En 1855 se desató la peste bubónica en China. Años después, pasó a otros países. Pero recién llegó a nuestra región en 1899. En septiembre de ese año, La Nación informó: “Ha causado general sorpresa entre los médicos y en el público la aparición de la peste bubónica en Paraguay, punto mediterráneo, sin contacto con la India, de donde es originaria. Una de las primeras medidas adoptadas por el departamento de higiene ha sido clausurar los puertos del Litoral a las procedencias del Paraguay, mientras se resuelve el tratamiento que deberá aplicarse”. Caras y Caretas cubrió todos los detalles con enviados especiales en aquel país. Los barcos que llegaban eran desviados a la isla Martín García donde se montó un Lazareto para que los viajantes realizaran la cuarentena. Finalmente, una niña paraguaya que se encontraba en Formosa fue el primer caso que ingresó a nuestro país. El segundo foco apareció en Rosario y su primera víctima fue una mujer de mediana edad. El presidente Julio Argentino Roca decretó el aislamiento total de Rosario del resto del país. Caras y Caretas también estuvo allá como se ilustra con cantidad de artículos.
A pesar de esas medidas, la peste llegó a Buenos Aires. Para evitar el contagio masivo se organizaron matanzas de ratas, dado que sus pulgas infectadas trasmiten la enfermedad. Algunas fueron envenenadas mientras que otras sucumbieron ante garrotazos o disparos. Se hicieron populares los “perros rateros”. Nuestra revista destacó el trabajo de varios de ellos. Esta pesada tarea quedó en manos de los barrenderos públicos.
Llamativamente, o no tanto, algunas empresas aprovecharon la calamitosa situación para posicionar sus productos en el mercado y las páginas de Caras y Caretas se vieron inundadas de artículos que prometían acabar con los roedores. Se impusieron cuarentenas. El Ministerio de Guerra cedió los cuarteles de artillería que se estaban construyendo en Liniers y se estableció allí el lazareto para aislar a los enfermos. Pese al temor que generó la peste, y gracias a la existencia de sueros para combatirla, solo fallecieron cerca de cincuenta personas. Entre los médicos abocados a evitar la propagación de la enfermedad se hallaba el joven Luis Agote. Años más tarde, sus investigaciones en torno a la transfusión de sangre constituyeron un verdadero logro para la medicina a nivel mundial.
Pero el propio Agoste, que había viajado a Paraguay, fue víctima de la enfermedad. El final de la pandemia de peste bubónica en el mundo recién llegaría en 1959. Habían pasado algo más de cien años y millones de muertos en el mundo.