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Caras y Caretas

           

LA PERSISTENCIA DEL PERONISMO

Después de la tragedia neoliberal que fue la gestión de Mauricio Macri, nuevamente es un gobierno popular el que se alza con el poder y el que debe sacar al país de la crisis.

Con la muerte de Perón, el sueño húmedo de la gran burguesía argentina y sus aliados y sostenes del capital extranjero siempre fue que el movimiento político que había fundado también muriera. El principal objetivo era mantenerlo lejos de la conducción del Estado. Así, el peronismo inició una larga travesía por el llano que se prolongó casi tres décadas. Hasta 2003, con la llegada al gobierno de Néstor Kirchner, y los sucesivos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, hasta 2015.

A la agonía del tercer gobierno peronista, conducido por Isabel Martínez-José López Rega entre 1974 y 1976, que sedimentó con el Rodrigazo en 1975 el bombardeo sobre la estructura económica y social pensada por Perón, le sobrevino la dictadura militar en 1976. El terrorismo de Estado, montado sobre el pacto de saqueo sangriento de Jorge R. Videla y José A. Martínez de Hoz, impuso la transnacionalización capitalista forzosa de la Argentina sobre una pila de cadáveres, miles de desaparecidos y presos políticos. Desguazar el país industrial, primarizarlo, endeudarlo y someterlo al capital financiero internacional requería la destrucción del peronismo. Entre los 30 mil desaparecidos y los miles de muertos y exiliados, la gran mayoría era de extracción peronista. La sucesión, en este contexto político, no era sencilla. El retorno a la democracia en 1983 encontró al Partido Justicialista en manos de dirigentes sumisos y perdidos ante los desafíos de comandar el peronismo sin Perón. Empezó a diferenciarse entre justicialismo y peronismo. Y así, mientras en la cúpula las peleas eran permanentes, en los barrios, al lado del altar de Evita o los cuadros de Perón, continuaba la resistencia a los planes de ajuste y represión. Como había dicho el General en su último discurso: su único heredero era el pueblo, que cantaba “a pesar de las bombas, de los muertos, de los desaparecidos, no nos han vencido”.

LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA

Con el fin de la dictadura, sobrevino la batalla electoral rumbo a las elecciones de 1983. El partido de los sobrevivientes promovió una alianza entre la cúpula sindical y el peronismo bonaerense, de la cual surgió la fórmula presidencial compuesta por Ítalo Luder, que había rubricado los decretos de “aniquilación de la subversión” en 1975, y Deolindo Bittel. Enfrente, los radicales conducidos por Raúl Alfonsín –que había integrado la Asamblea por los Derechos Humanos y ganado la batalla interna contra el ala conservadora de Ricardo Balbín– interpretaron la principal contradicción del momento histórico que se vivía. La consigna era reconstruir la democracia lastimada, la paz, la justicia para investigar y juzgar al terrorismo de Estado. Y para restañar las heridas dejadas por la dictadura, la guerra de Malvinas y la deuda externa. Los cierres de campaña en el Obelisco pusieron de relieve quién podía conducir la nueva etapa. El candidato a gobernador del PJ, Herminio Iglesias, quemó un cajón con las siglas de la UCR. Alfonsín recitó el preámbulo de la Constitución Nacional. Las urnas dieron su veredicto: Alfonsín y Víctor Martínez se impusieron por el 51,7 por ciento de los votos, frente al 40,1 del peronismo. Fue la primera derrota electoral en toda su historia. Luder, Iglesias y el sindicalista Lorenzo Miguel cargaron el mote de “mariscales de la derrota”. Comenzó entonces una discusión que, en cuatro años, mostró una luz al final del túnel. “La polémica sobre la derrota obligó a los políticos a una toma de conciencia y jerarquizó, de rebote, la voz de los intelectuales y de los dirigentes desplazados que, tímida y borrosamente, habían entrevisto los ejes del debate pendiente”, explicaron Mario Wainfeld, Horacio González y Arturo Armada en Historia, contexto político y perspectivas de la Renovación Peronista. No le faltaban desdichas al peronismo en el llano. Ni que el viejo odio siguiera con su faena. Una década después de su entierro en Chacarita, el 1 de julio de 1987, unos mensajes anónimos alertaron a la sede del PJ que un ignoto grupo llamado Hermes IAI y los 13 aseguraba haber violado el féretro de Perón y haber amputado y robado sus manos y su sable. Era la pesadilla, el déjà vu del calvario sufrido por Evita. Esa violencia necrofílica se evaluaba como un atentado político.

