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Caras y Caretas

           

ADORABLE PUENTE

De la mano del Polaco, el tango y el rock se abrazaron en los 80 y nunca más se soltaron. Adriana Varela, Fito Páez, Litto Nebbia, Andrés Calamaro y Ricardo Mollo son algunos de los eslabones de esa cadena de solidaridad sonora.

Año 1988. El Polaco Goyeneche canta una de sus versiones antológicas de “La última curda” en una esquina perdida de Barracas. La escena, una de las más electrizantes de Sur, la película de Pino Solanas, quedó grabada a fuego en una generación postanguera. La atmósfera intimista de la voz del Polaco junto al bandoneón de un joven y encrespado Néstor Marconi, envueltos por la bruma y la nostalgia del barrio, renovaron explícitamente el vínculo que se tejía entre la poesía del tango y la gente que venía del rock, desde los tiempos de Los Gatos, Moris, Almendra y Manal. “Me pasó lo mismo que de pendeja me había pasado cuando escuché por primera vez a los Beatles.” Adriana Varela sintió un cimbronazo generacional mirando la película de Pino en VHS. “Fue como una epifanía. Lo vi al Polaco en la película Sur y me acuerdo de que sentada en la orillita de la cama frente al televisor de mi pieza sentí en esa voz una revelación. Por esa película yo, que venía de otro palo, me fui al tango.” En esa época, el Polaco Goyeneche actuaba en el Café Homero con el trío de Néstor Marconi en bandoneón, Osvaldo Tarantino en piano y Ángel Ridolfi en contrabajo. “Ese trío que acompañaba al Polaco nos rompía la cabeza a todos”, recuerda Varela, una ex fonoaudióloga que debutaría cantando tangos apadrinada por el Polaco en ese mismo templo tanguero. “Para nosotros fue todo un descubrimiento porque los de los 70 éramos muy rockeros, sobre todo porque el tango se nos mostró muy disfrazado de nuevo rico, mucho brillo, mucho piripipí. En el Homero encontrabas un tango que no necesitaba lentejuela.”

ABRAZO CON EL ROCK

Pino Solanas, que asistió a una de esas míticas noches, recreó esa atmósfera en Sur, pero además agregó un condimento inesperado que funcionó como guiño generacional y puente directo entre el tango y la cultura rock. En la película tuvo un pequeño papel Fito Páez, que apareció cantando “Dando vueltas en el aire”, uno de los temas de su emblemático disco Ciudad de pobres corazones, de 1987. Al final del tema, el Polaco Goyeneche, que oficiaba de presentador, se funde en un abra- zo con el joven artista. Ese abrazo se inscribió como un capítulo de reconciliación definitiva entre dos géneros que parecían antagonistas, pero hablaban el mismo lenguaje urbano desde la cuna. “Algo pasó, porque hasta el día de hoy mucha gente me comenta ese momento”, cuenta el bandoneonista Marconi, ladero del cantor durante sus últimos años y en buena parte del film de Solanas. La relación entre Páez y Goyeneche creció a partir de la película. Ambos se elogiaron en público. Luisa, viuda de Goyeneche, contó que mu- chas veces el cantor fue criticado por apoyar a los rockeros. “Le encantaban los Beatles y tuvo problemas con la prensa al decirlo. La gente del rock también lo quiso mucho porque él los defendía. ‘¿Para qué traen a los de afuera si los de acá son mejores?’, decía.” Goyeneche fijó postura frente a esa nueva ge- neración, que venía inventando un nuevo lenguaje urbano desde fines de la década del 60. “Para mí fue un padre espiritual”, repitió en varias oportunidades Páez. El rosarino se hizo amigo de la familia y llevó al Polaco a pasearse por salas rockeras. La popularidad del cantor creció entre los jóvenes de los 80, que se identificaban con la bohemia, la sabiduría barrial y la autenticidad de los tangos que cantaba. En ese abrazo simbólico con Fito Páez en la pantalla grande, el cantor de Troilo, Salgán y Piazzolla dio el primer paso de reconciliación pública con los rockeros. De ahí en más, la sociedad entre el Polaco y la cultura rock quedó sellada. Litto Nebbia, pionero con Los Gatos, fue uno de los principales impulsores del último período discográfico de Goyeneche, a través del sello Melopea. “Cuando comenzamos a grabar sus últimos discos, el Polaco me dijo: ‘Gracias, pibe, hace cinco años que no me llama nadie para grabar’.”

COMUNIÓN DE GÉNEROS

La unión entre Nebbia y el Polaco no fue casual. Había un hilo invisible que unía sus vidas. En el libro Cómo vino la mano, de Miguel Grinberg, un joven Charly García decía: “Los primeros rocks nacionales son letra de tango gracias a Litto Nebbia”. La comunión entre el autor de “La balsa” y el cantor se hizo cada vez más sólida con el paso del tiempo. “El Polaco era tierno, divino. La primera vez nosotros teníamos un miedo bárbaro. Parecía que el tipo nos iba a comer. Después, cuando tomaba confianza con vos, empezaba a contar chistes.” Para el sello de Nebbia grabó discos antológicos, como Tangos del sur (1989) y Amigos (1993). A pesar de la fatiga y el cansancio de la voz, el Polaco patentó un estilo único sin artificios, donde todo era pura verdad. Durante la década del 90, la versión del Polaco Goyeneche del clásico “Naranjo en flor” dejó un surco en el rock.

Andrés Calamaro grabó su propia versión en el álbum Honestidad brutal, de 1999. No fue la única cita de Calamaro a Goyeneche. En 2000, invitó a grabar a Juanjo Domínguez, último guitarrista del Polaco, para formar parte de los discos El cantante y Tinta roja. “Para mí, Juanjo es un ícono de la guitarra, un grande –elogiaba Calamaro en una nota con La Nación–. Cuando grabamos El cantante, nos la pasábamos escuchando la versión de “Malena” que hicieron juntos Juanjo y el Polaco.” La figura de Roberto Goyeneche ocupó un sitial de referencia para nuevas generaciones. Además de ser el último de los grandes cantores de tango que los rockeros pudieron llegar a ver y escuchar en vivo, su voz reflejaba un espíritu rebelde que interpelaba de otra manera. En una nota de 1999 en Clarín, el cantante y guitarrista Ricardo Mollo reconocía en la identidad de Divididos la trama del tango y la voz áspera del Polaco. “El tango y nuestra música hablan de lo mismo, de lo que sucede en las calles. El tango anticipó fenómenos del rock, como el punk. Si hubo un primer punk en la Argentina fue el Polaco Goyeneche. Él contaba las mismas historias y con la misma mezcla de rabia e ironía que ahora cuentan los punks, sólo que lo hacía en ritmo de tango.” Las escenas entre Goyeneche y el bandoneo- nista Marconi en Sur escribieron una nueva historia entre el tango y el rock, al igual que los toques en vivo de la dupla en las noches del Café Homero. Marconi recuerda ahora: “Éramos conscientes de lo que estaba pasando porque venían muchos músicos a vernos, también rockeros y gente de distintos lugares. Macana, sentíamos que lo que estábamos haciendo era algo diferente”. El resto es leyenda.

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Gabriel Plaza
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