italia. Argüelles apuntaló aquella impostura con dos testigos falsos y un fajo de billetes plantados. Así –oficialmente– quedó esclarecido el caso. Y el “escruchante” fue a parar a la Penitenciaría Nacional por un delito ajeno. Salió ocho años después, y con una idea entre ceja y ceja: la venganza.

Ya se sabe que decidió consumarla en ese mediodía invernal de 1935. Y quizás, tras gatillar y darse a la fuga, haya visto de soslayo a su víctima al desplomarse, mientras se le salía la gorra gris. En tal caso, es muy posible que hubiera advertido que este tenía el cabello castaño.

¿Acaso entonces habría caído en la cuenta de que no era así como lo recordaba a Cucharita?

Horas después, el diario Crítica dedicó la tapa de su edición vespertina al “extraño crimen del locutor de reclames, Joaquín Valdana”.

Escrito por
Ricardo Ragendorfer
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