En tanto, la superación de la derrota del 83 hizo necesario reorganizar el movimiento y el partido. Nadie discutía las ideas del General, pero el debate se centraba en la recuperación de un peronismo posdictadura, aggiornado a los nuevos tiempos, epifanía que se denominó “renovación”. El Peronismo Renovador, liderado por el histórico dirigente Antonio Cafiero y secundado por el ex gobernador de La Rioja, Carlos Menem, tuvo ese destino. Democratizar el funcionamiento del PJ a través de la elección interna de los candidatos fue su principal ariete. En las elecciones para gobernador bonaerense, en 1987, Cafiero triunfó con el 46,48 por ciento de los votos e impuso, de hecho, la hegemonía de la renovación dentro del peronismo. Pero la elección interna para la candidatura presidencial de 1989 la ganó Menem, con su fachada de caudillo riojano y las promesas de revolución productiva y salariazo. La crisis económica que estalló en 1989, la hiperinflación que hizo saltar en añicos la paz social, obligó a Alfonsín a entregar anticipadamente el gobierno y fue el pliego de condiciones, el látigo, con el que se disciplinaría al peronismo otra vez en el gobierno: la hegemonía de las corporaciones nacionales y extranjeras, que impondría que la Argentina no sacara los pies del plato del endeudamiento y el desguace del Estado y enajenación de sus recursos, en garantía del pago de la deuda externa.

LA TRAICIÓN MENEMISTA

Menem abandonó rápidamente su retórica de campaña. Y transformó al peronismo en prebendario del ideario neoliberal, atándolo al carro triunfal del Consenso de Washington, en un alineamiento cerrado con la política internacional de los EE.UU. Neoliberalismo y relaciones carnales. Así traicionó todos los principios peronistas: la justicia social, la soberanía política y la independencia económica y la política de no alineamiento internacional. Había usado y traicionado la identidad peronista para llevar al poder al establishment neoliberal de la mano de la alianza con el gobierno de George Bush y, entre casa, con Álvaro Alsogaray y la multinacional Bunge & Born, primero, y con Domingo Cavallo, después.

Ese peronismo era el soñado partido del orden de la gran burguesía. El sueño de la cooptación del peronismo para esos menesteres, con Cavallo –el gran estatizador de la deuda privada– como su ministro de Economía estrella. “Menem llega como el Facundo que desciende del noroeste con su revolución productiva y termina en el indulto, las privatizaciones y en el auge neoliberal en la Argentina –explicó el antropólogo Alejandro Grimson–.  Es un gobierno peronista que tiene una oposición peronista. El Frente Grande es formado por peronistas, por mucha militancia peronista. La fórmula del Frepaso, José Bordón-Carlos ‘Chacho’ Álvarez, en 1995, está compuesta por peronistas”. Ante la imposibilidad de la re reelección de Menem, el candidato del PJ a la presidencia en 1999 fue el histórico dirigente bonaerense Eduardo Duhalde, que perdió contra Fernando de la Rúa-Chacho Álvarez, una alianza de radicales y frepasistas, cuando la crisis de la convertibilidad estaba por hacer estallar la Argentina.

La dolorosa crisis de 2001, que devoró vidas y bienes de los argentinos en medio del saqueo financiero, la fuga de capitales, la deuda, la inflación y la destrucción de la industria y el default, sepultó el experimento neoliberal intentado por De la Rúa y Cavallo e hizo que el peronismo volviera por sus fueros, con el interinato de Duhalde, que se propuso retornar a las fuentes: contención social, pacificación, defensa de la industria nacional y llamado a elecciones, tarea en la que contó con el apoyo de Alfonsín. El peronismo volvía a ser el movimiento que expresaba mejor la integración social de la Argentina.

