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Caras y Caretas

           

RETRATOS DE LA MUERTE

El tipo se daba maña con la cámara fotográfica y conjugaba esa pasión con su trabajo de represor de la Armada. En el cuadro general del horror, el berretín de hacer posar a personas desaparecidas no desencajaba

Fue el 6 de septiembre de 1979 cuando llegaron a la Argentina los integrantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para investigar las denuncias contra la dictadura cívico-militar. Comenzaba así a descorrerse el velo del terrorismo de Estado.

Durante la mañana de ese mismo jueves, un fotógrafo disparaba una y otra vez su Asahi Pentax sobre una silueta femenina cubierta con una mantilla, que permanecía detrás de una calavera en medio de unos arbustos.

El tipo le indicaba que debía representar la muerte.

El carácter lúgubre de la escena no combinaba con el idílico paisaje que ofrecía esa isla del delta.

Orlando González era un laborioso cultor de la fotografía artística. Ese año, su actividad lo llevó a los umbrales de la consagración, al obtener el Gran Premio de Honor Cóndor de la Federación Argentina de Fotografía (FAF), el más prestigioso del país. Sus obras galardonadas fueron “Una luna, una tarde y un viejo amor” y “La Parca”. Esta última exhibe, con luz difusa, a una mujer tras una calavera. Sobre tal composición trabajaba hacía meses. Ambas fotografías fueron publicadas en el número 138 de la revista Fotomundo.

A los 32 años, González solía alternar ocasionales changas fotográficas con el ejercicio artístico del asunto. En cuanto a las changas, hay por lo menos una que merece ser mencionada: en junio de 1979 –cuando aquella edición de Fotomundo estaba en los kioscos–, a él se lo vio en Montevideo, retratando a una señora de mediana edad con una estatua de Artigas como fondo, en lo que parecía ser una producción periodística.

En cuanto al ejercicio artístico del asunto, tres meses después insistió en perfeccionar el tema de la mujer con la calavera. Lo hizo el 6 de septiembre en aquella isla de Tigre con otra modelo.

Ahora se sabe la identidad de sus musas.

La primera: Thelma Jara de Cabezas. Desde abril permanecía cautiva en la ESMA. Las fotos que González le tomó en la capital uruguaya –a donde fue llevada en un vuelo de línea– se publicaron el 22 de agosto en el diario News World, del reverendo Sun Myung Moon. Ahí ella fue presentada como la “madre de un guerrillero muerto” que se escondía de los Montoneros.

La segunda: Lucía Deón. Desde diciembre de 1978 permanecía cautiva en la ESMA. González la fotografió en la isla El Silencio, una propiedad de la Iglesia católica sobre el río Chañá Mini, en donde los marinos escondieron a sus prisioneros ante la visita al país de la CIDH.

Ellas sobrevivieron a las mazmorras de la última dictadura.

González, en realidad, era un agente de la Armada e integraba el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2 de la ESMA. Su nombre de guerra: “Hormiga”. Ahora, a los 75 años, cumple una condena por delitos de lesa humanidad.

El tema de su faceta artística saltó a la luz pública durante el juicio a los represores de la Armada, después de que un testigo, el sobreviviente Carlos Lordkipanidse, se refiriera a esa vieja nota de Fotomundo. ¿Acaso es posible que González consumara todas sus obras con modelos cautivas? La pregunta aún flota en el aire.

EL AUTODIDACTA

Atildado y medido. Así se exhibía Hormiga ante la superioridad. El capitán de fragata Guido Paolini, el calificador de su legajo, tenía de él un gran concepto y escribió allí: “Posee excelentes conocimientos de fotografía”.

Otro capitán de fragata, Luis D’Imperio, no consideraba dicha cualidad, puesto que, con un ejemplar de Fotomundo ante los ojos, bramó: “¡Usted es un pelotudo!”. No le había causado gracia que el artículo en cuestión incluyera el nombre verdadero y otros datos de alguien que pertenecía a una unidad clandestina de combate antisubversivo. “¡Usted es un pelotudo!”, repitió, cada vez más enfurecido.

Frente a él, González permanecía firme y en silencio.

El tipo, oriundo de la ciudad chubutense de Esquel, había ingresado en la fuerza a los 17 años. Tres lustros después lucía grado de suboficial mayor. En la ESMA estaba a sus anchas. Tenía un escritorio en un rincón del llamado Salón Dorado. Se encargaba de las comunicaciones.

También tenía a su cargo el envío a reparaciones de picanas con problemas técnicos. Y era habitual su presencia en interrogatorios. En aquellas ocasiones –según las víctimas– solía administrar dosis eléctricas con una actitud casi deportiva. A la vez, cultivaba un trato amable con los prisioneros sometidos a trabajo esclavo; en especial, con las mujeres, a las que trataba de impresionar. Y en todo momento hacía gala de sus pretensiones intelectuales. En ello había una razón casi atávica: dado su rango subalterno en una estructura elitista como la de la Armada, se sentía subestimado por sus camaradas. Creía que “estaba para más”, y se lo quería demostrar a sus superiores.

“¡Usted es un pelotudo!”, le repitió D’Imperio por última vez.

Esa frase, a través del boca a boca, circuló por los pasillos de la ESMA como un reguero de pólvora.

¿Cómo era la existencia de Hormiga fuera de ese lugar? González vivía con su mujer en una modesta casa situada sobre la calle Tomás Le Bretón, de Villa Urquiza. Los vecinos tenían de él un vidrioso concepto, alimentado por sus idas y llegadas al hogar en vehículos con antenitas y sin identificación. No ocultaba, en cambio, su pasión por la fotografía. Era muy común verlo en el barrio con su cámara colgada del cuello. No menos común fue su presencia en el Foto Club Marina, donde solía intervenir en exposiciones y concursos.

LA CÁMARA OCULTA

Lucía Deón, quien en la actualidad vive en una pequeña localidad del oeste de Córdoba, reconoció por vía telefónica para esta nota haber sido retratada en El Silencio por Hormiga.

–Él presumía de ser fotógrafo, y me hizo posar entre unos arbustos con una mantilla. Hormiga decía que debía representar la muerte.

–¿Acaso dijo “la parca”?

–Creo que sí. Es que pasó mucho tiempo…

–¿Fue voluntaria o forzada su participación en aquellas fotos?

–Y… ¿A usted qué le parece?

La mujer, sin esperar la respuesta, pasó a un comentario:

–Con una de esas fotos hasta ganó un premio muy importante.

Al parecer, las fotografías que González le hizo en El Silencio habrían sido casi idénticas a las del premio de la FAF. Ya se sabe que estas últimas fueron reproducidas por Fotomundo en junio; es decir, tres meses antes. Ella, luego de observar una copia, no se reconoció́. Por lo tanto, persiste el enigma sobre quién fue la modelo de la foto galardonada. Es muy probable que también haya sido alguien en situación de cautiverio.

Mientras tanto, la vida de Hormiga se recicló en la democracia sin ningún contratiempo. Recién se retiró de la Armada en 1992.

El 4 de marzo de 2009 fue detenido por orden del juez federal Sergio Torres. Ahora paga por sus crímenes. Y, también, por sus fotografías.

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Redacción
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