LO MEJOR DEL PERONISMO

En 2003, con el apoyo de Duhalde, Néstor Kirchner llegó a la presidencia ante la deserción de Menem. Marcó el fin del peregrinaje ideológico y político del peronismo pos-1976. Gobernó con un modelo de inclusión donde el Estado garantizara derechos de las mayorías, el desendeudamiento y el alejamiento de la tutela forzada del FMI, la ayuda social para los más necesitados, el desarrollo industrial, la ampliación de derechos: humanos, económicos, sociales, personales. Y se consolidó el segundo pacto civilizatorio –el primero es el de la educación pública, laica, gratuita y obligatoria– de los argentinos: el Nunca Más en los juicios por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Volvieron la ciencia, la producción, la calidad en la educación, las paritarias, la política internacional sin barreras ideológicas, la integración latinoamericana; hubo matrimonio igualitario, la moratoria jubilatoria. Néstor Kirchner murió en 2010 pero dejó una herencia de derechos de toda índole y una mujer a la que amó y en la que confió como una gran líder, su compañera de toda la vida, Cristina Fernández, que continuó la ampliación de derechos iniciada por él y le dio un protagonismo central a la juventud. El peronismo dio así, a partir de 2007, la primera mujer electa y reelecta presidenta hasta 2015. La vieja república oligárquica, la entente de agroexportadores y timberos, aggiornada con big data, globos y discursos de autoayuda, y un marketing de la mentira, otra vez se interpuso al sueño de una sociedad con justicia social cuando Mauricio Macri- Gabriela Michetti, con el apoyo de los radicales, se impusieron en el balotaje apenas por 1,5 punto, en las elecciones de 2015 sobre la fórmula del Frente para la Victoria de Daniel Scioli-Carlos Zannini.

CRISIS Y DESPUÉS

El empresario Macri –cuya familia creció por los negocios de construcción y la estatización de su deuda– supo armar una coalición neoliberal que aglutinó lo más rancio del antiperonismo cuyo único proyecto político consistió en transformar el Estado en una oficina de negocios de gerentes  y amigos, y un plan económico social como remake neoliberal que consistió en la especulación financiera, el endeudamiento con el FMI y el saqueo y fuga de los recursos. Una miseria planificada, como dijo Rodolfo Walsh, con el objetivo del arrasamiento de derechos laborales y sociales conquistados. Sin embargo, bastaron cuatro años de ajustes brutales para que los argentinos entendieran su naturaleza: millones de pobres, destrucción del tejido industrial, tarifas a precio dólar, pérdida de miles de puestos de trabajo. El peronismo mordió el polvo de esa derrota y reflexionó sobre sus errores aunque siempre entendió que el odio contra sus gobiernos fue por sus aciertos. Cristina comprendió la necesidad de ampliar hasta el límite su movimiento, de convocar a la unidad nacional, a un nuevo “orden social”, un “pacto social”, como hizo alguna vez Perón en el 73. Y eligió vencer el odio, promover la temperancia y avanzar con Alberto Fernández, el antiguo jefe de Gabinete de Néstor y de ella, y acompañarlo a recuperar la Patria en peligro de demolición por la ola neoliberal depredadora de la alianza Cambiemos. “La persistencia peronista tiene dos posibles argumentaciones. Por un lado, que el primer gobierno de Perón y los gobiernos kirchneristas significaron una clara ampliación de derechos. También en ambos casos se verifica aquella frase de Perón: ‘No es que nosotros seamos buenos, sino que los que vinieron después fueron peores’”, argumentó Grimson. “No se puede congelar al peronismo ni a ningún otro fenómeno político en un momento exclusivo de la historia. Cada uno de los peronismos que existió tiene que ser comprendido en relación a sus otros y en relación a la sociedad en la que se despliega. El peronismo es tanto una consecuencia de procesos muy sedimentados en la cultura política argentina como un factor decisivo en su conformación en distintos momentos desde 1945. El peronismo ha sido, además, la identidad política popular más persistente del país”.

Más allá del decurso de la historia, en las barriadas populares en lo profundo del conurbano y del interior de la Patria, en pueblos y ciudades, en barrios, fábricas, escuelas y universidades, en las canchas de fútbol, en los hogares de ancianos, en recitales de rock, en cada lugar donde existe una necesidad y se precisa un derecho; en cada lugar donde la historia de la identidad colectiva reclame por su vigencia, alguien hará la V de la victoria y otras y otros responderán: “¡Viva Perón, carajo!”. O, simplemente, “¡Vamos a volver!”. Y entonces ocurrió lo inevitable. El 27 de octubre de 2019 triunfó en las urnas el Frente de Todos, liderado por Alberto Fernández y Cristina, que inaugura la llegada del quinto gobierno peronista al gobierno, que derrotó por 48,24 por ciento a 40,28 a Juntos por el Cambio, la alianza neoliberal liderada por Macri. El peronismo, así, regresa al gobierno, toma posición del Estado, le quita la llave del saqueo a la derecha y reafirma las razones del movimiento nacional y popular más persistente de la historia.

Escrito por
Maria Seoane y Fernando Amato
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